16/02/2020, 06:05
Ryū no replicó al primer comentario. Kaido era lo suficientemente maduro como para poner en una balanza los pros y los contras y decidir por él mismo. A lo segundo, en cambio, respondió:
—Tres días y cuatro noches. —Ni una más. Ni una menos.
Los días pasaron lentos en Baratie. Ryū podía ser muchas cosas, pero desde luego no era un gran conversador. No le gustaba hablar del tiempo, ni de cualquier otra cosa banal. Ni de mujeres. Ni de fiestas. Ni chistes. Ni nada de nada. Era más bien reservado, y hablaba cuando era necesario hablar. Durante el trayecto, los Ryūtōs se alimentaron de arroz, sándwiches vegetales, salmón, atún, aguacate, fruta variada y una buena cantidad de suplementos alimenticios —todo tipo de batidos proteicos y vitamínicos—. De postre una chuleta de ternera de tres kilos. El cuerpo de Ryū no estaba hecho por un milagro de la genética —que, en parte, también—, sino que era la prueba viviente de esa frase tan manida: somos lo que comemos.
Y Ryū comía sano, limpio, alejado de comidas procesadas y con cuidado de no caer en ninguna deficiencia alimenticia. Si Kaido pretendía ponerse tan fuerte como él, más le valía que empezase a tomar nota.
—Ahí está —dijo Ryū, al final del tercer día, al ver tierra en el horizonte. El Gran Dragón todavía no había aclarado a Kaido cuál era su destino. Lo único que sabía el Umikiba es que habían partido de Ryūgū-jō, bordeando la isla principal del País del Agua por su lado oeste, y luego tomado rumbo noreste, probablemente hacia una de las grandes islas del archipiélago. ¿O pretendían dar la vuelta al mapa y llegar hasta Coladragón? ¿Por eso Ryū había permanecido tan enigmático al respecto?
A aquellas alturas, Kaido solo podía teorizar.
No obstante, Ryū tomó el timón y, lejos de dirigirse a costa, desvió el rumbo para mantenerse a distancia, viajando en paralelo a la isla. Pese a que había dado la impresión de que habían llegado a destino, necesitaron otra noche navegando por el mar hasta que el Gran Dragón viró a costa, con la primera luz del alba, hacia una diminuta playa nevada que se veía en la lejanía.
—Apaga el motor. —Durante el viaje, Kaido había aprendido más bien poco. Pero su inteligencia le daba para recordar cuál era el conmutador requerido y que para apagarlo tenía que ponerlo en modo off.
—Tres días y cuatro noches. —Ni una más. Ni una menos.
Los días pasaron lentos en Baratie. Ryū podía ser muchas cosas, pero desde luego no era un gran conversador. No le gustaba hablar del tiempo, ni de cualquier otra cosa banal. Ni de mujeres. Ni de fiestas. Ni chistes. Ni nada de nada. Era más bien reservado, y hablaba cuando era necesario hablar. Durante el trayecto, los Ryūtōs se alimentaron de arroz, sándwiches vegetales, salmón, atún, aguacate, fruta variada y una buena cantidad de suplementos alimenticios —todo tipo de batidos proteicos y vitamínicos—. De postre una chuleta de ternera de tres kilos. El cuerpo de Ryū no estaba hecho por un milagro de la genética —que, en parte, también—, sino que era la prueba viviente de esa frase tan manida: somos lo que comemos.
Y Ryū comía sano, limpio, alejado de comidas procesadas y con cuidado de no caer en ninguna deficiencia alimenticia. Si Kaido pretendía ponerse tan fuerte como él, más le valía que empezase a tomar nota.
—Ahí está —dijo Ryū, al final del tercer día, al ver tierra en el horizonte. El Gran Dragón todavía no había aclarado a Kaido cuál era su destino. Lo único que sabía el Umikiba es que habían partido de Ryūgū-jō, bordeando la isla principal del País del Agua por su lado oeste, y luego tomado rumbo noreste, probablemente hacia una de las grandes islas del archipiélago. ¿O pretendían dar la vuelta al mapa y llegar hasta Coladragón? ¿Por eso Ryū había permanecido tan enigmático al respecto?
A aquellas alturas, Kaido solo podía teorizar.
No obstante, Ryū tomó el timón y, lejos de dirigirse a costa, desvió el rumbo para mantenerse a distancia, viajando en paralelo a la isla. Pese a que había dado la impresión de que habían llegado a destino, necesitaron otra noche navegando por el mar hasta que el Gran Dragón viró a costa, con la primera luz del alba, hacia una diminuta playa nevada que se veía en la lejanía.
—Apaga el motor. —Durante el viaje, Kaido había aprendido más bien poco. Pero su inteligencia le daba para recordar cuál era el conmutador requerido y que para apagarlo tenía que ponerlo en modo off.
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