17/02/2020, 02:20
(Última modificación: 17/02/2020, 02:23 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
—Oh, no. No, no. Ambos os equivocáis. No me refería a eso. —dijo, en clara alusión a la cicatriz que adornaba el pecho de Ryū—. Perdiste algo más que eso. Mucho más valioso —dijo Jujunna—. Te perdiste a ti mismo.
—No, me he reencontrado. He vuelto a ser el que un día fui.
Otra carcajada, cuyo sonido era de tan buen agüero como podía serlo el producido por una soga al tensarse seguido de una silla cayendo al suelo.
—No te engañes a ti mismo. Tu alma está hecha pedazos. La amputaste tú mismo, una y otra y otra vez. En cada Despedida, cortaste algo de ti y lo echaste a la trituradora —rio, y su risa era el gorjeo de mil katanas desenvainando una tras otra—. Eso te hizo más fuerte, eso no puedo dudarlo. Cortaste lo blando y te quedaste con lo duro. Te hiciste implacable. Te volviste inalterable. Ya nada te perturba. Ya nada te emociona. Y por eso mismo, ya no eres capaz de volver a empuñarme, Ryū. Porque te volviste tan duro y tan frío como el hielo que nos rodea. Y el frío no puedo combatirse con más frío. ¿Lo entiendes? Te quedaste con lo más duro, pero no son los huesos, sino la grasa, lo que mejor arde.
Ryū emitió un simple hmm por la boca.
—Deja de jugar con las palabras —replicó, cortante—. ¿Quieres salir de aquí, o no?
Jujunna se pasó la lengua por los labios.
—Si de verdad crees que tienes lo que un día tuviste, ¡hazlo! Sabes cuál es el camino. Eres un Dragón, pero un día fuiste menos que eso. Y al mismo tiempo más. Un día simplemente fuiste su mensajero, el Heraldo del Dragón. Eras el anuncio de su llegada. Porque, ¿cómo anuncia su llegada todo dragón? ¿¡Cómo la anuncia!?
Ryū llevó ambas manos a la empuñadura del mandoble.
—Solo con una cosa —respondió, con la mirada encendida. Así como el león rugía, el lobo aullaba y el oso gruñía, el dragón tenía su particular forma de presentarse—. Solo con una cosa.
La misma que dejaba huérfanos, viudos, huesos calcinados y muerte. La misma que convertía en ceniza todo lo verde. La misma que consumía todo lo vivo. Hacía mucho tiempo, él había sido eso. Pero tras asesinar a su maestro, se había prometido ser algo más. En vez de su mensajero, se había convertido en el mismísimo dragón. Él, y solo él, decidiría cuando lanzar un mensaje. Y había mantenido las fauces cerradas por tanto tiempo, por tantos largos años…
—Solo una cosa. —Se repitió. Abrió la boca, pero no encontró la chispa. Esa que, antaño, no tenía ni falta de buscar. Esa que le salía tan natural como chasquear la lengua. Se dio cuenta que, por mucho que recuperase su antiguo ser, las motivaciones que venían con ello no despertaban en él lo que antes.
Tiró del mandoble, pero la hoja no se movió ni un milímetro del hielo. Por mucha fuerza que tuviese, sus poderosos músculos no eran rival para aquel hielo.
—Te lo dije —escupió Jujunna—. Ya no lo tienes. Deberías dejar probar al chico. ¡Ja! ¡Quizá él sí tenga lo que hay que tener!
—No, me he reencontrado. He vuelto a ser el que un día fui.
Otra carcajada, cuyo sonido era de tan buen agüero como podía serlo el producido por una soga al tensarse seguido de una silla cayendo al suelo.
—No te engañes a ti mismo. Tu alma está hecha pedazos. La amputaste tú mismo, una y otra y otra vez. En cada Despedida, cortaste algo de ti y lo echaste a la trituradora —rio, y su risa era el gorjeo de mil katanas desenvainando una tras otra—. Eso te hizo más fuerte, eso no puedo dudarlo. Cortaste lo blando y te quedaste con lo duro. Te hiciste implacable. Te volviste inalterable. Ya nada te perturba. Ya nada te emociona. Y por eso mismo, ya no eres capaz de volver a empuñarme, Ryū. Porque te volviste tan duro y tan frío como el hielo que nos rodea. Y el frío no puedo combatirse con más frío. ¿Lo entiendes? Te quedaste con lo más duro, pero no son los huesos, sino la grasa, lo que mejor arde.
Ryū emitió un simple hmm por la boca.
—Deja de jugar con las palabras —replicó, cortante—. ¿Quieres salir de aquí, o no?
Jujunna se pasó la lengua por los labios.
—Si de verdad crees que tienes lo que un día tuviste, ¡hazlo! Sabes cuál es el camino. Eres un Dragón, pero un día fuiste menos que eso. Y al mismo tiempo más. Un día simplemente fuiste su mensajero, el Heraldo del Dragón. Eras el anuncio de su llegada. Porque, ¿cómo anuncia su llegada todo dragón? ¿¡Cómo la anuncia!?
Ryū llevó ambas manos a la empuñadura del mandoble.
—Solo con una cosa —respondió, con la mirada encendida. Así como el león rugía, el lobo aullaba y el oso gruñía, el dragón tenía su particular forma de presentarse—. Solo con una cosa.
La misma que dejaba huérfanos, viudos, huesos calcinados y muerte. La misma que convertía en ceniza todo lo verde. La misma que consumía todo lo vivo. Hacía mucho tiempo, él había sido eso. Pero tras asesinar a su maestro, se había prometido ser algo más. En vez de su mensajero, se había convertido en el mismísimo dragón. Él, y solo él, decidiría cuando lanzar un mensaje. Y había mantenido las fauces cerradas por tanto tiempo, por tantos largos años…
—Solo una cosa. —Se repitió. Abrió la boca, pero no encontró la chispa. Esa que, antaño, no tenía ni falta de buscar. Esa que le salía tan natural como chasquear la lengua. Se dio cuenta que, por mucho que recuperase su antiguo ser, las motivaciones que venían con ello no despertaban en él lo que antes.
Tiró del mandoble, pero la hoja no se movió ni un milímetro del hielo. Por mucha fuerza que tuviese, sus poderosos músculos no eran rival para aquel hielo.
—Te lo dije —escupió Jujunna—. Ya no lo tienes. Deberías dejar probar al chico. ¡Ja! ¡Quizá él sí tenga lo que hay que tener!