28/01/2020, 22:57
Akane nuevamente había descartado de lógica alguna las palabras de Etsu, ya casi estaba acostumbrado a que el chico dijese tantas sandeces. Una mueca de desdén fue lo único que le regaló al rastas, para tras de ello alzar el gesto y mirar hacia otro lado, totalmente indignado. Etsu sonrió de nuevo, casi estalla en una carcajada. Sin duda alguna, le encantaba tomarle el pelo a su hermano.
—Vaaaa, venga, no te pongas así. Pilla uno de los pinchitos, ¿quieres? —tuvo que hacer tregua.
Akane, ni corto ni perezoso, se tomó la tregua al pie de la letra. No tardó ni tres segundos en pillar de un mordisco —sumamente preciso— uno de los mencionados pinchitos. Tras ello, con él en la boca, quedó mirando a Etsu. El chico fue a tomar uno también, pero antes de que lograra su propósito, se percató de que algo fallaba. Akane aún lo observaba con recelo.
El rastas ladeó el rostro, y quedó mirándolo también. El silencio entre ambos quedó por unos segundos —Tienes razón tío...
Realizó el sello del tigre, y el huskie se transformó en una imagen casi idéntica al chico de rastas, con la obviedad de que sus colmillos y garras aún parecían de un animal. El can sonrió, y con el pinchito aún en la boca, terminó por jalar del mismo con su diestra para sacar el metal, y quedar solo con la carne entre dientes.
El pobre tenía toda la razón. Anteriormente habían pedido hamburguesas, patatas, y bolitas de pulpo. Todas esas cosas podía comerlas sin ayuda, pero el pinchito era muy complicado de comer sin tener manos, al menos si no quería que le liase un espectáculo.
Entre tanto, la chica incluso se había cambiado de sitio, pasando un poco desapercibido por los Inuzukas.
—¡Bueeeeenas tardes, señoras y señores! —interrumpió a todo comensal una voz aguda.
»Tengo el honor, y el privilegio, de presentarme ante todos. Soy la grandiosa Fukuume, la mejor ilusionista de todo Oonindo. Perdón por interrumpirles, pero tienen la grandisima suerte de ser los primeros espectadores de mi show. Por favor, atentos a mi, les presento a mis ayudantes; Onoka, el cerebro, y Kaono, el músculo.
En el umbral de la puerta del establecimiento, una mujer había hecho aparición, anunciándose de manera para nada modesta. La susodicha era de piel bronzeada, de mediana edad, rubia con una cabellera suelta hasta media cintura, de ojos color miel. Vestía un traje de color negro, un esmoquin que parecía hecho a su medida, con una chistera enorme y una capa de color carmín. A su lado había otra chica —cerebro—, de similares características, salvo que sus ojos eran verdes, y vestía un kimono muy básico de color blanco. Al su siniestra, tenia a la otra chica —músculo— que curiosamente, tenía similares características a las otras dos, con la salvedad de que sus ojos eran color azul. Ésta última vestía un kimono igual de sencillo a Onoka, pero de color negro.
«¿Y ésto...? ¿ilusionista?»
Etsu no podía evitar pensar en su padre, y sus mil y un trucos de ilusionismo. Para el Inuzuka, eso de un show de ilusionismo, no podía traerle mas que malos recuerdos...
—¿Nos vamos, Akane? —preguntó incómodo a su gemelo.
—Vaaaa, venga, no te pongas así. Pilla uno de los pinchitos, ¿quieres? —tuvo que hacer tregua.
Akane, ni corto ni perezoso, se tomó la tregua al pie de la letra. No tardó ni tres segundos en pillar de un mordisco —sumamente preciso— uno de los mencionados pinchitos. Tras ello, con él en la boca, quedó mirando a Etsu. El chico fue a tomar uno también, pero antes de que lograra su propósito, se percató de que algo fallaba. Akane aún lo observaba con recelo.
El rastas ladeó el rostro, y quedó mirándolo también. El silencio entre ambos quedó por unos segundos —Tienes razón tío...
Realizó el sello del tigre, y el huskie se transformó en una imagen casi idéntica al chico de rastas, con la obviedad de que sus colmillos y garras aún parecían de un animal. El can sonrió, y con el pinchito aún en la boca, terminó por jalar del mismo con su diestra para sacar el metal, y quedar solo con la carne entre dientes.
El pobre tenía toda la razón. Anteriormente habían pedido hamburguesas, patatas, y bolitas de pulpo. Todas esas cosas podía comerlas sin ayuda, pero el pinchito era muy complicado de comer sin tener manos, al menos si no quería que le liase un espectáculo.
Entre tanto, la chica incluso se había cambiado de sitio, pasando un poco desapercibido por los Inuzukas.
—¡Bueeeeenas tardes, señoras y señores! —interrumpió a todo comensal una voz aguda.
»Tengo el honor, y el privilegio, de presentarme ante todos. Soy la grandiosa Fukuume, la mejor ilusionista de todo Oonindo. Perdón por interrumpirles, pero tienen la grandisima suerte de ser los primeros espectadores de mi show. Por favor, atentos a mi, les presento a mis ayudantes; Onoka, el cerebro, y Kaono, el músculo.
En el umbral de la puerta del establecimiento, una mujer había hecho aparición, anunciándose de manera para nada modesta. La susodicha era de piel bronzeada, de mediana edad, rubia con una cabellera suelta hasta media cintura, de ojos color miel. Vestía un traje de color negro, un esmoquin que parecía hecho a su medida, con una chistera enorme y una capa de color carmín. A su lado había otra chica —cerebro—, de similares características, salvo que sus ojos eran verdes, y vestía un kimono muy básico de color blanco. Al su siniestra, tenia a la otra chica —músculo— que curiosamente, tenía similares características a las otras dos, con la salvedad de que sus ojos eran color azul. Ésta última vestía un kimono igual de sencillo a Onoka, pero de color negro.
«¿Y ésto...? ¿ilusionista?»
Etsu no podía evitar pensar en su padre, y sus mil y un trucos de ilusionismo. Para el Inuzuka, eso de un show de ilusionismo, no podía traerle mas que malos recuerdos...
—¿Nos vamos, Akane? —preguntó incómodo a su gemelo.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~