9/02/2020, 10:03
Oteando el lugar se dio cuenta de lo duro que seguramente sería trabajar en una forja. Un hombre ya de mediana edad, completamente empapado y con el cabello tan oscuro como el carbón que no necesitaban para calentar aquel lugar se dedicaba a forjar nuevos shuriken mientras una mujer golpeaba sin piedad una espada para darle por fin vida.
Pero a ella le interesaba el otro chico, el que estaba allí, afilando tranquilamente un Kama como si fuera un tesoro: Sasaki Reiji, el chico con cierto aire samurái que había ayudado sin dudarlo en el examen de Chuunin y al que conocía por tener la mejor forja de toda Uzushiogakure
Ella entró con cuidado, aunque no muy convencida tras ver que los tres trabajaban y que a lo mejor no era el mejor momento para pedir un encargo, pero tragando saliva y apretando los puños, no se negó más y cruzó la puerta.
Y pese al frío invierno en el que se encontraban, dentro de aquel lugar hacía un calor digno del propio infierno, sintiéndose con más capas de las que debería conforme pasaban los segundos.
—Buenos días —saludó cuando entró de forma amable—. Hola, Reiji-san, tengo un favor que pedirte. —Aquello último lo dijo dirigiéndose al susodicho, ya en una voz menos audible para el resto, con algo de vergüenza.
Pero a ella le interesaba el otro chico, el que estaba allí, afilando tranquilamente un Kama como si fuera un tesoro: Sasaki Reiji, el chico con cierto aire samurái que había ayudado sin dudarlo en el examen de Chuunin y al que conocía por tener la mejor forja de toda Uzushiogakure
Ella entró con cuidado, aunque no muy convencida tras ver que los tres trabajaban y que a lo mejor no era el mejor momento para pedir un encargo, pero tragando saliva y apretando los puños, no se negó más y cruzó la puerta.
Y pese al frío invierno en el que se encontraban, dentro de aquel lugar hacía un calor digno del propio infierno, sintiéndose con más capas de las que debería conforme pasaban los segundos.
—Buenos días —saludó cuando entró de forma amable—. Hola, Reiji-san, tengo un favor que pedirte. —Aquello último lo dijo dirigiéndose al susodicho, ya en una voz menos audible para el resto, con algo de vergüenza.