16/02/2020, 21:44
Ni en sus más locas suposiciones Akame habría podido esperar que sus demandas iban a ser cumplidas con una literalidad fuera de lo común. Porque cuando aquel tipo que Kurama había esclavizado para tomar una forma humana se desvaneció en una nube de humo, el Uchiha supo dos cosas; la primera, que aquello no había sido sino un Kage Bunshin. Y que por tanto el chakra total del verdadero Kurama sería —al menos— el doble de lo que él había visto. Ese simple pensamiento le encogió el pecho.
La segunda cosa fue que Kurama, en efecto, podía crear vida. Así se lo demostró un rugido ensordecedor a su espalda, que para cuando Akame se volteó descubrió que pertenecía a una horrenda quimera que parecía haber sido creada a imagen y semejanza del Dragón Rojo; una cruel burla del próximo Emperador de Ōnindo, sin duda. Una con tres fauces repletas de afilados dientes, más letales que cualquier filo de acero, que buscaron cerrarse en torno a su comparativamente diminuto cuerpo.
Akame, sin embargo, era rápido; y contaba con su Sharingan. Trató de esquivar la dentellada de aquel monstruo con colas saltando hacia atrás con cuanta fuerza le dejaron sus piernas. De conseguirlo, se alejaría con un par de saltos más, buscando poner distancia entre él y aquella aberración de chakra y escamas. Notó el tacto frío del trono de piedra en su espalda cuando dio con él, y supo que era momento de dejar de huir; debía enfrentar al poder de Kurama con el suyo propio. Y, como el Emperador de Ōnindo estaba a punto de descubrir, aquel joven Uchiha no se dejaba matar fácilmente.
El Sharingan en los ojos de Akame cambió de forma, y los negros tomoe se fundieron en una espiral —irónico— que ocupó todo el iris. Aquellos orbes refulgieron con el poder de su linaje, tratando de proyectar en aquel monstruo nacido de un bijū su propia voluntad; de someterle, aplastando a la de su anterior amo hasta que no le quedara más opción que claudicar. Y cuando lo hiciera, una sola orden se impondría a todo lo demás:
La segunda cosa fue que Kurama, en efecto, podía crear vida. Así se lo demostró un rugido ensordecedor a su espalda, que para cuando Akame se volteó descubrió que pertenecía a una horrenda quimera que parecía haber sido creada a imagen y semejanza del Dragón Rojo; una cruel burla del próximo Emperador de Ōnindo, sin duda. Una con tres fauces repletas de afilados dientes, más letales que cualquier filo de acero, que buscaron cerrarse en torno a su comparativamente diminuto cuerpo.
Akame, sin embargo, era rápido; y contaba con su Sharingan. Trató de esquivar la dentellada de aquel monstruo con colas saltando hacia atrás con cuanta fuerza le dejaron sus piernas. De conseguirlo, se alejaría con un par de saltos más, buscando poner distancia entre él y aquella aberración de chakra y escamas. Notó el tacto frío del trono de piedra en su espalda cuando dio con él, y supo que era momento de dejar de huir; debía enfrentar al poder de Kurama con el suyo propio. Y, como el Emperador de Ōnindo estaba a punto de descubrir, aquel joven Uchiha no se dejaba matar fácilmente.
El Sharingan en los ojos de Akame cambió de forma, y los negros tomoe se fundieron en una espiral —irónico— que ocupó todo el iris. Aquellos orbes refulgieron con el poder de su linaje, tratando de proyectar en aquel monstruo nacido de un bijū su propia voluntad; de someterle, aplastando a la de su anterior amo hasta que no le quedara más opción que claudicar. Y cuando lo hiciera, una sola orden se impondría a todo lo demás:
«Dispárate una bijūdama con toda la potencia que seas capaz.»