27/01/2020, 03:25
Rao quedó sin responder, quedó blanco para cuando identificó al hombre del que hablaba el Inuzuka. De hecho, tanta fue la impresión que le propinó, que hasta sus piernas comenzaron a temblar. Sus rodillas se golpeaban en rápida sucesión, realizando un incómodo e inquietante concierto de percusión. El hombre estaba aterrorizado, y eso que el tipo estaba en el suelo incapacitado.
El hombre llamó la atención de Rao, bramando entre quejidos y llantos. Con las mismas, se burló de que hubiese sacado valor para volver, y achacó la presencia del Inuzuka a la del mismo. Por si fuese poco, se atrevió a amenazar de nuevo al pobre hombre. Sentenció que la condena de haberlo dejado tuerto había sido poco, que debían haberse divertido con otras partes de su cuerpo también.
El campesino se llevó las manos a la cabeza, y aclaró de quién se trataba. Búho era su nombre, y pertenecía a los cuatro de Ibaraki. Rao comenzó a exclamar a toda voz que estaba siendo una mierda, que debían evitar que el resto del pueblo se enterase.
La verdad, raro sería que nadie más se hubiese enterado.
El hombre, entre risas, sollozos, o a saber qué, volvió a amenazar. En ésta ocasión, a ambos. Según sus palabras, ya podían matarlo, que lo que habían hecho lo iban a pagar. Etsu, en contra de la tensión de toda la situación, sonrió. Parecía aliviado, y realmente, en parte lo estaba. Había encontrado a uno de los cuatro sujetos que buscaba. Se podía sentir hasta afortunado.
—Muy bien, Rao. Entonces Búho es nuestro amigo... —contestó al hombre.
El Inuzuka tomó camino de nuevo hacia Búho, con esa sonrisa en su rostro. A pocos pasos de él, se agachó.
—¿Sabes una cosa, señor Búho? —preguntó.
Tomó su pantalón, y jaló de la parte baja, arrancando un jirón de tela. Un trozo de tela lo suficientemente extenso como para poder atar al prisionero.
—No vas a morir hoy, pero la diosa Fortuna ya no os sonríe —sentenció.
Con las mismas, se alzó y al estar suficientemente cerca, le lanzaría un puñetazo en plena cara a Búho. La intención era sencilla, dejarlo inconsciente, como salía en las películas y todo eso... Tras ello, le amarraría las manos, y lo cargaría como un saco de patatas. No podían dejarlo allí, era obvio que en cualquier momento tendrían más público.
—Rao, tengo un sitio donde llevarlo. Lo único malo... es que un médico debería echarle un ojo a esa pierna. Apostaría a que está rota. Si tiene una hemorragia interna o algún rollo raro, puede que se muera... y no creo que un muerto dé mucha información.
El hombre llamó la atención de Rao, bramando entre quejidos y llantos. Con las mismas, se burló de que hubiese sacado valor para volver, y achacó la presencia del Inuzuka a la del mismo. Por si fuese poco, se atrevió a amenazar de nuevo al pobre hombre. Sentenció que la condena de haberlo dejado tuerto había sido poco, que debían haberse divertido con otras partes de su cuerpo también.
El campesino se llevó las manos a la cabeza, y aclaró de quién se trataba. Búho era su nombre, y pertenecía a los cuatro de Ibaraki. Rao comenzó a exclamar a toda voz que estaba siendo una mierda, que debían evitar que el resto del pueblo se enterase.
La verdad, raro sería que nadie más se hubiese enterado.
El hombre, entre risas, sollozos, o a saber qué, volvió a amenazar. En ésta ocasión, a ambos. Según sus palabras, ya podían matarlo, que lo que habían hecho lo iban a pagar. Etsu, en contra de la tensión de toda la situación, sonrió. Parecía aliviado, y realmente, en parte lo estaba. Había encontrado a uno de los cuatro sujetos que buscaba. Se podía sentir hasta afortunado.
—Muy bien, Rao. Entonces Búho es nuestro amigo... —contestó al hombre.
El Inuzuka tomó camino de nuevo hacia Búho, con esa sonrisa en su rostro. A pocos pasos de él, se agachó.
—¿Sabes una cosa, señor Búho? —preguntó.
Tomó su pantalón, y jaló de la parte baja, arrancando un jirón de tela. Un trozo de tela lo suficientemente extenso como para poder atar al prisionero.
—No vas a morir hoy, pero la diosa Fortuna ya no os sonríe —sentenció.
Con las mismas, se alzó y al estar suficientemente cerca, le lanzaría un puñetazo en plena cara a Búho. La intención era sencilla, dejarlo inconsciente, como salía en las películas y todo eso... Tras ello, le amarraría las manos, y lo cargaría como un saco de patatas. No podían dejarlo allí, era obvio que en cualquier momento tendrían más público.
—Rao, tengo un sitio donde llevarlo. Lo único malo... es que un médico debería echarle un ojo a esa pierna. Apostaría a que está rota. Si tiene una hemorragia interna o algún rollo raro, puede que se muera... y no creo que un muerto dé mucha información.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~