27/02/2020, 19:09
—Las tuyas también molan, sí —contestó Daruu, pasando un brazo por detrás de su hombro y abrazándola afablemente.
Los muchachos llegaron a las puertas de la Pastelería de Kiroe-chan, que había echado el cierre por hoy. Sin embargo, distinguió la silueta de su madre detrás de la barra. Daruu rebuscó en su bolsillo y sacó la llave para abrir la puerta.
—¡Daruu, Ayame! ¡Estáis aquí! —exclamó la madre de Daruu, radiante.
—Hemos acabado con todos —sonrió Daruu—. ¿Llevaste a los críos al Edificio del Arashikage?
Kiroe asintió.
—Sí, a todos. Menos a...
Slurp.
Daruu miró a su izquierda. Sentada en una mesa, la niña pelirroja, la que más había mantenido la calma, estaba allí. Era ella también a la primera que Ayame había salvado. Ahora les miraba con los ojos brillantes mientras se bebía un batido de chocolate.
—Hola, D-Daruu. ¿Ayame? —preguntó la niña, mirando a Kiroe. La pastelera asintió—. Gracias por... salvarnos.
—De... de nada.
—Amegakure tratará de encontrar un hogar para los demás, pero Chiiro quedó muy impresionada contigo y con lo que les dijiste, Daruu. Dice que si va a tener que encontrar una nueva familia prefiere la nuestra.
»Así que saluda a tu nueva hermana.
Daruu abrió la boca y miró a su madre. A la niña. A su madre.
—Yo... pero... —balbuceó.
—Yo solo quiero...
—¡No, no, no es eso! —protestó Daruu, con un ligero sollozo—. Es que me halaga. No dije nada especial... y estoy sorprendido, solo eso. Claro que te puedes quedar.
—Y si no estuviera de acuerdo le corría a hostias, tú tranquila, Chiiro —añadió Kiroe.
La niña rio. No era la primera vez que había reído desde que Daruu les movió con su técnica, ni sería la única. El Hyūga había tenido razón: Kiroe tenía una forma de ser que le alegraba la vida a cualquiera. Quizás nadie pudiera devolverle a sus padres.
...pero si tenía que encontrar una nueva vida, más valía comenzar a buscar. Además, sabía que nunca había pertenecido a Claro de Hitoya.
Sabía que su destino siempre había estado ahí fuera.
Los muchachos llegaron a las puertas de la Pastelería de Kiroe-chan, que había echado el cierre por hoy. Sin embargo, distinguió la silueta de su madre detrás de la barra. Daruu rebuscó en su bolsillo y sacó la llave para abrir la puerta.
—¡Daruu, Ayame! ¡Estáis aquí! —exclamó la madre de Daruu, radiante.
—Hemos acabado con todos —sonrió Daruu—. ¿Llevaste a los críos al Edificio del Arashikage?
Kiroe asintió.
—Sí, a todos. Menos a...
Slurp.
Daruu miró a su izquierda. Sentada en una mesa, la niña pelirroja, la que más había mantenido la calma, estaba allí. Era ella también a la primera que Ayame había salvado. Ahora les miraba con los ojos brillantes mientras se bebía un batido de chocolate.
—Hola, D-Daruu. ¿Ayame? —preguntó la niña, mirando a Kiroe. La pastelera asintió—. Gracias por... salvarnos.
—De... de nada.
—Amegakure tratará de encontrar un hogar para los demás, pero Chiiro quedó muy impresionada contigo y con lo que les dijiste, Daruu. Dice que si va a tener que encontrar una nueva familia prefiere la nuestra.
»Así que saluda a tu nueva hermana.
Daruu abrió la boca y miró a su madre. A la niña. A su madre.
—Yo... pero... —balbuceó.
—Yo solo quiero...
—¡No, no, no es eso! —protestó Daruu, con un ligero sollozo—. Es que me halaga. No dije nada especial... y estoy sorprendido, solo eso. Claro que te puedes quedar.
—Y si no estuviera de acuerdo le corría a hostias, tú tranquila, Chiiro —añadió Kiroe.
La niña rio. No era la primera vez que había reído desde que Daruu les movió con su técnica, ni sería la única. El Hyūga había tenido razón: Kiroe tenía una forma de ser que le alegraba la vida a cualquiera. Quizás nadie pudiera devolverle a sus padres.
...pero si tenía que encontrar una nueva vida, más valía comenzar a buscar. Además, sabía que nunca había pertenecido a Claro de Hitoya.
Sabía que su destino siempre había estado ahí fuera.