16/02/2020, 15:39
La aproximación a tierra fue lenta pero segura. Con el motor apagado, Ryū maniobró con solo la vela mayor izada, hasta situarse a unos treinta o cuarenta metros de la orilla. Recogió las velas, y tiró el ancla al fondo marino. Asegurado Baratie, Ryū llenó una gran mochila impermeable de provisiones y la propia ropa que vestía. Se subió al bauprés y se lanzó al agua.
Ver llegar a Ryū a la orilla era como ver una ballena varada. Sus fosas nasales expulsaban el agua que se colaba por los orificios en cascadas a presión, y su boca no paraba de abrirse y cerrarse en busca de un oxígeno que no encontraba. Con un pulmón menos, necesitaba respirar más rápido para transportar el oxígeno que necesitaban sus desorbitados músculos, pero ni con esas era suficiente.
Completamente desnudo, el Gran Dragón pisó la nieve que ocultaba una playa de arenas grises, y permaneció inmóvil, como una estatua, durante largos minutos. No tenía heridas, pero bufaba como un toro herido de muerte. La cicatriz que le había dejado Uchiha Zaide era de las que dejaban huella, no en lo superficial, sino en lo más hondo. Y no, no metafóricamente. Ryū no era de jugar con las palabras.
Abrió la mochila que llevaba a la espalda y se vistió con un abrigo de piel de oso, una bufanda negra, un pantalón negro y botas negras. Hacía un frío demencial.
—Nadie debe vernos —dijo, buscando con sus orbes verdes movimiento entre los árboles. Un gran bosque rodeaba la playa de lado a lado. Pinos silvestres, abetos… manchados de un blanco tan hermoso y brillante que obligaba a entrecerrar los ojos porque hacía daño a la vista. Literalmente. Ryū no era de jugar con las palabras—. Ningún vivo debe habernos visto —remarcó, por si a Kaido no le había quedado del todo claro.
Ver llegar a Ryū a la orilla era como ver una ballena varada. Sus fosas nasales expulsaban el agua que se colaba por los orificios en cascadas a presión, y su boca no paraba de abrirse y cerrarse en busca de un oxígeno que no encontraba. Con un pulmón menos, necesitaba respirar más rápido para transportar el oxígeno que necesitaban sus desorbitados músculos, pero ni con esas era suficiente.
Completamente desnudo, el Gran Dragón pisó la nieve que ocultaba una playa de arenas grises, y permaneció inmóvil, como una estatua, durante largos minutos. No tenía heridas, pero bufaba como un toro herido de muerte. La cicatriz que le había dejado Uchiha Zaide era de las que dejaban huella, no en lo superficial, sino en lo más hondo. Y no, no metafóricamente. Ryū no era de jugar con las palabras.
Abrió la mochila que llevaba a la espalda y se vistió con un abrigo de piel de oso, una bufanda negra, un pantalón negro y botas negras. Hacía un frío demencial.
—Nadie debe vernos —dijo, buscando con sus orbes verdes movimiento entre los árboles. Un gran bosque rodeaba la playa de lado a lado. Pinos silvestres, abetos… manchados de un blanco tan hermoso y brillante que obligaba a entrecerrar los ojos porque hacía daño a la vista. Literalmente. Ryū no era de jugar con las palabras—. Ningún vivo debe habernos visto —remarcó, por si a Kaido no le había quedado del todo claro.