27/01/2020, 21:19
Afortunadamente para ella, el Genjutsu pareció afectar a los exiliados. Habían dejado de correr, y ahora caminaban absortos hacia ella, profundamente embelesados por el poder de su voz, tratando de acercarse al máximo. Llegaron hasta el tronco del árbol en el que estaba refugiada, y la kunoichi, preocupada, buscó a Yokuna con la mirada sin dejar de cantar.
¿Dónde se había metido?
No tardó en llegar. Él y su cuchillo, que segó la vida de los dos shinobi de forma limpia y precisa. Ayame no quería haber apartado la mirada en ningún momento; pero su corazón, débil, le obligó a hacerlo. Entonces escuchó los sollozos. Yokuna, arrodillado junto a una de sus víctimas, lloraba desconsolada.
«Oh, no... No me digas que...»
Ayame bajó de un salto y se acercó con cuidado a Yokuna. Dudó durante unos instantes, pero terminó por apoyar la mano en su hombro.
—Yokuna... ¿Estás bien? —le preguntó.
¿Dónde se había metido?
No tardó en llegar. Él y su cuchillo, que segó la vida de los dos shinobi de forma limpia y precisa. Ayame no quería haber apartado la mirada en ningún momento; pero su corazón, débil, le obligó a hacerlo. Entonces escuchó los sollozos. Yokuna, arrodillado junto a una de sus víctimas, lloraba desconsolada.
«Oh, no... No me digas que...»
Ayame bajó de un salto y se acercó con cuidado a Yokuna. Dudó durante unos instantes, pero terminó por apoyar la mano en su hombro.
—Yokuna... ¿Estás bien? —le preguntó.