25/02/2020, 22:11
—. E-entiendo… Aunque… ¡A-aunque tal vez la haya visto y sólo no sabe su nombre! E-es… Es alta, de mi estatura, de hecho. Cabello lacio y negro, pero con el fleco azul muy bonito. ¡Y-y sus ojos son color esmeralda! Suele vestir kimonos muy elegantes y oler a rosas y…
La uzujin se quedó con los ojos como platos al ver a Ranko desmelenarse tanto con la descripción de su amiga. De hecho, empezaba a pensar que catalogarla como amiga sería precipitado. No pudo sino sonreír ante la perdida de vergüenza de la castaña, que volvió tan rápido como se había ido, poniéndose roja al ver el nivel de detalle de su descripción.
Hana caminaba a su lado con una amplia sonrisa, intentando calmar a la kusajin.
—A-ah… ¡D-d-disculpen!
— No tienes que disculparte, Ranko-san. Y puedes llamarme Hana. Lo de la descripción, contra más detalles mejor, ¿a que sí, Daigo-san? — se giró para buscar el apoyo del otro perdido, pero éste estaba perdido del todo.
No había ni rastro de él.
— ¿Daigo-san? — se detuvo al instante, mirando a todos lados y quedandose helada. — Daigo-san, no tiene gracia.
Desde su más tierna infancia, las historias de desapariciones en el bosque habían ido calando en ella, a cada cual más tenebrosa que la anterior. Siempre las había ignorado, en sus numerosos viajes a bosques nunca le había pasado nada similar. Ahora, que lo acababa de vivir, un escalofrio le recorrió la espalda de arriba abajo.
La uzujin se quedó con los ojos como platos al ver a Ranko desmelenarse tanto con la descripción de su amiga. De hecho, empezaba a pensar que catalogarla como amiga sería precipitado. No pudo sino sonreír ante la perdida de vergüenza de la castaña, que volvió tan rápido como se había ido, poniéndose roja al ver el nivel de detalle de su descripción.
Hana caminaba a su lado con una amplia sonrisa, intentando calmar a la kusajin.
—A-ah… ¡D-d-disculpen!
— No tienes que disculparte, Ranko-san. Y puedes llamarme Hana. Lo de la descripción, contra más detalles mejor, ¿a que sí, Daigo-san? — se giró para buscar el apoyo del otro perdido, pero éste estaba perdido del todo.
No había ni rastro de él.
— ¿Daigo-san? — se detuvo al instante, mirando a todos lados y quedandose helada. — Daigo-san, no tiene gracia.
Desde su más tierna infancia, las historias de desapariciones en el bosque habían ido calando en ella, a cada cual más tenebrosa que la anterior. Siempre las había ignorado, en sus numerosos viajes a bosques nunca le había pasado nada similar. Ahora, que lo acababa de vivir, un escalofrio le recorrió la espalda de arriba abajo.