10/02/2020, 12:29
Ryū no respondió de manera inmediata, sino que su mirada estaba perdida en algún punto de su Dai Tsuchi. Distraído, uno de sus dedos rozó la inscripción tallada en la cabeza de hierro del arma. La inscripción que le daba nombre: Cometruenos.
—Las tres villas celebran el fin de año plantando semillas, lanzando fuegos artificiales y echando farolillos al aire. Yo tengo otra tradición —le explicó, mucho más hablador de lo normal—. Me deshago de algo que me guste demasiado.
O, como Kaido acababa de decir, cortaba las partes blandas. Aquel año, había sido el tabaco. No por salud —pese a que ahora el único pulmón que le quedaba seguro se lo agradecía—, sino porque no soportaba la dependencia que había generado en él. La forma en que su cuerpo demandaba un cigarro cada pocas horas. Había llegado a la conclusión que le gustaba tanto que le costaba no consumirlo, y por eso, en Despedida del año 218 le había puesto fin, de golpe y porrazo.
En las últimas semanas había estado meditando mucho sobre qué desprenderse en esta Despedida. No había sido sino hasta aquel día que lo tuvo claro.
—Cometruenos ha estado conmigo desde que nací. —Normalmente, esto sería una exageración en boca de otros. Ryū, por otra parte, no era de jugar con las palabras. Cuando hablaba, era literalmente—. La gente la ve, y me ve a mí. —La asociaban tanto a él como la melena a un león. Como el veneno a una serpiente. Como el Sharingan a un Uchiha—. Me he machacado para poder volver a empuñarla. —Ryū no le miraba, sino que sus ojos estaban puestos en el mar, en la línea difusa que se unía con el cielo, emborronada por la niebla. El granizo estaba dando una pequeña tregua y ahora solo llovía—. He hecho sacrificios para manejarla como ella se merece.
Había recuperado kilos y kilos de músculo. Tantos que Kyūtsuki tuvo que ponerle una máquina de oxígeno porque se ahogaba por las noches. Tanto que había citado a Kadio a aquella hora —sin subir juntos— porque no quería que le viese echando el pulmón que le quedaba por la boca por simplemente escalar el maldito acantilado que tenían sobre la guarida. Tanto que notaba su cuerpo como un lastre pesado con el que tuviese que cargar a todas horas. Tanto que se sentía cansado durante todo el día. Y, por eso…
Ryū lanzó la Dai Tsuchi al mar, al mismo tiempo que una luz lejana hendía las nubes. No se llegó a oír el característico rugido del relámpago, sin embargo. Justo en ese momento, la Dai Tsuchi había colisionado contra el océano, levantando una ola a su alrededor y produciendo tal golpetazo que eclipsó el trueno. Se lo comió.
Cometruenos había hecho honor a su nombre por última vez.
—¿Entiendes por qué lo hago, Kaido?
—Las tres villas celebran el fin de año plantando semillas, lanzando fuegos artificiales y echando farolillos al aire. Yo tengo otra tradición —le explicó, mucho más hablador de lo normal—. Me deshago de algo que me guste demasiado.
O, como Kaido acababa de decir, cortaba las partes blandas. Aquel año, había sido el tabaco. No por salud —pese a que ahora el único pulmón que le quedaba seguro se lo agradecía—, sino porque no soportaba la dependencia que había generado en él. La forma en que su cuerpo demandaba un cigarro cada pocas horas. Había llegado a la conclusión que le gustaba tanto que le costaba no consumirlo, y por eso, en Despedida del año 218 le había puesto fin, de golpe y porrazo.
En las últimas semanas había estado meditando mucho sobre qué desprenderse en esta Despedida. No había sido sino hasta aquel día que lo tuvo claro.
—Cometruenos ha estado conmigo desde que nací. —Normalmente, esto sería una exageración en boca de otros. Ryū, por otra parte, no era de jugar con las palabras. Cuando hablaba, era literalmente—. La gente la ve, y me ve a mí. —La asociaban tanto a él como la melena a un león. Como el veneno a una serpiente. Como el Sharingan a un Uchiha—. Me he machacado para poder volver a empuñarla. —Ryū no le miraba, sino que sus ojos estaban puestos en el mar, en la línea difusa que se unía con el cielo, emborronada por la niebla. El granizo estaba dando una pequeña tregua y ahora solo llovía—. He hecho sacrificios para manejarla como ella se merece.
Había recuperado kilos y kilos de músculo. Tantos que Kyūtsuki tuvo que ponerle una máquina de oxígeno porque se ahogaba por las noches. Tanto que había citado a Kadio a aquella hora —sin subir juntos— porque no quería que le viese echando el pulmón que le quedaba por la boca por simplemente escalar el maldito acantilado que tenían sobre la guarida. Tanto que notaba su cuerpo como un lastre pesado con el que tuviese que cargar a todas horas. Tanto que se sentía cansado durante todo el día. Y, por eso…
Ryū lanzó la Dai Tsuchi al mar, al mismo tiempo que una luz lejana hendía las nubes. No se llegó a oír el característico rugido del relámpago, sin embargo. Justo en ese momento, la Dai Tsuchi había colisionado contra el océano, levantando una ola a su alrededor y produciendo tal golpetazo que eclipsó el trueno. Se lo comió.
Cometruenos había hecho honor a su nombre por última vez.
—¿Entiendes por qué lo hago, Kaido?
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