16/02/2020, 20:08
Apropiado, cuanto menos, que aquél lugar fuera el que dio vida al que hoy por hoy conocemos como el Dragón Ryū. Después de todo, su alma y su corazón eran tan gélidos e infranqueables como las gruesas capas de hielo que ahora les envolvían en portentosas infraestructuras talladas que, sin duda alguna, debían provenir de la mano del hombre. O del NInshū, para aquellos ancestros que en los inicios del chakra, apenas vislumbraba el poder del arte a través de, según decían las historias de los tiempos antaños; técnicas elementales.
—Uhm. Lindo lugar para haber muerto y renacido al mismo tiempo —comentó, jocoso. Aunque a sabiendas de que no le haría una pizca de gracia a su nuevo maestro, tomó la antorcha como buenamente pudo y se la acercó para reconfortarse en el calor de una simple llama que bien iba a luchar a capa y espada para no apagarse en el trayecto. El frío era inclemente, y aquél era su hogar. ¿Iba un ínfimo conato de fuego a perturbar su morada? no, no podía a atreverse.
Lo cierto era que, mientras más avanzaran, mejor entendía Kaido el nombre de aquél lugar. Un palacio de hielo en toda regla, con laberínticos pasillos, escaleras, y torres. Unas subían hasta lo más alto, otras descendían hasta lo más profundo. Otras rutas se perdían en pasadizos infranqueables, y algunas invitaban al intruso a morir en una mortal caída de quién sabe cuántos metros. Y lo peor del caso es que el suelo, hecho del hielo más puro, no suponía ser la superficie en la que uno se sintiese seguro para aventurarse a escalar. El chakra era necesario para no perder el agarre y perder el equilibrio y así lo entendió el gyojin cuando vislumbró la ruta elegida por Ryū. Para un mortal cualquiera: un suicidio. Para ellos: un pulso tentando a la suerte.
—Hostia puta, hostia puta —trataba de dar cada paso como si estuviese seguro de que no iba a caer, y evitaba mirar al vacío. De más está decir que falló estrepitosamente, y habrá pegado un vistazo en más de una ocasión para luego levantar la mirada con mayor intensidad—. vamos, queda poco, coño. Queda poco.
Quedaba poco, eso es cierto. Sólo para cruzar el primer puente. ¡Y pensar que para volver, tendrían que tomar el mismo camino! aquél viaje se estaba convirtiendo en una expedición de locos. ¿Pero qué habían encontrado hasta ahora? nada. Hielo, y más hielo. Frío, y más frío. Peldaños y más peldaños. Hasta que...
—La antigua dueña de Cometruenos.
Kaido quedó helado. No por la jodida temperatura, no. Por lo que ahora sus ojos veían. Su cuerpo, incapaz de controlarse, avanzó a expensas de su propio raciocinio y avanzó hasta la pared. Postró su mano en ella, corriendo el riesgo de que el guante se le quedase pegado a la superficie, y contempló el rostro de una mujer. Una mujer, adulta, morena, que yacía dentro del hielo. Como un bebé en el vientre de su madre. La lógica le decía al Umikiba que llevaba allí muchísimos años, pero aunque estuviese muerta, las temperaturas y el hielo mismo la habían conservado en perfectas condiciones. Podría haber sido ayer el día en el que el Palacio se la hubiese tragado, y nadie dudaría de ello.
—¿Pero cómo? —indagó. Miró a Ryū, pero pronto clavó la mirada en la gruesa capa de nuevo—. ¿cómo es que está dentro del jodido hielo? —Kaido siempre había sido muy paciente con los misticismos de Ryū, pero ahora mismo la paciencia se le estaba agotando. Necesitaba respuestas. Y pronto—. ¿quién es? ¿quién es?
—Uhm. Lindo lugar para haber muerto y renacido al mismo tiempo —comentó, jocoso. Aunque a sabiendas de que no le haría una pizca de gracia a su nuevo maestro, tomó la antorcha como buenamente pudo y se la acercó para reconfortarse en el calor de una simple llama que bien iba a luchar a capa y espada para no apagarse en el trayecto. El frío era inclemente, y aquél era su hogar. ¿Iba un ínfimo conato de fuego a perturbar su morada? no, no podía a atreverse.
Lo cierto era que, mientras más avanzaran, mejor entendía Kaido el nombre de aquél lugar. Un palacio de hielo en toda regla, con laberínticos pasillos, escaleras, y torres. Unas subían hasta lo más alto, otras descendían hasta lo más profundo. Otras rutas se perdían en pasadizos infranqueables, y algunas invitaban al intruso a morir en una mortal caída de quién sabe cuántos metros. Y lo peor del caso es que el suelo, hecho del hielo más puro, no suponía ser la superficie en la que uno se sintiese seguro para aventurarse a escalar. El chakra era necesario para no perder el agarre y perder el equilibrio y así lo entendió el gyojin cuando vislumbró la ruta elegida por Ryū. Para un mortal cualquiera: un suicidio. Para ellos: un pulso tentando a la suerte.
—Hostia puta, hostia puta —trataba de dar cada paso como si estuviese seguro de que no iba a caer, y evitaba mirar al vacío. De más está decir que falló estrepitosamente, y habrá pegado un vistazo en más de una ocasión para luego levantar la mirada con mayor intensidad—. vamos, queda poco, coño. Queda poco.
Quedaba poco, eso es cierto. Sólo para cruzar el primer puente. ¡Y pensar que para volver, tendrían que tomar el mismo camino! aquél viaje se estaba convirtiendo en una expedición de locos. ¿Pero qué habían encontrado hasta ahora? nada. Hielo, y más hielo. Frío, y más frío. Peldaños y más peldaños. Hasta que...
—La antigua dueña de Cometruenos.
Kaido quedó helado. No por la jodida temperatura, no. Por lo que ahora sus ojos veían. Su cuerpo, incapaz de controlarse, avanzó a expensas de su propio raciocinio y avanzó hasta la pared. Postró su mano en ella, corriendo el riesgo de que el guante se le quedase pegado a la superficie, y contempló el rostro de una mujer. Una mujer, adulta, morena, que yacía dentro del hielo. Como un bebé en el vientre de su madre. La lógica le decía al Umikiba que llevaba allí muchísimos años, pero aunque estuviese muerta, las temperaturas y el hielo mismo la habían conservado en perfectas condiciones. Podría haber sido ayer el día en el que el Palacio se la hubiese tragado, y nadie dudaría de ello.
—¿Pero cómo? —indagó. Miró a Ryū, pero pronto clavó la mirada en la gruesa capa de nuevo—. ¿cómo es que está dentro del jodido hielo? —Kaido siempre había sido muy paciente con los misticismos de Ryū, pero ahora mismo la paciencia se le estaba agotando. Necesitaba respuestas. Y pronto—. ¿quién es? ¿quién es?