8/02/2020, 00:51
Y aquel fue el último de sus errores.
Las agujas se clavaron sin piedad en el cuerpo de Uchiha Ōkami. Pero el cuerpo del hombre parecía estar constituido por acero y, lejos de gritar de dolor, de retorcerse, o siquiera retroceder; se carcajeó con todas sus fuerzas.
—¡JAJAJA, JAJAJAJAJA, PUTA SUICIDA! —Bramó, antes de dedicarle una escalofriante sonrisa asesina—: Mi turno.
«¡No...!»
Sin posibilidad de defenderse, sin poder apartarse a tiempo para evitarlo, lo último que vio Ayame fue una chispa. Y todo pareció transcurrir de una forma tortuosamente lenta. El terror la invadió cuando su cerebro asimiló lo que estaba a punto de pasar. Pero nada podría haberla preparado para ello. La electricidad recorrió todo su cuerpo, mordiéndola con colmillos afilados. Y entonces vino el dolor. Un dolor que jamás había sentido antes y que se incrementaba aún más por haber hecho uso de sus técnicas acuáticas. Ayame no se escuchó gritar, pero lo hizo como nunca antes lo había hecho. Y el dolor se prolongó durante largos tortuosos segundos, que a ella se le antojaron horas enteras de agonía. En algún momento dejó de sentir. En algún momento cayó al suelo convertida en un charco humeante, con restos de electricidad estática recorriéndola y haciéndola estremecer. En algún momento perdió el sentido.
Ni siquiera fue consciente de que Yokuna la salvó en el último momento.
Después de todo, aquello había sido un auténtico milagro. Si aún seguía viva, era porque así lo había querido Amenokami.
Las agujas se clavaron sin piedad en el cuerpo de Uchiha Ōkami. Pero el cuerpo del hombre parecía estar constituido por acero y, lejos de gritar de dolor, de retorcerse, o siquiera retroceder; se carcajeó con todas sus fuerzas.
—¡JAJAJA, JAJAJAJAJA, PUTA SUICIDA! —Bramó, antes de dedicarle una escalofriante sonrisa asesina—: Mi turno.
«¡No...!»
Sin posibilidad de defenderse, sin poder apartarse a tiempo para evitarlo, lo último que vio Ayame fue una chispa. Y todo pareció transcurrir de una forma tortuosamente lenta. El terror la invadió cuando su cerebro asimiló lo que estaba a punto de pasar. Pero nada podría haberla preparado para ello. La electricidad recorrió todo su cuerpo, mordiéndola con colmillos afilados. Y entonces vino el dolor. Un dolor que jamás había sentido antes y que se incrementaba aún más por haber hecho uso de sus técnicas acuáticas. Ayame no se escuchó gritar, pero lo hizo como nunca antes lo había hecho. Y el dolor se prolongó durante largos tortuosos segundos, que a ella se le antojaron horas enteras de agonía. En algún momento dejó de sentir. En algún momento cayó al suelo convertida en un charco humeante, con restos de electricidad estática recorriéndola y haciéndola estremecer. En algún momento perdió el sentido.
Ni siquiera fue consciente de que Yokuna la salvó en el último momento.
Después de todo, aquello había sido un auténtico milagro. Si aún seguía viva, era porque así lo había querido Amenokami.