17/02/2020, 00:32
Frrsrssss. El fuego de las antorchas perecieron, y quedaron a merced de las flamas de los platos. Kaido asintió ante las instrucciones de su guía y enfocó toda su atención el camino que se asomaba adelante. Mantener la voz baja, le habían pedido. No iba a haber problema. Si nadie le buscaba la cháchara, él tampoco hablaba mucho.
Ambos siguieron pasillo abajo. Kaido miraba a cada guerrero de hielo con el que se cruzaba, pues cosas más extrañas había visto como para que no tuviese presente la posibilidad de que las estatuas se levantasen de su sueño eterno y trataran de matarle. Por suerte, nada de ésto ocurrió, y más pronto que tarde, se adentraban a una nueva habitación.
Un rastro de sangre —supuso él—. quedaba atrás de la puerta. Ahora se encontraban en un salón oval iluminado por algún brillo natural proveniente del submundo. Ésta vez, volvieron a dar con una escena parecida a la anterior: un hombre metido en el corazón del hielo. Ahora se trataba de una especie de samurái que evidenciaba en su rostro la misma sorpresa que acaecía a la otra mujer «es como si no hubiesen visto venir el hielo. ¿Una emboscada?» y que, curiosamente, también tenía un arma junto al hielo. La primera se había visto despojada de su hacha por Ryū. ¿Y ahora qué? ¿pretendía hacer lo mismo con el hombre de la chiva?
Kaido se retorció cuando sintió la puerta cerrarse tras él. Miró a todos lados, atento, y trató de prevenir si algún peligro se ceñía irremediablemente sobre ellos. Si comprobaba que estaban a salvo, por ahora, torcería su mirada hasta el Dragón. ¿Acaso pensaba tratar de arrancar ese mandoble?
Ambos siguieron pasillo abajo. Kaido miraba a cada guerrero de hielo con el que se cruzaba, pues cosas más extrañas había visto como para que no tuviese presente la posibilidad de que las estatuas se levantasen de su sueño eterno y trataran de matarle. Por suerte, nada de ésto ocurrió, y más pronto que tarde, se adentraban a una nueva habitación.
Un rastro de sangre —supuso él—. quedaba atrás de la puerta. Ahora se encontraban en un salón oval iluminado por algún brillo natural proveniente del submundo. Ésta vez, volvieron a dar con una escena parecida a la anterior: un hombre metido en el corazón del hielo. Ahora se trataba de una especie de samurái que evidenciaba en su rostro la misma sorpresa que acaecía a la otra mujer «es como si no hubiesen visto venir el hielo. ¿Una emboscada?» y que, curiosamente, también tenía un arma junto al hielo. La primera se había visto despojada de su hacha por Ryū. ¿Y ahora qué? ¿pretendía hacer lo mismo con el hombre de la chiva?
Kaido se retorció cuando sintió la puerta cerrarse tras él. Miró a todos lados, atento, y trató de prevenir si algún peligro se ceñía irremediablemente sobre ellos. Si comprobaba que estaban a salvo, por ahora, torcería su mirada hasta el Dragón. ¿Acaso pensaba tratar de arrancar ese mandoble?