26/01/2020, 21:08
Todo pasó muy rápido. No llegó siquiera a palpar la cálida sangre de la herida provocada por su bala cuando en un arrebato de insulsos destellos rojizos, su cuerpo fue halado de manera súbita y antinatural hacia un vacío que duró apenas segundos, y modificó así, de manera abrupta, su entorno en todo su esplendor. Como si de una de esas historietas se tratase, donde los personajes cambian de locación con el simple gesto de pasar una página, ahora Umikiba Kaido se encontraba postrado a merced del musgo achubascado que envolvía los adoquines que componían las calles de Amgegakure, por las cuales rodó dando tumbos, y quedando a merced de las lágrimas de amenokami. Sus ojos, que tardaban en recuperarse de aquél místico salto, trataban de buscar respuestas a su alrededor, pero no encontró sino una abrumadora familiaridad al dar con el inmenso rascacielo que se erigía penitente frente a él, causándole una inmediata sensación de temor que surgía no sólo del shock que causaba el chisio en sus primeros viajes, sino de estar de vuelta en el mismo lugar donde hace mucho tiempo prometió, con su honor en juego, acabar con Dragón Rojo y todos sus miembros.
Kincho trató de recuperar la compostura, pero lucía atónito y desorientado. Apenas fue capaz de ponerse de pie, y de ubicar en el espacio, entre la intensa lluvia que ahora bañaba sus cuerpos, a Ayame. Se miró las manos. Vio un pequeño rastro de sangre, y entendió que la había herido. ¿Pero cómo? ¿cómo es que ahora se encontraban en su antigua aldea? ¿acaso Ayame también era capaz de teletransportarse como Daruu? ¿Acaso...
Ayuda, pidió ella. Pero independientemente de si alguien acudía a su llamado, él tenía que terminar el trabajo sucio. La iba a matar. ¡La iba a matar!
Un paso tambaleante. El sonido de las botas negras hundiéndose en los frondosos charcos del suelo. Otro paso más certero, sus manos rebuscándose en una serie de sellos que hicieron inflar su pecho a niveles extraordinario. Lo sentía, lo sentía. El agua de la venganza fluyendo en su interior. Lo sentía, lo sentía, la adrenalina que nos embauca cuando la destrucción está cerca.
Ya se lo había dicho Akame. El caos es una escalera.
Una sombra incluso más oscura se erigió sobre Ayame y el edificio de Yui. Era la sombra de las fauces del mismísimo Umibōzu que se arremolinaba entre agua y espuma, formando una portentosa ola de siete metros de alto cuya única intención era la de arrasar con todo a su paso.
La pequeñísima figura del tiburón se veía allá en la copa de la ola. Él viajaba sobre ella, para contemplar en primera fila las secuelas de su Poder.
Kincho trató de recuperar la compostura, pero lucía atónito y desorientado. Apenas fue capaz de ponerse de pie, y de ubicar en el espacio, entre la intensa lluvia que ahora bañaba sus cuerpos, a Ayame. Se miró las manos. Vio un pequeño rastro de sangre, y entendió que la había herido. ¿Pero cómo? ¿cómo es que ahora se encontraban en su antigua aldea? ¿acaso Ayame también era capaz de teletransportarse como Daruu? ¿Acaso...
Ayuda, pidió ella. Pero independientemente de si alguien acudía a su llamado, él tenía que terminar el trabajo sucio. La iba a matar. ¡La iba a matar!
Un paso tambaleante. El sonido de las botas negras hundiéndose en los frondosos charcos del suelo. Otro paso más certero, sus manos rebuscándose en una serie de sellos que hicieron inflar su pecho a niveles extraordinario. Lo sentía, lo sentía. El agua de la venganza fluyendo en su interior. Lo sentía, lo sentía, la adrenalina que nos embauca cuando la destrucción está cerca.
Ya se lo había dicho Akame. El caos es una escalera.
Una sombra incluso más oscura se erigió sobre Ayame y el edificio de Yui. Era la sombra de las fauces del mismísimo Umibōzu que se arremolinaba entre agua y espuma, formando una portentosa ola de siete metros de alto cuya única intención era la de arrasar con todo a su paso.
La pequeñísima figura del tiburón se veía allá en la copa de la ola. Él viajaba sobre ella, para contemplar en primera fila las secuelas de su Poder.
¡¡¡¡SUITON: BAKU SUISHŌHA!!!!