9/02/2020, 22:39
(Última modificación: 9/02/2020, 22:40 por Inuzuka Etsu.)
Rao gritó el falso nombre del Inuzuka nada más que éste atravesó el umbral de la puerta, y lo buscó desesperadamente con la mirada. Por otro lado, una segunda voz se negaba a participar en los problemas del primero. Ésta voz estaba claramente más desgastada, y pertenecía a un anciano que vestía unas pantunflas y una bata azul. El anciano, canoso y bajito, peleaba por quitarse de encima al campesino, y por contra éste trataba de tirar del médico para llevarlo. Tanto era así, que habían llegado a la situación más dramática que podía imaginarse. El anciano estaba agarrado a la pata de una mesa, y el tuerto tan colo podía tirar de sus piernas, haciéndolo levitar casi por completo.
«La madre que me parió...»
El campesino aclaró lo que se temía, que el anciano no quería ir. Éste al escuchar las palabras del Inuzuka no hizo más que aferrarse aún más a la pata, inquiriendo no ser cómplice de lo que fuese en lo que estaban metidos. Casi en el acto, al tuerto se le escapó de las manos el anciano, quedándose con tan solo la pantunfla en la mano. El hombre cayó al suelo, obviamente. El tuerto insistió en que si no iba sería peor para él, lo cuál era un argumento que carecía de peso completamente.
—Rao, tranquilízate hombre.
El chico se acercó hacia ambos, sudando de la carrera que se había tenido que pegar. —¿Es usted el médico, verdad?
»Verá, tenemos TODOS aquí un problema. Se lo explico rápido... Rao, está de los nervios porque le rompí de una patada a Búho la pierna. Pensé que era más fuerte, pero no. Yo, tengo el problema de que no quiero que ese tarado de Búho se muera por una hemorragia o algo, un hueso roto hay que tratarlo. No soy un puto sádico como ellos, yo solo llego hasta donde hay que llegar. Pero usted... tiene el problema de que tanto el tuerto, como el cafre —hizo un inciso para señalarse a sí mismo —necesitamos que trates al tipejo ese. Como bien he dicho antes, no me gustaría tener que torturar o matar a nadie.
Le puso la mano sobre el hombro, con una fuerza singularmente alta —¿me comprendes?
Quizás las amenazas no eran lo suyo, o el intentar convencer a la gente, pero tenía que intentarlo. Si no... siempre podía llevarlo a la fuerza.
«La madre que me parió...»
El campesino aclaró lo que se temía, que el anciano no quería ir. Éste al escuchar las palabras del Inuzuka no hizo más que aferrarse aún más a la pata, inquiriendo no ser cómplice de lo que fuese en lo que estaban metidos. Casi en el acto, al tuerto se le escapó de las manos el anciano, quedándose con tan solo la pantunfla en la mano. El hombre cayó al suelo, obviamente. El tuerto insistió en que si no iba sería peor para él, lo cuál era un argumento que carecía de peso completamente.
—Rao, tranquilízate hombre.
El chico se acercó hacia ambos, sudando de la carrera que se había tenido que pegar. —¿Es usted el médico, verdad?
»Verá, tenemos TODOS aquí un problema. Se lo explico rápido... Rao, está de los nervios porque le rompí de una patada a Búho la pierna. Pensé que era más fuerte, pero no. Yo, tengo el problema de que no quiero que ese tarado de Búho se muera por una hemorragia o algo, un hueso roto hay que tratarlo. No soy un puto sádico como ellos, yo solo llego hasta donde hay que llegar. Pero usted... tiene el problema de que tanto el tuerto, como el cafre —hizo un inciso para señalarse a sí mismo —necesitamos que trates al tipejo ese. Como bien he dicho antes, no me gustaría tener que torturar o matar a nadie.
Le puso la mano sobre el hombro, con una fuerza singularmente alta —¿me comprendes?
Quizás las amenazas no eran lo suyo, o el intentar convencer a la gente, pero tenía que intentarlo. Si no... siempre podía llevarlo a la fuerza.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~