28/01/2020, 16:57
(Última modificación: 28/01/2020, 16:59 por Taka Kisame. Editado 1 vez en total.)
El movimiento del marioentista del desierto fué rápido. El viejo samurai no pudo verlo venir y las garras de Mono se hundieron en su costado. Sus ojos perdieron el rumbo y un gargajo de sangre salió de su boca. Aquellos proyectiles iban demasiado rápido como para que el amejin pudiera bloquearlos, al menos después de haberse posicionado. Estos impactaron contra su compañero, clavandosele en la espalda. Kisame no sabía muy bien que haber. Su compañero ahora estaba herido y había fallado en su único trabajo, cubrir la retaguardia.
El momento de tensión en el que el mapache se sintió asustado. No podía cobijarse en su madriguera pues la enorme espada que caía desde arriba amenazaba con destrozar el arma del otro shinobi. Sacó sus garras y cargó como hacía siempre que se sentía en peligro, hizo ahora una serie de sellos todo lo rápido que sus manos le permitían para luego dejarse caer sobre ellas en el suelo. El hecho de recibir ese golpe denotaba claramente que aquel samurai no se estaba empleando al cien por ciento. Era algo tan evidente para quien observara el enfrentamiento que no podía pasarse por alto pero ambos ninjas estaban concentrados en el fulgor de la pelea y para ellos eso era totalmente desconocido.
-Doton: Retsudo Tenshō! -Volvió a anunciar con las manos pegadas al suelo.
El suelo bajo el hombre se volvió a resquebrajar y, en segundos que parecieron minutos la espada cambió su trayectoria por el suelo que se rompía bajo sus pies, cayendo nuevamente sobre la técnica de tierra de aquel ninja. Esta vez el golpe no fué tan escandalosas pero las rocas eran más puntiagudas y peligrosas. El hombre quedó tendido boca arriba mirando al cielo. Volvió lentamente su mirada hacia la niña.
-Rika, corre... -Pudo decir antes de caer inconsciente por el tremendo dolor que sentía.
La niña salió corriendo, saltando agilmente entre las piedras del suelo hacia el hombre, con lágrimas resbalando sobre sus mejillas. No parecía tener más de quince años. Era una chica de porte atlético y una larga melena naranja que ahora hondeaba al viento mostrando su triste gesto y un rostro sembrado de pecas.
-NOOOO, PAPAAAA -Vociferó la cría una vez hubo llegado hasta su padre, ahora inconsciente sobre las afiladas rocas.