26/01/2020, 21:42
Kincho, Kaido, estaba allí. Claro que estaba allí. De hecho coronaba una enorme ola de siete metros que se deslizaba, mortal como una serpiente, hacia la convaleciente Ayame. La kunoichi, temblorosa, con los cabellos revueltos y apretándose aquella herida en el vientre apenas podía moverse del sitio. Y el más absoluto terror la embargó cuando vio las fauces del tiburón cerniéndose sobre ella.
—Kai...
—¡¡¡¡SUITON: BAKU SUISHŌHA!!!!
Una lágrima se deslizó por su mejilla al darse cuenta de que, después de todo, sí que iba a morir. Y la voz de Kokuō restalló en su mente como una olla a presión:
«¡¡Úseme!! ¡¡Use mi poder!!»
Pero Ayame estaba paralizada en el sitio. Y, entonces, ocurrió el milagro. Una sombra saltó por encima de ella, se plantó entre el dantesco tsunami y ella y desenvainó una espada que explotó en un monstruoso haz de energía con forma de media luna que impactó contra la técnica acuática y la partió limpiamente por la mitad. El agua restante pasó a sus sendos lados y chocaron contra la Torre de la Arashikage, pero no los tocaron a ellos.
—Hida...-san... —murmuró una estupefacta Ayame, al reconocer al legendario encargado de la secretaría que le había salvado la vida. Y parecía que las historias eran ciertas, ella ya podría asegurarlo: la espada de aquel anciano medía dos o tres veces más de lo que debería caber dentro de su vaina.
—Seas quien seas, ríndete. Estás en el centro de Amegakure y la Tormenta está en camino —habló, antes de dirigirse a Ayame sin mirarla—. Aotsuki-san, ¿puede controlar esa herida? Tranquila, Arashikage-sama está de camino. ¿La agarró a usted cuando trataba de huir? ¿Quién es?
Pero Ayame no perdió ni un instante.
—¡KAIDO! ¡ES KAIDO! ¡No se preocupe por mí! ¡Por favor, ayudadme a detenerle! ¡No es él! ¡Necesita ayuda! ¡Yui-sama! ¡Necesitamos a Yui-sama!
«Kokuō... por favor, ayúdame a sanar la herida...» Rogó para sus adentros, separando la mano de la herida momentáneamente para juntarla con la otra en el sello de la Serpiente y respirar hondo.
Y comenzó a absorber todo el agua que encontró disponible para ella: Amenokami la proveía con la lluvia, el suelo con los charcos sobre los que había caído desplomada, el aire con la humedad. Tenía que hacerse con el agua y convertirla en parte de ella. Necesitaba, por lo menos, cicatrizar aquella herida de bala para poder moverse con libertad... y actuar. Kaido, su amigo, dependía de ello.
—Kai...
—¡¡¡¡SUITON: BAKU SUISHŌHA!!!!
Una lágrima se deslizó por su mejilla al darse cuenta de que, después de todo, sí que iba a morir. Y la voz de Kokuō restalló en su mente como una olla a presión:
«¡¡Úseme!! ¡¡Use mi poder!!»
Pero Ayame estaba paralizada en el sitio. Y, entonces, ocurrió el milagro. Una sombra saltó por encima de ella, se plantó entre el dantesco tsunami y ella y desenvainó una espada que explotó en un monstruoso haz de energía con forma de media luna que impactó contra la técnica acuática y la partió limpiamente por la mitad. El agua restante pasó a sus sendos lados y chocaron contra la Torre de la Arashikage, pero no los tocaron a ellos.
—Hida...-san... —murmuró una estupefacta Ayame, al reconocer al legendario encargado de la secretaría que le había salvado la vida. Y parecía que las historias eran ciertas, ella ya podría asegurarlo: la espada de aquel anciano medía dos o tres veces más de lo que debería caber dentro de su vaina.
—Seas quien seas, ríndete. Estás en el centro de Amegakure y la Tormenta está en camino —habló, antes de dirigirse a Ayame sin mirarla—. Aotsuki-san, ¿puede controlar esa herida? Tranquila, Arashikage-sama está de camino. ¿La agarró a usted cuando trataba de huir? ¿Quién es?
Pero Ayame no perdió ni un instante.
—¡KAIDO! ¡ES KAIDO! ¡No se preocupe por mí! ¡Por favor, ayudadme a detenerle! ¡No es él! ¡Necesita ayuda! ¡Yui-sama! ¡Necesitamos a Yui-sama!
«Kokuō... por favor, ayúdame a sanar la herida...» Rogó para sus adentros, separando la mano de la herida momentáneamente para juntarla con la otra en el sello de la Serpiente y respirar hondo.
Y comenzó a absorber todo el agua que encontró disponible para ella: Amenokami la proveía con la lluvia, el suelo con los charcos sobre los que había caído desplomada, el aire con la humedad. Tenía que hacerse con el agua y convertirla en parte de ella. Necesitaba, por lo menos, cicatrizar aquella herida de bala para poder moverse con libertad... y actuar. Kaido, su amigo, dependía de ello.
1 AO inutilizada
– El kunai que Ayame dejó en Coladragón tenía un sello explosivo pegado a su mango. Debido al teletransporte, y a la distancia, ya se ha hecho completamente inviable usarlo.