29/01/2020, 23:47
Yokuna levantó la cabeza hacia ella. Sus ojos, brillantes y húmedos, le devolvieron una mirada cargada de tristeza.
—Conocí a este chico —dijo, con la voz quebrada, señalando el cuerpo de un exiliado joven. Muy joven. De cabellos negros y revueltos y los ojos fijos en las copas de los árboles. A Ayame se le encogió el corazón—. Entrenó bajo mi tutela durante un par de años... yo le animé a presentarse a una prueba para ascender a chūnin. Lo rechazaron. Tres veces. Era fuerte... pero muy despistado. Siempre le sorprendían en las emboscadas... siempre... Como en esta.
Ayame hundió los hombros, llena de pesar. Le apretó ligeramente el hombro.
—Lo siento muchísimo... —dijo, con un hilo de voz.
Apartó la mirada. Una parte de ella entendía a aquel muchacho. Sabía lo que era el necesitar sentirse reconocido, el ver cómo tus compañeros te iban adelantando paso a paso sin poder hacer nada al respecto. La impotencia... La envidia... ¿Pero cómo le había llevado eso a abandonar la aldea a la que servía y a convertirse en un enemigo así?
«La avaricia de los humanos por el poder es insaciable.» Oyó la voz de Kokuō en su mente.
—Ayame, ¿me oyes?
Ayame se sobresaltó ligeramente al reconocer la voz de Daruu en su oído izquierdo, y le hizo una señal a Yokuna. No tardó ni un momento en activar la emisión de sonido.
—Sí, Daruu, soy yo. ¿Qué ocurre?
—Hay una niebla de chakra por todo vuestro alrededor. Estáis en un Genjutsu ambiental o en una técnica similar al Kirigakure no Jutsu. ¡No bajéis la guardia!
—¿Una niebla de chakra? ¿A nuestro alrededor? —Ayame miró a su alrededor, extrañada. Ella no veía ninguna niebla, ni nada raro en el ambiente. Entonces, si no era el Kirigakure no Jutsu, ni ninguna técnica que les dificultara la visión, era muy probable que su compañero tuviera razón y se hubiesen sumergido en un genjutsu sin ser consciente de ello—. Yokuna-san, tenga cuidado.
Ayame se quedó cerca de Yokuna y sus manos formularon el sello del Carnero. Si de verdad era una ilusión, tenía que intentar eliminarla.
—¡KAI!
—Conocí a este chico —dijo, con la voz quebrada, señalando el cuerpo de un exiliado joven. Muy joven. De cabellos negros y revueltos y los ojos fijos en las copas de los árboles. A Ayame se le encogió el corazón—. Entrenó bajo mi tutela durante un par de años... yo le animé a presentarse a una prueba para ascender a chūnin. Lo rechazaron. Tres veces. Era fuerte... pero muy despistado. Siempre le sorprendían en las emboscadas... siempre... Como en esta.
Ayame hundió los hombros, llena de pesar. Le apretó ligeramente el hombro.
—Lo siento muchísimo... —dijo, con un hilo de voz.
Apartó la mirada. Una parte de ella entendía a aquel muchacho. Sabía lo que era el necesitar sentirse reconocido, el ver cómo tus compañeros te iban adelantando paso a paso sin poder hacer nada al respecto. La impotencia... La envidia... ¿Pero cómo le había llevado eso a abandonar la aldea a la que servía y a convertirse en un enemigo así?
«La avaricia de los humanos por el poder es insaciable.» Oyó la voz de Kokuō en su mente.
—Ayame, ¿me oyes?
Ayame se sobresaltó ligeramente al reconocer la voz de Daruu en su oído izquierdo, y le hizo una señal a Yokuna. No tardó ni un momento en activar la emisión de sonido.
—Sí, Daruu, soy yo. ¿Qué ocurre?
—Hay una niebla de chakra por todo vuestro alrededor. Estáis en un Genjutsu ambiental o en una técnica similar al Kirigakure no Jutsu. ¡No bajéis la guardia!
—¿Una niebla de chakra? ¿A nuestro alrededor? —Ayame miró a su alrededor, extrañada. Ella no veía ninguna niebla, ni nada raro en el ambiente. Entonces, si no era el Kirigakure no Jutsu, ni ninguna técnica que les dificultara la visión, era muy probable que su compañero tuviera razón y se hubiesen sumergido en un genjutsu sin ser consciente de ello—. Yokuna-san, tenga cuidado.
Ayame se quedó cerca de Yokuna y sus manos formularon el sello del Carnero. Si de verdad era una ilusión, tenía que intentar eliminarla.
—¡KAI!