5/02/2020, 22:46
—Kurama-sama —repitió el Uchiha con tono entre reflexivo y escéptico—. El próximo Emperador de Ōnindo. Ya.
Akame no supo por qué, pero todo aquello le dio una mala espina imposible de ignorar. Quizá era el hecho de que seguía sin poder ver a aquella persona, o la rotundidad con la que había expuesto sus palabras. O tal vez era la paranoia que llevaba carcomiéndole desde que había cruzado las fronteras de Uzu no Kuni, hacía apenas una semana, para buscar una solución a sus propios pesares; para entregar un mensaje, que no venía a cuento en ese momento.
¿O tal vez sí? Los hilos del destino se enredaban a veces de forma que era imposible distinguirlos. Tal vez esa fuese una de aquellas veces.
Lo que era innegable es que Nadie poseía un jutsu que Akame jamás había visto ni leído, y que le conocía bien: había hecho los deberes. Esos dos factores eran, por sí solos, suficientes como para instigar su curiosidad más allá de límites saludables. El shinobi meditó durante unos instantes sus próximas palabras.
—Muy bien. Vayamos a ver a ese señor tuyo, quiero comprobar por mí mismo si de verdad es tan grandioso como para querer reclamar todo Ōnindo. Te sigo.
Ni siquiera se molestó en lanzarle una advertencia o una amenaza velada. Akame había conocido a otros tipos como Nadie —bueno, parecidos, dudaba que hubiese una sola persona en todo el continente capaz de semejante cosa— y sabía que con ellos no eran necesarias. Eran conscientes de lo que implicaban los implicados, y el Uchiha también. Eso lo volvía todo más fácil; algo que anhelaba cuando se relacionaba con hampones y renegados. Siempre le obligaban a sacar músculo antes de empezar a tomarse las cosas en serio.
Akame no supo por qué, pero todo aquello le dio una mala espina imposible de ignorar. Quizá era el hecho de que seguía sin poder ver a aquella persona, o la rotundidad con la que había expuesto sus palabras. O tal vez era la paranoia que llevaba carcomiéndole desde que había cruzado las fronteras de Uzu no Kuni, hacía apenas una semana, para buscar una solución a sus propios pesares; para entregar un mensaje, que no venía a cuento en ese momento.
¿O tal vez sí? Los hilos del destino se enredaban a veces de forma que era imposible distinguirlos. Tal vez esa fuese una de aquellas veces.
Lo que era innegable es que Nadie poseía un jutsu que Akame jamás había visto ni leído, y que le conocía bien: había hecho los deberes. Esos dos factores eran, por sí solos, suficientes como para instigar su curiosidad más allá de límites saludables. El shinobi meditó durante unos instantes sus próximas palabras.
—Muy bien. Vayamos a ver a ese señor tuyo, quiero comprobar por mí mismo si de verdad es tan grandioso como para querer reclamar todo Ōnindo. Te sigo.
Ni siquiera se molestó en lanzarle una advertencia o una amenaza velada. Akame había conocido a otros tipos como Nadie —bueno, parecidos, dudaba que hubiese una sola persona en todo el continente capaz de semejante cosa— y sabía que con ellos no eran necesarias. Eran conscientes de lo que implicaban los implicados, y el Uchiha también. Eso lo volvía todo más fácil; algo que anhelaba cuando se relacionaba con hampones y renegados. Siempre le obligaban a sacar músculo antes de empezar a tomarse las cosas en serio.