4/02/2020, 23:46
«Corre.» Se repitió por enésima vez en aquella tarde.
Aunque no había necesidad alguna de que nadie se lo dijera. Debía seguir corriendo por su vida, literalmente.
«¡Corre!»
Ayame saltó un tronco caído y tropezó con una raíz que se alzaba en el suelo más de la cuenta. Aquello frenó su carrera ligeramente, pero tras un par de traspiés y recuperar en el último momento el equilibrio, la kunoichi siguió corriendo a toda velocidad.
«¡Corre, maldita sea! ¡CORRE MÁS RÁPIDO!»
Podía escuchar sus pisadas, aún por encima de los latidos de su corazón, que palpitaba frenético en su pecho. Había sido descubierta en una muy mala posición. Sólo a ella se le había ocurrido regresar a Coladragón a seguir buscando pistas sobre Dragón Rojo y el paradero de Umikiba Kaido. La habían sorprendido en plena escena del crimen, y seguramente sólo fueran lacayos del Tiburón, pero no podía permitirse el lujo de ser reconocida. Por eso, debía ser más rápida que ellos. Debía correr más que ellos...
Pero no iba a aguantar mucho más.
Había estado corriendo demasiado tiempo, y aún no había conseguido despistarlos. Cada vez le costaba más llenar sus pulmones de oxígeno, los músculos le ardían, sentía un constante pinchazo en el costado...
Iban a alcanzarla.
«¡Espera! ¡Eso es!»
La luz de una idea se abrió paso en la enmarañada neblina de la fatiga: Daruu. Daruu sería la carta de su salvación. La kunoichi entrelazó las manos en varios sellos, culminó con una última palmada y un destello rojo la envolvió justo antes de hacerla desaparecer.
Aunque no había necesidad alguna de que nadie se lo dijera. Debía seguir corriendo por su vida, literalmente.
«¡Corre!»
Ayame saltó un tronco caído y tropezó con una raíz que se alzaba en el suelo más de la cuenta. Aquello frenó su carrera ligeramente, pero tras un par de traspiés y recuperar en el último momento el equilibrio, la kunoichi siguió corriendo a toda velocidad.
«¡Corre, maldita sea! ¡CORRE MÁS RÁPIDO!»
Podía escuchar sus pisadas, aún por encima de los latidos de su corazón, que palpitaba frenético en su pecho. Había sido descubierta en una muy mala posición. Sólo a ella se le había ocurrido regresar a Coladragón a seguir buscando pistas sobre Dragón Rojo y el paradero de Umikiba Kaido. La habían sorprendido en plena escena del crimen, y seguramente sólo fueran lacayos del Tiburón, pero no podía permitirse el lujo de ser reconocida. Por eso, debía ser más rápida que ellos. Debía correr más que ellos...
Pero no iba a aguantar mucho más.
Había estado corriendo demasiado tiempo, y aún no había conseguido despistarlos. Cada vez le costaba más llenar sus pulmones de oxígeno, los músculos le ardían, sentía un constante pinchazo en el costado...
Iban a alcanzarla.
«¡Espera! ¡Eso es!»
La luz de una idea se abrió paso en la enmarañada neblina de la fatiga: Daruu. Daruu sería la carta de su salvación. La kunoichi entrelazó las manos en varios sellos, culminó con una última palmada y un destello rojo la envolvió justo antes de hacerla desaparecer.