16/02/2020, 21:34
La calma abrazó al tiburón, tras la revelación.
«Que... decepcionante» —pensó. Se había imaginado que Cometruenos había llegado a sus manos tras una intensa batalla con su antigua dueña, que en su cabeza bien podría haber sido la maestra del propio Ryū. En una situación así había conseguido a Nokomizuchi, después de matar al Kajitsu que la poseía antes de él lo hiciese. Aquél había sido su botín de guerra. En el caso de Ryū y su ahora olvidada arma contundente, nada más alejado de la realidad, por supuesto, siendo que había encontrado aquella estatua humana y al arma que empuñaba por pura casualidad. Kaido se alejó del hielo —. «y qué triste, además, no poder convertirte en cenizas y descansar en paz. Congelada eternamente como una especie de trofeo de guerra. Búf.»
Lamentablemente, no podía hacer nada por ella. Ni aunque tuviese las energías para hacerlo.
Nuevos caminos incluso más serpenteantes que los anteriores le llevaron, finalmente, hasta el umbral de un gigantesco portón que le hacía parecer, en proporción, un juguete dentro de un castillo con el que jugaba un niño. Atrás habían quedado rutas que ya no recordaba, y ahora, frente a él, la antesala les recibía junto a dos enormes guerreros de hielo. Estatuas de barbáricas proporciones con escudo y espada, custodiando la entrada a un nuevo mundo. Maravillado como sólo podía estarlo, Kaido alzó la cabeza y navegó las estelas talladas de los cuerpos de hielo como quien admira una obra de arte y las inscripciones que para él no tenían ningún significado, pero que hizo el esfuerzo de memorizar por si le servía de algo luego. Mágico, todo era mágico. Tan mágico como...
«Me recuerda mucho a las cámaras que dan acceso al Templo de los Señores del Hierro» —oh, sí. El Templo principal, donde la llama de los cinco antiguos señores rendían tributo a la organización. Kaido había tenido el honor de visitarla, antes de que Soroku se hiciese muy cercano al mocoso de Datsue. Ahora se preguntaba qué había sido de ese calvo hijo de puta. ¿Le iría bien en los Herreros?—. «¿qué habrá tras el portón?»
Pronto iba a averiguarlo.
Kaido se cubrió el rostro por el viento helado proveniente del interior.
—Joder.
A veces no hacía falta más que un buen improperio para resumir lo que uno sentía. Kaido estaba fascinado, por la altura del salón, por sus enormes pilares. Por los soldados que se erguían para sostener las ofrendas de fuego. ¿Fuego? ¿Fuego vivo? si parecía que ese portón no se había abierto en una eternidad. ¿Cómo es que...
—Ni a los autores más conocidos de mundos fantásticos se les hubiera podido ocurrir un lugar como este. Parece... parece el hogar de un Rey. Un Rey de la noche.
«Que... decepcionante» —pensó. Se había imaginado que Cometruenos había llegado a sus manos tras una intensa batalla con su antigua dueña, que en su cabeza bien podría haber sido la maestra del propio Ryū. En una situación así había conseguido a Nokomizuchi, después de matar al Kajitsu que la poseía antes de él lo hiciese. Aquél había sido su botín de guerra. En el caso de Ryū y su ahora olvidada arma contundente, nada más alejado de la realidad, por supuesto, siendo que había encontrado aquella estatua humana y al arma que empuñaba por pura casualidad. Kaido se alejó del hielo —. «y qué triste, además, no poder convertirte en cenizas y descansar en paz. Congelada eternamente como una especie de trofeo de guerra. Búf.»
Lamentablemente, no podía hacer nada por ella. Ni aunque tuviese las energías para hacerlo.
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Nuevos caminos incluso más serpenteantes que los anteriores le llevaron, finalmente, hasta el umbral de un gigantesco portón que le hacía parecer, en proporción, un juguete dentro de un castillo con el que jugaba un niño. Atrás habían quedado rutas que ya no recordaba, y ahora, frente a él, la antesala les recibía junto a dos enormes guerreros de hielo. Estatuas de barbáricas proporciones con escudo y espada, custodiando la entrada a un nuevo mundo. Maravillado como sólo podía estarlo, Kaido alzó la cabeza y navegó las estelas talladas de los cuerpos de hielo como quien admira una obra de arte y las inscripciones que para él no tenían ningún significado, pero que hizo el esfuerzo de memorizar por si le servía de algo luego. Mágico, todo era mágico. Tan mágico como...
«Me recuerda mucho a las cámaras que dan acceso al Templo de los Señores del Hierro» —oh, sí. El Templo principal, donde la llama de los cinco antiguos señores rendían tributo a la organización. Kaido había tenido el honor de visitarla, antes de que Soroku se hiciese muy cercano al mocoso de Datsue. Ahora se preguntaba qué había sido de ese calvo hijo de puta. ¿Le iría bien en los Herreros?—. «¿qué habrá tras el portón?»
Pronto iba a averiguarlo.
Crrrrrraaaaaaaaaaaaaaaaajjjjjjjjjjjjjjj…
Kaido se cubrió el rostro por el viento helado proveniente del interior.
—Joder.
A veces no hacía falta más que un buen improperio para resumir lo que uno sentía. Kaido estaba fascinado, por la altura del salón, por sus enormes pilares. Por los soldados que se erguían para sostener las ofrendas de fuego. ¿Fuego? ¿Fuego vivo? si parecía que ese portón no se había abierto en una eternidad. ¿Cómo es que...
—Ni a los autores más conocidos de mundos fantásticos se les hubiera podido ocurrir un lugar como este. Parece... parece el hogar de un Rey. Un Rey de la noche.