11/02/2020, 00:11
—Las tres villas celebran el fin de año plantando semillas, lanzando fuegos artificiales y echando farolillos al aire. Yo tengo otra tradición —una tradición que bien Money y la Anciana habían tenido el decoro de contarle con el suficiente detalle como para que supiera de qué estaba hablando—. Me deshago de algo que me guste demasiado.
Y aquí, hemos de hacer un paréntesis. A lo largo de su vida como un servidor de Dragón Rojo, Ryū se había desecho tal y como dijo, de algo que le gustase demasiado. O, en pocas palabras, de algo que representase en él una debilidad. El tabaco había sido uno de ellas, y también la más reciente de todas —una medida que bien haría Akame considerar poner en práctica, porque al ritmo con el que fuma el Uchiha, probablemente perdiese primero un pulmón que alguno de sus ojos por el uso excesivo del sharingan—. así como seguramente otras tantas de las que Kaido no tenía conocimiento. Sin embargo, la debilidad extirpada que realmente importaba para entender quién es Ryū, el Gran Dragón, no era otra sino aquella que sentenció a una mafia entera y significó la extinción entera de Kurhebi: el asesinato de su propia esposa e hija, víctimas por el peso de su propia mano. Ellas habían sido entonces su mayor debilidad, y para poder lograr su objetivo, se había deshecho de ellas.
Así que sí, conocía el método impráctico de su mentor, pero aún no era capaz de entenderlo.
—Cometruenos ha estado conmigo desde que nací —Kaido miró a Cometruenos, cuyo aspecto se asemejaba al arma que forja un Dios, y frunció el ceño. ¿Tan antigua era, y realmente estuvo presente en la vida de Ryū desde que era un bebé?—. La gente la ve, y me ve a mí. Me he machacado para poder volver a empuñarla —y Kaido había sido testigo de ello. Había recuperado su temple para poder darle a su arma la blandida que merece, pero a costa, claro, de sacrificio. Así lo era todo en la vida, quid pro quo—. He hecho sacrificios para manejarla como ella se merece.
Cometruenos rompió el viento y abandonó la portentosa mano de su dueño. La gravedad hizo lo propio, y su amada arma cayó al vacío a peso de plomo, precipitándose en el mar, con el murmullo de una centella siendo opacada por el abrazo de Suijin. Los ojos del gyojin permanecieron fijos en la negrura. ¿Así de fácil era para él? ¿era sólo cuestión de abrir la mano y dejar ir?
—Porque te hace débil —sintetizó, tratando de encontrarle la lógica y la razón a lo que seguramente tenía un significado más personal y profundo para él.
Y aquí, hemos de hacer un paréntesis. A lo largo de su vida como un servidor de Dragón Rojo, Ryū se había desecho tal y como dijo, de algo que le gustase demasiado. O, en pocas palabras, de algo que representase en él una debilidad. El tabaco había sido uno de ellas, y también la más reciente de todas —una medida que bien haría Akame considerar poner en práctica, porque al ritmo con el que fuma el Uchiha, probablemente perdiese primero un pulmón que alguno de sus ojos por el uso excesivo del sharingan—. así como seguramente otras tantas de las que Kaido no tenía conocimiento. Sin embargo, la debilidad extirpada que realmente importaba para entender quién es Ryū, el Gran Dragón, no era otra sino aquella que sentenció a una mafia entera y significó la extinción entera de Kurhebi: el asesinato de su propia esposa e hija, víctimas por el peso de su propia mano. Ellas habían sido entonces su mayor debilidad, y para poder lograr su objetivo, se había deshecho de ellas.
Así que sí, conocía el método impráctico de su mentor, pero aún no era capaz de entenderlo.
—Cometruenos ha estado conmigo desde que nací —Kaido miró a Cometruenos, cuyo aspecto se asemejaba al arma que forja un Dios, y frunció el ceño. ¿Tan antigua era, y realmente estuvo presente en la vida de Ryū desde que era un bebé?—. La gente la ve, y me ve a mí. Me he machacado para poder volver a empuñarla —y Kaido había sido testigo de ello. Había recuperado su temple para poder darle a su arma la blandida que merece, pero a costa, claro, de sacrificio. Así lo era todo en la vida, quid pro quo—. He hecho sacrificios para manejarla como ella se merece.
Cometruenos rompió el viento y abandonó la portentosa mano de su dueño. La gravedad hizo lo propio, y su amada arma cayó al vacío a peso de plomo, precipitándose en el mar, con el murmullo de una centella siendo opacada por el abrazo de Suijin. Los ojos del gyojin permanecieron fijos en la negrura. ¿Así de fácil era para él? ¿era sólo cuestión de abrir la mano y dejar ir?
—Porque te hace débil —sintetizó, tratando de encontrarle la lógica y la razón a lo que seguramente tenía un significado más personal y profundo para él.