23/02/2020, 03:59
—Disculpe los malentendidos y molestias que hayamos podido causar —dijo Takumi.
—Lamentamos el alboroto —complemento Kazuma.
—Soy yo la que debería disculparse, esta no es forma de tratar a quienes me han ayudado —dijo con solemnidad—. Les aseguro que no es así como suelo recibir a mis invitados…
—¿Y qué hay del otro día, de aquel sujeto que echamos a palos? —Y por aquella indiscreción Tamayo recibió un codazo en el costado, de tal fuerza que tuvo que hincarse.
—Sí, bueno… ¿Quién tiene hambre? —pregunto la señora, tratando de disimular—. Podrían acompañarme a cenar… ¿Cierto, Tamayo?
—…Si, señora —dijo mientras se recomponía ante una sonrisa, que poco disimulaba una mirada que la retaba a dejar escapar otra indiscreción—. La cena estará lista dentro de poco. Por favor acompáñenme al comedor.
—De hecho, tanto jaleo me ha dado bastante hambre —reconoció el peliblanco.
Hubo un momento de silencio, que fue disipado por el gruñir de un estómago.
Luego de aquello, Tamayo les guiaría a través de numerosos pasillos, decorados con variedad de pinturas y artesanías. No era difícil adivinar que aquella mujer era una amante del arte, y una con un gusto bastante suntuoso por lo que podía verse. Con un poco más de luz, era claro que la enorme túnica roja que llevaba, tanto que incluso ocultaba sus brazos debajo de una especie de capa, y que el resto de su indumentaria estaban colmadas de bordados y detalles de un dorado tan brillante que se asemejaba al oro, si es que no lo era. Finalmente, terminaron en una habitación, sentados sobre el tatami y frente a una tradicional mesa baja.
—Pediré que traigan la cena —dijo Tamayo mientras se retiraba.
Pasaron unos minutos de incomodo silencio hasta que la señora de la finca se determinó a decir algo.
—Y…Bueno, parece que ya conocieron a mis empleados —dijo, tratando de romper el hielo con una sonrisa trémula, que revelaba que no sabía que decirles o como dirigirse a ellos.
—Lamentamos el alboroto —complemento Kazuma.
—Soy yo la que debería disculparse, esta no es forma de tratar a quienes me han ayudado —dijo con solemnidad—. Les aseguro que no es así como suelo recibir a mis invitados…
—¿Y qué hay del otro día, de aquel sujeto que echamos a palos? —Y por aquella indiscreción Tamayo recibió un codazo en el costado, de tal fuerza que tuvo que hincarse.
—Sí, bueno… ¿Quién tiene hambre? —pregunto la señora, tratando de disimular—. Podrían acompañarme a cenar… ¿Cierto, Tamayo?
—…Si, señora —dijo mientras se recomponía ante una sonrisa, que poco disimulaba una mirada que la retaba a dejar escapar otra indiscreción—. La cena estará lista dentro de poco. Por favor acompáñenme al comedor.
—De hecho, tanto jaleo me ha dado bastante hambre —reconoció el peliblanco.
Hubo un momento de silencio, que fue disipado por el gruñir de un estómago.
Luego de aquello, Tamayo les guiaría a través de numerosos pasillos, decorados con variedad de pinturas y artesanías. No era difícil adivinar que aquella mujer era una amante del arte, y una con un gusto bastante suntuoso por lo que podía verse. Con un poco más de luz, era claro que la enorme túnica roja que llevaba, tanto que incluso ocultaba sus brazos debajo de una especie de capa, y que el resto de su indumentaria estaban colmadas de bordados y detalles de un dorado tan brillante que se asemejaba al oro, si es que no lo era. Finalmente, terminaron en una habitación, sentados sobre el tatami y frente a una tradicional mesa baja.
—Pediré que traigan la cena —dijo Tamayo mientras se retiraba.
Pasaron unos minutos de incomodo silencio hasta que la señora de la finca se determinó a decir algo.
—Y…Bueno, parece que ya conocieron a mis empleados —dijo, tratando de romper el hielo con una sonrisa trémula, que revelaba que no sabía que decirles o como dirigirse a ellos.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)