16/02/2020, 16:58
Una vez llegó a creer con fervor que el terreno más difícil que había tenido que cruzar había sido las dunas del País del Viento. No sólo una, sino hasta dos veces; donde casi pierde la vida en ambas. La primera, por allá en el 217, cuando un buen samaritano le salvó de morir deshidratado. En aquél entonces conoció a un muchacho llamado Riko, y lucharon con piratas del Desierto. La segunda vez, más reciente que la primera, fue en su retorno de la intrusión en la Prisión del Yermo. Misión fallida estrepitosamente, aunque en ese entonces aún no lo sabía. De todas formas, de no ser por el ave milagrosa —que luego supo era el águila que acompañaba a Zaide en lo más alto del acantilado, allá en Ryūgū-jō—. seguramente la hubiese palmado ante el inclemente calor del desierto, de su poderoso sol omnipresente, acabando finalmente hundido entre la arena para ser devorado hasta los huesos por un montón de malditos escarabajos.
Ahora, no obstante, bien que podía debatir esa creencia, pues ahora estaba dándole una probada al otro extremo de la balanza: los climas templados y más extremos de todo ōnindo. Nieve, muchísima nieve. Más densa y más profunda, aunque menos estable que la arena, que caliente y compacta, realmente permitía caminar sobre ella sin mayor inconveniente. El problema con las capas de nieve que cubrían el ancestral bosque que ahora les abrazaba, es que su maleabilidad te obligaba a tener que hundir los pies y gastar más energía en dar cada paso. A veces sentías que si bien avanzabas dos, retrocedías cuatro. Y aunque aquí no transpirabas en seco, sí que perdías líquido con el esfuerzo.
«Maldita sea. ¡Maldita sea!» —a veces, era frustrante. Frustrante que sea la madre naturaleza, hasta ahora, su mayor enemiga, después del hijo de puta de Katame—. «A este paso...»
Jadeaba. El vaho de su aliento le amenizaba la cara, pero se perdía en cuestión de milésimas de segundos en el frío que ahora le calaba bien en los huesos. Y claro que la posibilidad de que se fuese a quebrar las costillas en cientos de pequeñísimas astillas de hielo, tras haberse congelado tal y como pregonaba Ryū, no ayudaba en lo absoluto. Respira más lento, apacigua el ritmo de cada bocanada de aire. Era más fácil decirlo que hacerlo, claro. Una bocanada, luego otra. Uno, dos, tres. Una bocanada, más lenta que la anterior. Uno, dos, tres. Kaido sacó una bufanda de su bolso y la amarró alrededor de su rostro, cubriéndose la nariz y gran parte del cuello. Protegiendo las partes más sensibles y expuestas.
—Si.. si-sigamos.
Ahora, no obstante, bien que podía debatir esa creencia, pues ahora estaba dándole una probada al otro extremo de la balanza: los climas templados y más extremos de todo ōnindo. Nieve, muchísima nieve. Más densa y más profunda, aunque menos estable que la arena, que caliente y compacta, realmente permitía caminar sobre ella sin mayor inconveniente. El problema con las capas de nieve que cubrían el ancestral bosque que ahora les abrazaba, es que su maleabilidad te obligaba a tener que hundir los pies y gastar más energía en dar cada paso. A veces sentías que si bien avanzabas dos, retrocedías cuatro. Y aunque aquí no transpirabas en seco, sí que perdías líquido con el esfuerzo.
«Maldita sea. ¡Maldita sea!» —a veces, era frustrante. Frustrante que sea la madre naturaleza, hasta ahora, su mayor enemiga, después del hijo de puta de Katame—. «A este paso...»
Jadeaba. El vaho de su aliento le amenizaba la cara, pero se perdía en cuestión de milésimas de segundos en el frío que ahora le calaba bien en los huesos. Y claro que la posibilidad de que se fuese a quebrar las costillas en cientos de pequeñísimas astillas de hielo, tras haberse congelado tal y como pregonaba Ryū, no ayudaba en lo absoluto. Respira más lento, apacigua el ritmo de cada bocanada de aire. Era más fácil decirlo que hacerlo, claro. Una bocanada, luego otra. Uno, dos, tres. Una bocanada, más lenta que la anterior. Uno, dos, tres. Kaido sacó una bufanda de su bolso y la amarró alrededor de su rostro, cubriéndose la nariz y gran parte del cuello. Protegiendo las partes más sensibles y expuestas.
—Si.. si-sigamos.