14/02/2020, 11:11
La cuchilla de viento concentrado partió en dos al monstruo, literalmente. Hubo sangre, hubo vísceras, pero ni Kōri ni Daruu apartaron la mirada en ningún momento. Ni siquiera cuando el inerte cuerpo cayó sobre la resplandeciente hierba y emitió un potente y cegador destello de luz con el color del atadecer, mediando entre el rojo y el anaranjado.
Hubo unos segundos de tenso silencio en los que ninguno de los dos shinobi se atrevió a pronunciar palabra alguna. Sólo al cabo de varios segundos, Daruu rompió el hielo:
—Kurama ha creado a esta cosa —aseguró, con total convicción.
Kōri se volvió hacia él, interrogante, pero enseguida se fijó en aquellos ojos perlados que jamás mentían y que eran capaces de ver más allá de los rastros dejados por el chakra.
—Entonces no es un bijū. No es el Yonbi —asintió Kōri. Pero aquella verdad no era mucho más alentadora. Si de verdad había sido Kurama el que había creado a aquella monstruosidad, eso sólo quería decir que su poder estaba mucho más lejos de lo que podrían siquiera imaginar. Y si había sido capaz de crear una criatura así, estaba claro que podría hacer más—. ¿Pero qué hacía aquí? ¿Crees que Kurama ha mandado a esta cosa buscando a Ayame? —preguntó, inusualmente sombrío.
Mientras tanto, en otra parte del bosque, Ayame y Yokuna seguían discutiendo:
—Ayame, por favor, espera un poco —suplicó Yokuna, tratando de impedir que la kunoichi se incorporara. Ella, completamente debilitada, fue incapaz de luchar contra su fuerza y se tuvo que contentar con sujetarse a su antebrazo para no volver a derrumbarse sobre la hierba—. Estoy seguro de que Amedama y Aotsuki podrán con cualquier cosa que les haya atacado —añadió, pero ni él mismo parecía muy convencido de lo que estaba diciendo—. Igual que hemos podido nosotros.
—¿Pero y si no pueden? A nosotros nos ha atacado un shinobi, un ser humano... —protestó ella, cerrando los dedos en su ropa con la desesperación brillando en sus ojos—. Ese rugido no era humano, Yokuna. Ese rugido... ¿Q... Qué hay en el bosque que pueda hacer un sonido así? Nunca en mi vida he escuchado algo igual... Y no... ¡No responden! Tengo que ir... ¡Tengo que ir y ayudarlos! —sollozaba, aunque una parte de ella era bien consciente de que en su estado no podría hacer absolutamente nada.
Y eso la angustiaba aún más.
Hubo unos segundos de tenso silencio en los que ninguno de los dos shinobi se atrevió a pronunciar palabra alguna. Sólo al cabo de varios segundos, Daruu rompió el hielo:
—Kurama ha creado a esta cosa —aseguró, con total convicción.
Kōri se volvió hacia él, interrogante, pero enseguida se fijó en aquellos ojos perlados que jamás mentían y que eran capaces de ver más allá de los rastros dejados por el chakra.
—Entonces no es un bijū. No es el Yonbi —asintió Kōri. Pero aquella verdad no era mucho más alentadora. Si de verdad había sido Kurama el que había creado a aquella monstruosidad, eso sólo quería decir que su poder estaba mucho más lejos de lo que podrían siquiera imaginar. Y si había sido capaz de crear una criatura así, estaba claro que podría hacer más—. ¿Pero qué hacía aquí? ¿Crees que Kurama ha mandado a esta cosa buscando a Ayame? —preguntó, inusualmente sombrío.
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Mientras tanto, en otra parte del bosque, Ayame y Yokuna seguían discutiendo:
—Ayame, por favor, espera un poco —suplicó Yokuna, tratando de impedir que la kunoichi se incorporara. Ella, completamente debilitada, fue incapaz de luchar contra su fuerza y se tuvo que contentar con sujetarse a su antebrazo para no volver a derrumbarse sobre la hierba—. Estoy seguro de que Amedama y Aotsuki podrán con cualquier cosa que les haya atacado —añadió, pero ni él mismo parecía muy convencido de lo que estaba diciendo—. Igual que hemos podido nosotros.
—¿Pero y si no pueden? A nosotros nos ha atacado un shinobi, un ser humano... —protestó ella, cerrando los dedos en su ropa con la desesperación brillando en sus ojos—. Ese rugido no era humano, Yokuna. Ese rugido... ¿Q... Qué hay en el bosque que pueda hacer un sonido así? Nunca en mi vida he escuchado algo igual... Y no... ¡No responden! Tengo que ir... ¡Tengo que ir y ayudarlos! —sollozaba, aunque una parte de ella era bien consciente de que en su estado no podría hacer absolutamente nada.
Y eso la angustiaba aún más.