7/02/2020, 11:52
Kurama se divertía apalizando aquella piñata con su metafórico palo, pero la realidad era que estaba pateando un cadáver y aquellas apreciaciones cada vez le resbalaban más al joven renegado. ¿Qué más le daba si alguien era peor o mejor shinobi? Él ya no tenía nada que ver con eso, que formaba parte de su antigua vida. Ahora, si podía decir que era algo, le encajaba mejor el título de hampón. Criminal. Traficante. Podía agradar más o menos, pero esa era la realidad... Y le llenaba de hastío. No por el oficio en sí —ahora no consideraba que ser ninja fuese muy distinto de tener una "licencia para matar"—, sino porque...
—Me importa un carajo lo que ese shinobi piense —respondió al fin, con tono resignado—. O lo que Datsue piense. O lo que piense cualquiera. ¿Es que no lo véis? Yo ya no tengo sitio en este mundo, no tengo hogar, no pertenezco a ningún lugar. Soy más un fantasma que una persona.
Ah, pero todo aquello tenía una salvedad, claro. Un faro de luz en el horizonte que le había llevado, justamente, hasta recorrer el camino de vuelta a Uzu no Kuni. Aunque de eso no soltaría prenda ante Kurama, pues se trataba del mensaje que había intentado hacer llegar a su antigua amada: Yume. Su verdadero sueño.
—En Ōnindo no queda nada para mí. Tal vez me compre una isla remota en Mizu no Kuni con el dinero que saque de Dragón Rojo y me retire a pasar el resto de mis días en la playa, bebiendo daikiris y cobijado entre los voluminosos muslos de alguna bronceada muchacha. No suena mal.
Y no supo si aquello era la mentira más gorda que había dicho en toda su vida o un arrebato de sinceridad.
—Me importa un carajo lo que ese shinobi piense —respondió al fin, con tono resignado—. O lo que Datsue piense. O lo que piense cualquiera. ¿Es que no lo véis? Yo ya no tengo sitio en este mundo, no tengo hogar, no pertenezco a ningún lugar. Soy más un fantasma que una persona.
Ah, pero todo aquello tenía una salvedad, claro. Un faro de luz en el horizonte que le había llevado, justamente, hasta recorrer el camino de vuelta a Uzu no Kuni. Aunque de eso no soltaría prenda ante Kurama, pues se trataba del mensaje que había intentado hacer llegar a su antigua amada: Yume. Su verdadero sueño.
—En Ōnindo no queda nada para mí. Tal vez me compre una isla remota en Mizu no Kuni con el dinero que saque de Dragón Rojo y me retire a pasar el resto de mis días en la playa, bebiendo daikiris y cobijado entre los voluminosos muslos de alguna bronceada muchacha. No suena mal.
Y no supo si aquello era la mentira más gorda que había dicho en toda su vida o un arrebato de sinceridad.