22/02/2020, 14:47
No tardaron demasiado en empezar a divisar la difusa silueta de Amegakure en la distancia. Los gigantescos rascacielos de metal se recortaban contra el cielo, siempre impertérritos frente a los rayos que terminaban cayendo sobre los más altos, atraídos por sus formas puntiagudas. No importaba, porque esa electricidad sería luego transformada en una forma de energía asimilable para el resto de la aldea. Así habían vivido siempre, y así seguirían viviendo. Las luces de neón , brillantes en la lejanía, actuaron como faro para los viajeros.
Ayame desactivó su técnica de absorción de agua cuando sintió que comenzaban a descender. Roedearon la villa y terminaron aterrizando en el puente de salida. Seguía necesitando algo de reposo, pero al menos ya podía moverse con casi completa normalidad. Cuando los tres shinobi se bajaron de las aves, estas se deshicieron súbitamente y pasaron a convertirse en tres charcos de agua que no tardarían en unirse al resto. El agua siempre regresaba al agua.
Daruu le lanzó el pergamino de la misión a Kōri, que lo atrapó al vuelo.
—Hoy eres el que menos se ha esforzado, sensei —bromeó, antes de proferir un sonoro—. Te toca cobrar la recompensa.
Pero El Hielo se mantenía tan inexpresivo como siempre. No parecía haber captado el tono de broma cuando replicó:
—Te recuerdo que te he tenido que salvar en más de una ocasión.
—Nosotros deberíamos ir a ver a mi madre, a ver si se ha ocupado de los niños y cómo están.
—¡Es cierto! —asintió Ayame—. Aunque quizás Yui-sama debería saber sobre ellos... si es que no lo sabe ya.
—Yo me encargo. Hablaré con Yui-sama —asintió Kōri.
—Iré con Aotsuki-san a presentar mi reporte y a cobrar mi parte —intervino Yokuna—, y si no os importa nos volveremos a ver otro día. Llevo... semanas sin dormir bien.
Ayame se volvió hacia él.
—Espero que nos volvamos a ver en otras circunstancias más... agradables —sonrió—. Y gracias de nuevo. Por todo.
Kōri y Yokuna emprendieron la marcha hacia la Torre de la Arashikage. Y sólo cuando estuvieron a una buena distancia, Ayame se volvió hacia Daruu:
—Oye, en serio, ¿qué hago con el huevo?
Ayame desactivó su técnica de absorción de agua cuando sintió que comenzaban a descender. Roedearon la villa y terminaron aterrizando en el puente de salida. Seguía necesitando algo de reposo, pero al menos ya podía moverse con casi completa normalidad. Cuando los tres shinobi se bajaron de las aves, estas se deshicieron súbitamente y pasaron a convertirse en tres charcos de agua que no tardarían en unirse al resto. El agua siempre regresaba al agua.
Daruu le lanzó el pergamino de la misión a Kōri, que lo atrapó al vuelo.
—Hoy eres el que menos se ha esforzado, sensei —bromeó, antes de proferir un sonoro—. Te toca cobrar la recompensa.
Pero El Hielo se mantenía tan inexpresivo como siempre. No parecía haber captado el tono de broma cuando replicó:
—Te recuerdo que te he tenido que salvar en más de una ocasión.
—Nosotros deberíamos ir a ver a mi madre, a ver si se ha ocupado de los niños y cómo están.
—¡Es cierto! —asintió Ayame—. Aunque quizás Yui-sama debería saber sobre ellos... si es que no lo sabe ya.
—Yo me encargo. Hablaré con Yui-sama —asintió Kōri.
—Iré con Aotsuki-san a presentar mi reporte y a cobrar mi parte —intervino Yokuna—, y si no os importa nos volveremos a ver otro día. Llevo... semanas sin dormir bien.
Ayame se volvió hacia él.
—Espero que nos volvamos a ver en otras circunstancias más... agradables —sonrió—. Y gracias de nuevo. Por todo.
Kōri y Yokuna emprendieron la marcha hacia la Torre de la Arashikage. Y sólo cuando estuvieron a una buena distancia, Ayame se volvió hacia Daruu:
—Oye, en serio, ¿qué hago con el huevo?