7/02/2020, 18:53
«En el Valle del Fin. El día 15 de Despedida. Estaré entre las tres estatuas.»
Aquellas habían sido las instrucciones que le había dejado Ayame a Datsue, para que concertara la reunión con su misterioso amigo: Reiji. Sasaki Reiji. ¿Por qué no le dejaba de sonar aquel nombre?
Fuera como fuese, tal y como había comunicado, el día quince del mes, a primera hora de la mañana, una figura encapuchada y cubierta con una gruesa capa de viaje blanca se alzaba sobre las aguas contemplando con gesto pensativo las tres estatuas de los primeros Kage que se alzaban imponentes a su alrededor guardando el sagrado Valle del Fin: Uzumaki Shiomaru, Koichi Riona, Sumizu Kouta... Los tres primeros Kage de las tres nuevas aldeas, aquellos que sacrificaron sus vidas en pos de proteger a la humanidad de la amenaza de los bijū.
O al menos eso es lo que contaba la historia oficial, la que todo el mundo conocía. Porque toda historia cuenta con múltiples facetas, y los bijū tenían su propia versión de los hechos. Ayame expulsó el aire por la nariz. Ahora que conocía ambas versiones, se sentía muy diferente estar entre aquellas estatuas. Ya no sentía aquella admiración, ni ese profundo respeto infundido. Era... otra cosa diferente que no sabía cómo definir.
«Sólo espero que Kurama no se haya enterado también...» Tragó saliva, con esfuerzo y miedo.
La última vez que había estado allí había sufrido el ataque de Kuroyuki y su sello había sido revertido. Y Ayame era bien consciente de que, de haber un segundo encuentro con un General, esta vez no se andaría con chiquitas. Kurama ya sabía que Kokuō se negaba a seguir sus directrices por lo que la próxima vez que se encontrara con un General, como ya había ocurrido con el shinobi de las explosiones, el combate sería a vida o muerte.
Un sonido seco la sacó de sus pensamientos, y la kunoichi volteó la cabeza con rapidez, buscando su origen.