7/02/2020, 18:03
La rutina diaria, hasta hacía bien poco, había sido siempre despertarse y entrenar solo, para luego tras una buena ducha y un desayuno equilibrado, tocaba aprender el oficio de mi padre.
Quien dice aprender, dice mejorar. Por que yo no era, precisamente, un novato. Aunque claro, a ojos de mi padre, cualquiera que no trabajara a su nivel era un novato.
Pero desde la entrada de Yuuna a mi vida, las cosas habían cambiado un poco. Muchas mañanas, cuando aparecía por la puerta del dojo, ella ya estaba allí. Otras veces era al revés. Pero ya no entrenaba solo por las mañanas. Luego, nos volvíamos a encontrar en la forja de mi padre.
El lugar estaba prácticamente dentro del terreno de los Sasaki, aunque la puerta principal daba a la calle. El sitio estaba rodeado por un muro bastante grande, con las paredes blancas y las tejas rojas. En la aprte central habia una casa enorme, de dos pisos y un poco mas apartadas estaban la casa de invitados y dojo. Lo mas alejado de la casa principal era la forja, que tampoco era un edificio pequeño.
El lugar era bastante amplio, aunque quizás, un poco oscuro. Pintar las paredes hubiese sido un malgasto de dinero, se llenaban enseguida de hollín. Quizás lo peor, era que, pese al tamaño, y a que la parte que daba a la calle siempre estaba abierta, allí hacia un calor infernal.
Volviendo a los cambios, mi padre no había puesto absolutamente ninguna pega en que Yuuna trabajara con nosotros, es mas, en cuanto vio que era bastante capaz, se alegró de haberla contratado. Y eso que siempre había rechazado la idea de contratar a alguien de fuera de la familia. Quizás nos había calado desde el primer momento, aunque si lo sabía, se lo tenia bien calladito.
Mi padre era un hombre robusto. Dos veces yo de ancho, con una musculatura bastante destacable y el pelo largo hasta los hombros, y oscuro como el carbon, aunque ya empezaban a notarse las canas. Sus ojos eran grises como el acero.
Allí hacía tanto calor, que siempre trabajábamos con el pelo recogido. A mi no me había empezado a salir si quiera, pero mi padre tenia que afeitarse la barba, aunque había prometido que se la dejaría bien larga cuando se retirara del oficio.
También teníamos que trabajar sin la camiseta, con el torso al descubierto, y aún así, siempre terminábamos empapados de sudor. Obviamente, esa parte no aplicaba a Yuuna, que simplemente se remangaba el Uwagi.
Aquel día, Yuuna no tenía que ir a la academia, así que allí estábamos los tres. Mi padre estaba haciendo una nueva remesa de Shurikens de practica que la academia le había solicitado.
Yuuna trabajaba golpeando el acero de una nueva espada que nos habían encargado hacía un par de días, ya que aún no se atrevía con otro tipo de armas que eran desconocidas para ella.
Yo por mi parte, estaba afilando la hoja de un Kama que mi padre había terminado el día anterior, y cuyo futuro dueño vendría por la tarde a recoger.
Ya estaba casi listo.
Quien dice aprender, dice mejorar. Por que yo no era, precisamente, un novato. Aunque claro, a ojos de mi padre, cualquiera que no trabajara a su nivel era un novato.
Pero desde la entrada de Yuuna a mi vida, las cosas habían cambiado un poco. Muchas mañanas, cuando aparecía por la puerta del dojo, ella ya estaba allí. Otras veces era al revés. Pero ya no entrenaba solo por las mañanas. Luego, nos volvíamos a encontrar en la forja de mi padre.
El lugar estaba prácticamente dentro del terreno de los Sasaki, aunque la puerta principal daba a la calle. El sitio estaba rodeado por un muro bastante grande, con las paredes blancas y las tejas rojas. En la aprte central habia una casa enorme, de dos pisos y un poco mas apartadas estaban la casa de invitados y dojo. Lo mas alejado de la casa principal era la forja, que tampoco era un edificio pequeño.
El lugar era bastante amplio, aunque quizás, un poco oscuro. Pintar las paredes hubiese sido un malgasto de dinero, se llenaban enseguida de hollín. Quizás lo peor, era que, pese al tamaño, y a que la parte que daba a la calle siempre estaba abierta, allí hacia un calor infernal.
Volviendo a los cambios, mi padre no había puesto absolutamente ninguna pega en que Yuuna trabajara con nosotros, es mas, en cuanto vio que era bastante capaz, se alegró de haberla contratado. Y eso que siempre había rechazado la idea de contratar a alguien de fuera de la familia. Quizás nos había calado desde el primer momento, aunque si lo sabía, se lo tenia bien calladito.
Mi padre era un hombre robusto. Dos veces yo de ancho, con una musculatura bastante destacable y el pelo largo hasta los hombros, y oscuro como el carbon, aunque ya empezaban a notarse las canas. Sus ojos eran grises como el acero.
Allí hacía tanto calor, que siempre trabajábamos con el pelo recogido. A mi no me había empezado a salir si quiera, pero mi padre tenia que afeitarse la barba, aunque había prometido que se la dejaría bien larga cuando se retirara del oficio.
También teníamos que trabajar sin la camiseta, con el torso al descubierto, y aún así, siempre terminábamos empapados de sudor. Obviamente, esa parte no aplicaba a Yuuna, que simplemente se remangaba el Uwagi.
Aquel día, Yuuna no tenía que ir a la academia, así que allí estábamos los tres. Mi padre estaba haciendo una nueva remesa de Shurikens de practica que la academia le había solicitado.
Yuuna trabajaba golpeando el acero de una nueva espada que nos habían encargado hacía un par de días, ya que aún no se atrevía con otro tipo de armas que eran desconocidas para ella.
Yo por mi parte, estaba afilando la hoja de un Kama que mi padre había terminado el día anterior, y cuyo futuro dueño vendría por la tarde a recoger.
Ya estaba casi listo.