24/01/2020, 12:28
Las leyendas cuentan que los bosques están protegidos por los kodama, espíritus protectores de los árboles que se encargan de cuidar de su hogar y que pueden ser realmente peligrosos y vengativos con los que osan alterar el orden en sus dominios. Aquellos dos exiliados estaban a punto de descubrir cuánto de verdad había en esas leyendas; pues, sin ser siquiera conscientes de ello, ya se habían topado con los kodama del Bosque de Azur. Siguiendo el eco de una voz perdida en el tiempo, avanzaban hacia la posición del Cazador, que aguardaba pacientemente la llegada de sus presas.
Pero no todo podía salir a pedir de boca...
El primero de los exiliados cayó cuando la hoja de Yokuna le alcanzó, pero el segundo de ellos fue consciente del fatal destino de su compañero y comenzó a vociferar pidiendo ayuda justo antes de sufrir su mismo destino.
—¡Allí, en el árbol! ¡Una mujer! —gritó otro, desde las tiendas de campaña.
Ayame se giró a tiempo de ver cuatro proyectiles dirigiéndose a toda velocidad hacia ella. Se echó a un lado y bloqueó otro enarbolando un kunai, pero el último pasó rozando su costado... levantando agua y no piel y sangre a su paso.
«Maldita sea... sí que había alguien en esas tiendas...» Pensó, mientras sus pies se deslizaban entre hojarasca seca y suelo. Sí, concretamente había dos exiliados más. No parecía ser algo de lo que no pudieran encargarse, pero más valía no bajar la guardia.
—¡Yokuna, ahora! —exclamó, entrelazando sus manos en tres sellos.
Entonces, Ayame comenzó a cantar. Su voz, impregnada por su chakra, se extendió a su alrededor y trató de cautivar el oído de los dos exiliados, incitándolos a acercarse a ella para escucharla más de cerca...
En aquel bosque, Ayame era el kodama y la sirena.
Pero no todo podía salir a pedir de boca...
El primero de los exiliados cayó cuando la hoja de Yokuna le alcanzó, pero el segundo de ellos fue consciente del fatal destino de su compañero y comenzó a vociferar pidiendo ayuda justo antes de sufrir su mismo destino.
—¡Allí, en el árbol! ¡Una mujer! —gritó otro, desde las tiendas de campaña.
Ayame se giró a tiempo de ver cuatro proyectiles dirigiéndose a toda velocidad hacia ella. Se echó a un lado y bloqueó otro enarbolando un kunai, pero el último pasó rozando su costado... levantando agua y no piel y sangre a su paso.
«Maldita sea... sí que había alguien en esas tiendas...» Pensó, mientras sus pies se deslizaban entre hojarasca seca y suelo. Sí, concretamente había dos exiliados más. No parecía ser algo de lo que no pudieran encargarse, pero más valía no bajar la guardia.
—¡Yokuna, ahora! —exclamó, entrelazando sus manos en tres sellos.
Entonces, Ayame comenzó a cantar. Su voz, impregnada por su chakra, se extendió a su alrededor y trató de cautivar el oído de los dos exiliados, incitándolos a acercarse a ella para escucharla más de cerca...
En aquel bosque, Ayame era el kodama y la sirena.