26/01/2020, 23:56
(Última modificación: 27/01/2020, 00:09 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
Y las palabras de Ayame parecieron invocar el cambio en Kincho, cuyo rostro, cuyo cuerpo entero, cayó como una segunda piel, derritiéndose de forma casi grotesca. Y revelando la verdadera identidad del shinobi exiliado. Ni siquiera Ayame, que ya lo había sospechado desde un principio y había llegado a confirmarlo, pudo reprimir una exclamación de sorpresa al ver a su compañero. Al reconocer aquel rostro lleno de confianza y de determinación, aquella sonrisa burlona llena de dientes afilados como cuchillos.
El Tiburón había vuelto a Amegakure.
—Oh, Hida-dono; qué placer que seas tú, de entre tantas figuras de mi antigua Aldea, quien se haya animado a darme tan grata bienvenida —dijo, con aquel tono socarrón tan característico—. ¿Entonces Yui-sama está en camino eh? ¡qué buena noticia! ¡estoy muy ansioso por tener de una vez por todas ese combate que me ofreció hace tanto tiempo! Aunque ya no hay nada que pueda enseñarme. Su muerte será el único consuelo que nos va a dejar esta batalla.
—¿¡MI MUERTE!? —bramó la atronadora voz de Amekoro Yui, que pasó junto a ambos con la presencia de la Tormenta siguiendo sus pasos. Y Ayame la escuchó susurrarle a Hida cuando pasaba a su lado—: Protégela.
«¡No! ¡No me vas a apartar a un lado otra vez!» Maldijo en su fuero interno, al tiempo que clavaba una rodilla en tierra y se reincorporaba con lentitud, temblando a causa del dolor que le causaba la herida y que perlaba su frente de sudor, ya prácticamente cicatrizada gracias a la energía revitalizadora de Kokuō pero aún no curada del todo.
—¿Mi muerte, Umikiba Kaido? —rio Yui—. No, amigo. Te convertiremos en pescaíto frito.
—¡Yui-sama, le están manipulando! —exclamó Ayame, avanzando un paso tambaleante. La vista prácticamente borrosa por el esfuerzo que estaba haciendo—. ¡Es ese tatuaje, estoy segura! ¡Por favor, no...! —«¡No lo mate!»—. ¡Déjeme... ayudarla...!
El Tiburón había vuelto a Amegakure.
—Oh, Hida-dono; qué placer que seas tú, de entre tantas figuras de mi antigua Aldea, quien se haya animado a darme tan grata bienvenida —dijo, con aquel tono socarrón tan característico—. ¿Entonces Yui-sama está en camino eh? ¡qué buena noticia! ¡estoy muy ansioso por tener de una vez por todas ese combate que me ofreció hace tanto tiempo! Aunque ya no hay nada que pueda enseñarme. Su muerte será el único consuelo que nos va a dejar esta batalla.
—¿¡MI MUERTE!? —bramó la atronadora voz de Amekoro Yui, que pasó junto a ambos con la presencia de la Tormenta siguiendo sus pasos. Y Ayame la escuchó susurrarle a Hida cuando pasaba a su lado—: Protégela.
«¡No! ¡No me vas a apartar a un lado otra vez!» Maldijo en su fuero interno, al tiempo que clavaba una rodilla en tierra y se reincorporaba con lentitud, temblando a causa del dolor que le causaba la herida y que perlaba su frente de sudor, ya prácticamente cicatrizada gracias a la energía revitalizadora de Kokuō pero aún no curada del todo.
—¿Mi muerte, Umikiba Kaido? —rio Yui—. No, amigo. Te convertiremos en pescaíto frito.
—¡Yui-sama, le están manipulando! —exclamó Ayame, avanzando un paso tambaleante. La vista prácticamente borrosa por el esfuerzo que estaba haciendo—. ¡Es ese tatuaje, estoy segura! ¡Por favor, no...! —«¡No lo mate!»—. ¡Déjeme... ayudarla...!