12/02/2020, 00:33
Eri corría por los tejados de su villa seguida de su hermano, quien estaba demasiado cambiado desde la última vez que lo vio, pero seguía igual de plasta que antaño. Bufaba mientras él la seguía de lejos, pero no dejaba de hacerlo, persistente como era él.
—¡Que no! —chillaba desde lejos—. ¡Déjame, Ryuusuke, por Shiona-sama! —pedía, claramente no muy contenta por la actitud infantil de su hermano.
—¡Venga, Eri, solo quiero que entrenes un rato conmigo! ¡Hana-chan puede mirar! —pedía el otro Uzumaki.
«¡Hana!» Pensaba azorada por su tardía llegada al campo de entrenamiento. Pero tendría que esperar para poder librarse de su hermano.
El problema vino después, tras mirar hacia atrás y pisar una teja algo descolocada de un techo sufrido por el paso del tiempo y el deterioro de la lluvia sobre él, por lo que Eri terminó resbalando y cayendo hacia el vacío con cara de póker pensando en las mil y una maneras de matar a su hermano mayor.
—¡Eri! —exclamó, haciendo un sunshin para coger a su hermana—. ¡Ten más cuidado!
—¡Me cago en tu estampa, Ryuusuke, deja de seguirme! —pidió, y, por fin, él paró su persecución para dejarla en el suelo y marchar por fin a su cita con su pupila. El problema vino después, cuando Eri posó el pie derecho sobre el suelo y sintió miles de kunai clavarse en su tobillo, trastabillando y sujetándose con fuerza a su hermano antes de besarse contra el suelo—. Mierda...
—¿Estás bien?
—No, idiota, me he torcido el tobillo por tu maldita culpa —gruñó con los ojos entrecerrados, queriéndole clavar medio chidori en el hombro por ser tan pesado—. Joder.
Ryuu borró la sonrisa de la cara y levantó de nuevo a su hermana, llevándola al hospital de inmediato.
El cabello corto y desordenado de Ryuusuke volaba con el viento mientras saltaba, una a una, las casas que lo separaba del campo de entrenamiento, donde ya lograba ver asomar una pequeña cabellera clara que no parecía muy contenta al esperar tanto por su sensei. Pronto se vio saltando hacia ella, aterrizando delante y posando su naginata a su lado, sujetándose en ella para impulsarse y quedar frente a la genin, sonriéndola en cuanto se irguiera de nuevo.
—¡Salutaciones, joven moza! —exclamó—. Soy Ryuusuke Uzumaki, pero tú puedes llamarme Ryuu —le guiñó un ojo, y a Hana probablemente le recordase a alguien en particular—. Eri-sensei ha tenido un problema antes de venir aquí y ahora está en el hospital, así que si quieres verla, ya sabes dónde encontrarla —explicó, y luego posó dos dedos sobre su frente antes de despedirse—. ¡Nos vemos!
Y desapareció en una nube de humo.
—¡Que no! —chillaba desde lejos—. ¡Déjame, Ryuusuke, por Shiona-sama! —pedía, claramente no muy contenta por la actitud infantil de su hermano.
—¡Venga, Eri, solo quiero que entrenes un rato conmigo! ¡Hana-chan puede mirar! —pedía el otro Uzumaki.
«¡Hana!» Pensaba azorada por su tardía llegada al campo de entrenamiento. Pero tendría que esperar para poder librarse de su hermano.
El problema vino después, tras mirar hacia atrás y pisar una teja algo descolocada de un techo sufrido por el paso del tiempo y el deterioro de la lluvia sobre él, por lo que Eri terminó resbalando y cayendo hacia el vacío con cara de póker pensando en las mil y una maneras de matar a su hermano mayor.
—¡Eri! —exclamó, haciendo un sunshin para coger a su hermana—. ¡Ten más cuidado!
—¡Me cago en tu estampa, Ryuusuke, deja de seguirme! —pidió, y, por fin, él paró su persecución para dejarla en el suelo y marchar por fin a su cita con su pupila. El problema vino después, cuando Eri posó el pie derecho sobre el suelo y sintió miles de kunai clavarse en su tobillo, trastabillando y sujetándose con fuerza a su hermano antes de besarse contra el suelo—. Mierda...
—¿Estás bien?
—No, idiota, me he torcido el tobillo por tu maldita culpa —gruñó con los ojos entrecerrados, queriéndole clavar medio chidori en el hombro por ser tan pesado—. Joder.
Ryuu borró la sonrisa de la cara y levantó de nuevo a su hermana, llevándola al hospital de inmediato.
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El cabello corto y desordenado de Ryuusuke volaba con el viento mientras saltaba, una a una, las casas que lo separaba del campo de entrenamiento, donde ya lograba ver asomar una pequeña cabellera clara que no parecía muy contenta al esperar tanto por su sensei. Pronto se vio saltando hacia ella, aterrizando delante y posando su naginata a su lado, sujetándose en ella para impulsarse y quedar frente a la genin, sonriéndola en cuanto se irguiera de nuevo.
—¡Salutaciones, joven moza! —exclamó—. Soy Ryuusuke Uzumaki, pero tú puedes llamarme Ryuu —le guiñó un ojo, y a Hana probablemente le recordase a alguien en particular—. Eri-sensei ha tenido un problema antes de venir aquí y ahora está en el hospital, así que si quieres verla, ya sabes dónde encontrarla —explicó, y luego posó dos dedos sobre su frente antes de despedirse—. ¡Nos vemos!
Y desapareció en una nube de humo.