16/02/2020, 13:52
(Última modificación: 16/02/2020, 13:54 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Si, es cierto, pero es mejor decir que nos lo encontramos, Yuuna también estaba allí —añadió Reiji, y Ayame miró de reojo a su compañera—. Nos encontramos con Gyūki, no se si te sonara el nombre, pero a Kokuō seguro que le suena.
—Gyūki... —repitió ella, memorizándolo. Ella sólo lo había conocido por el Ocho Colas, y sólo porque se lo había dicho Kokuō. Sabía bien que los a los bijū les gustaba que se refirieran a ellos por sus verdaderos nombres y no por esos denominativos que les habían otorgado los humanos, así que intentó grabárselo a fuego en su memoria por si algún día llegaba a encontrarse cara a cara con él. Aunque su memoria con los nombres era, más bien, volátil.
—Y se que no os lo vais a creer así por que si, ni tu, ni el bijū, por suerte, tu hermano me dejó algo para demostrar que no miento, seguro que reconoces esto.
Ayame le miró sin comprender. Pero no tardó en hacerlo. Y se llevó un buen susto cuando Reiji fue envuelto de repente por una capa de chakra burbujeante de color púrpura, y esa misma energía se arremolinaba en torno a su cabeza en forma de dos cuernos de toro y tras su cuerpo en varias colas. La kunoichi, que no había podido evitar retroceder presa de la impresión, se había quedado blanca como la leche y le observaba con los ojos abiertos como platos.
«¿Así... me veía... cuando perdía el control...?» Se preguntó. Era una sensación terrorífica, el mero contacto de aquella energía con el aire le ponía los pelos de punta. Pero Reiji no parecía haber perdido el control. De hecho... ¡¿Era un jinchūriki siquiera?!
«No. No siento a Gyūki en él, sólo su energía. Parece que... de alguna manera, le ha concedido parte de su poder a este humano.» Kokuō hizo una breve pausa antes de añadir—: «Déjeme hablar con él, Señorita. Cara a cara. En mi verdadera forma.»
—¿Estás segura? —respondió, pero por puro reflejo no lo hizo de forma mental, sino que sus labios lo reprodujo en forma de susurro. Al final lanzó un profundo suspiro y volvió a mirar a su alrededor. Después cruzó los dedos índice y corazón de una mano con los de la otra y una pequeña nube de humo estalló junto a ella.
Y cuando el viento se llevó los jirones reveló la figura de una criatura del tamaño de un caballo, y con el cuerpo de uno, pero con cabeza de cetáceo y ojos aguamarina con una sombra roja como la sangre bordeando su párpado inferior. Su pelaje era de un color que mediaba entre el blanco y el crema en los extremos de los cuatro cuernos puntiagudos que lucía orgullosa sobre su cabeza y las cinco colas que ondeaban tras su cuerpo.
—Reiji, Yuuna, os presento a Kokuō... —los presentó Ayame.
—Gyūki... —repitió ella, memorizándolo. Ella sólo lo había conocido por el Ocho Colas, y sólo porque se lo había dicho Kokuō. Sabía bien que los a los bijū les gustaba que se refirieran a ellos por sus verdaderos nombres y no por esos denominativos que les habían otorgado los humanos, así que intentó grabárselo a fuego en su memoria por si algún día llegaba a encontrarse cara a cara con él. Aunque su memoria con los nombres era, más bien, volátil.
—Y se que no os lo vais a creer así por que si, ni tu, ni el bijū, por suerte, tu hermano me dejó algo para demostrar que no miento, seguro que reconoces esto.
Ayame le miró sin comprender. Pero no tardó en hacerlo. Y se llevó un buen susto cuando Reiji fue envuelto de repente por una capa de chakra burbujeante de color púrpura, y esa misma energía se arremolinaba en torno a su cabeza en forma de dos cuernos de toro y tras su cuerpo en varias colas. La kunoichi, que no había podido evitar retroceder presa de la impresión, se había quedado blanca como la leche y le observaba con los ojos abiertos como platos.
«¿Así... me veía... cuando perdía el control...?» Se preguntó. Era una sensación terrorífica, el mero contacto de aquella energía con el aire le ponía los pelos de punta. Pero Reiji no parecía haber perdido el control. De hecho... ¡¿Era un jinchūriki siquiera?!
«No. No siento a Gyūki en él, sólo su energía. Parece que... de alguna manera, le ha concedido parte de su poder a este humano.» Kokuō hizo una breve pausa antes de añadir—: «Déjeme hablar con él, Señorita. Cara a cara. En mi verdadera forma.»
—¿Estás segura? —respondió, pero por puro reflejo no lo hizo de forma mental, sino que sus labios lo reprodujo en forma de susurro. Al final lanzó un profundo suspiro y volvió a mirar a su alrededor. Después cruzó los dedos índice y corazón de una mano con los de la otra y una pequeña nube de humo estalló junto a ella.
Y cuando el viento se llevó los jirones reveló la figura de una criatura del tamaño de un caballo, y con el cuerpo de uno, pero con cabeza de cetáceo y ojos aguamarina con una sombra roja como la sangre bordeando su párpado inferior. Su pelaje era de un color que mediaba entre el blanco y el crema en los extremos de los cuatro cuernos puntiagudos que lucía orgullosa sobre su cabeza y las cinco colas que ondeaban tras su cuerpo.
—Reiji, Yuuna, os presento a Kokuō... —los presentó Ayame.