26/01/2020, 22:36
(Última modificación: 26/01/2020, 23:02 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Inesperadamente, la emblemática figura de uno de los shinobi insignes de Amegakure se entrometió en el camino de Kaido y su destrucción. Ese hombre, haciendo honor a las leyendas que precedían su larga trayectoria como un fidedigno sirviente al País de la Tormenta y a su Aldea, se interpuso entre Ayame y la ola haciendo uso de su extraordinaria maestría en las artes del Kenjutsu para pulverizar las fauces de Omibōzu a la mitad, con el vapuleo de una hoja que daba la sensación de ser infinita; y que arrojó un poderoso haz de energía que cortó, arrasó sin ningún ápice de contemplación. El cuerpo de Kincho abandonó la cúspide de la ola en cuanto ésta fue cortada, y usó las estructuras metálicas de su alrededor para descender hasta caer con fuerza en el suelo, a unos séis metros de distancia de Bayashi Hida.
—Seas quien seas, ríndete. Estás en el centro de Amegakure y la Tormenta está en camino —dijo—. Aotsuki-san, ¿puede controlar esa herida? Tranquila, Arashikage-sama está de camino. —Hida entornó los ojos y los fijó en el extraño que estaba frente a sí—. ¿La agarró a usted cuando trataba de huir? ¿Quién es?
—¡KAIDO! ¡ES KAIDO! ¡No se preocupe por mí! ¡Por favor, ayudadme a detenerle! ¡No es él! ¡Necesita ayuda! ¡Yui-sama! ¡Necesitamos a Yui-sama!
De pronto, tras la advertencia de Ayame; el cuerpo de ese tal Kincho empezó de pronto a mutar hasta el punto en el que su silueta parecía... ¿derretirse? o no, era como si más bien hubiese empezado a sudar la piel que cubría su verdadero rostro. Al cabo de unos segundos, toda la fachada que le había convertido en ese tal Kincho acabó deslizándose hacia el suelo en finas líneas de agua.
Finalmente, ahí estaba. Era un muchacho alto, fórnido. Con grandes brazos musculados al descubierto por una típica camisa cortada a las mangas, con el grabado de una mordida de color sangre en el pecho y un collar con un diente de tiburón asomándose también. Vestía unos pantalones militares negros que calzaban en sus pantorrillas y acababan afirmándose en el agarre de las botas ninjas que buenamente le envolvían los pies. El color de su piel era azul, como el mar, así como también lo era su frondoso cabello aguamarina tan largo como para que sus puntas acabaran muy cerca de su cintura.
Su brazo izquierdo yacía tatuado con un dragón tribal de tonalidades negras y unos muy ligeros degradados de color rojo. El mítico animal envolvía la extremidad hasta que las fauces, abiertas y amenazantes, culminasen a nivel de su hombro. Tenía dientes muy afilados, una sonrisa burlona en el rostro; y su frente no vestía bandana alguna que le identificase como un shinobi de esas tierras, más sin embargo; era innegable que se trataba de nada más y nada menos, que...
El Tiburón de Amegakure. Umikiba Kaido.
—Oh, Hida-dono; qué placer que seas tú, de entre tantas figuras de mi antigua Aldea, quien se haya animado a darme tan grata bienvenida —dijo, con tono socarrón. Algunas cosas nunca cambian—. ¿Entonces Yui-sama está en camino eh? ¡qué buena noticia! ¡estoy muy ansioso por tener de una vez por todas ese combate que me ofreció hace tanto tiempo!
»Aunque ya no hay nada que pueda enseñarme. Su muerte será el único consuelo que nos va a dejar esta batalla.
—Seas quien seas, ríndete. Estás en el centro de Amegakure y la Tormenta está en camino —dijo—. Aotsuki-san, ¿puede controlar esa herida? Tranquila, Arashikage-sama está de camino. —Hida entornó los ojos y los fijó en el extraño que estaba frente a sí—. ¿La agarró a usted cuando trataba de huir? ¿Quién es?
—¡KAIDO! ¡ES KAIDO! ¡No se preocupe por mí! ¡Por favor, ayudadme a detenerle! ¡No es él! ¡Necesita ayuda! ¡Yui-sama! ¡Necesitamos a Yui-sama!
De pronto, tras la advertencia de Ayame; el cuerpo de ese tal Kincho empezó de pronto a mutar hasta el punto en el que su silueta parecía... ¿derretirse? o no, era como si más bien hubiese empezado a sudar la piel que cubría su verdadero rostro. Al cabo de unos segundos, toda la fachada que le había convertido en ese tal Kincho acabó deslizándose hacia el suelo en finas líneas de agua.
Finalmente, ahí estaba. Era un muchacho alto, fórnido. Con grandes brazos musculados al descubierto por una típica camisa cortada a las mangas, con el grabado de una mordida de color sangre en el pecho y un collar con un diente de tiburón asomándose también. Vestía unos pantalones militares negros que calzaban en sus pantorrillas y acababan afirmándose en el agarre de las botas ninjas que buenamente le envolvían los pies. El color de su piel era azul, como el mar, así como también lo era su frondoso cabello aguamarina tan largo como para que sus puntas acabaran muy cerca de su cintura.
Su brazo izquierdo yacía tatuado con un dragón tribal de tonalidades negras y unos muy ligeros degradados de color rojo. El mítico animal envolvía la extremidad hasta que las fauces, abiertas y amenazantes, culminasen a nivel de su hombro. Tenía dientes muy afilados, una sonrisa burlona en el rostro; y su frente no vestía bandana alguna que le identificase como un shinobi de esas tierras, más sin embargo; era innegable que se trataba de nada más y nada menos, que...
El Tiburón de Amegakure. Umikiba Kaido.
—Oh, Hida-dono; qué placer que seas tú, de entre tantas figuras de mi antigua Aldea, quien se haya animado a darme tan grata bienvenida —dijo, con tono socarrón. Algunas cosas nunca cambian—. ¿Entonces Yui-sama está en camino eh? ¡qué buena noticia! ¡estoy muy ansioso por tener de una vez por todas ese combate que me ofreció hace tanto tiempo!
»Aunque ya no hay nada que pueda enseñarme. Su muerte será el único consuelo que nos va a dejar esta batalla.
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