29/02/2020, 22:50
—Las tuyas también molan, sí —concedió Daruu, pasándole un brazo por detrás de los hombros, y ella no pudo evitar soltar una risilla.
No tardaron en llegar a las puertas de la Pastelería de Kiroe-chan. El local estaba cerrado aquel día, pero la silueta de Kiroe en movimiento se distinguía a través del cristal, detrás de la barra. Daruu, tras rebuscar en su bolsillo las llaves, abrió y entró.
—¡Daruu, Ayame! ¡Estáis aquí! —exclamó la pastelera, radiante de felicidad.
—Hemos vuelto —Ayame le devolvió una sonrisa cansada pero cálida.
—Hemos acabado con todos —sonrió Daruu, junto a ella—. ¿Llevaste a los críos al Edificio del Arashikage?
—Sí, a todos —asintió—. Menos a...
Ayame la miró interrogante, pero no tuvo tiempo de preguntarle al respecto. El inconfundible sonido del sorbo por una pajita captó su atención. Cuál sería su sorpresa cuando, al volverse sobre sus talones, se encontrara en una de las mesas a la pequeña de cabellos rojos que había intentado salvar de Nejima y Kodama. La chiquilla los observaba con ojitos brillantes mientras disfrutaba de un batido de chocolate.
A Ayame casi se le saltan las lágrimas al reconocerla. Si no hubiese sido porque temía asustarla como cuando intentó animar a los chiquillos en la cueva, se habría lanzado a abrazarla.
—Hola, D-Daruu. ¿Ayame? —preguntó, mirando a Kiroe en busca de confirmación. La pastelera asintió—. Gracias por... salvarnos.
—De... de nada —balbuceó Daruu.
—¡Me alegra tanto ver que estás bien! —exclamó Ayame, limpiándose una lágrima de los ojos.
—Amegakure tratará de encontrar un hogar para los demás —explicó Kiroe—, pero Chiiro quedó muy impresionada contigo y con lo que les dijiste, Daruu. Dice que si va a tener que encontrar una nueva familia prefiere la nuestra. Así que saluda a tu nueva hermana.
Aquello les pilló por sorpresa a ambos. Tanto Ayame como Daruu abrieron los ojos como platos e intercambiaron la mirada entre Kiroe y la pequeña Chiiro, como si estuviesen tratando de dilucidar si estaba hablando en serio o era otra de sus bromas.
Pero iba en serio. Muy en serio.
—Yo... pero... —balbuceó Daruu.
—Yo solo quiero... —farfulló la pequeña, asustada ante la reacción de su nuevo hermanastro.
—¡No, no, no es eso! —Daruu se apresuró a corregirse, con un ligero sollozo—. Es que me halaga. No dije nada especial... y estoy sorprendido, solo eso. Claro que te puedes quedar.
—Y si no estuviera de acuerdo le corría a hostias, tú tranquila, Chiiro —la tranquilizó Kiroe.
Chiiro se rio, y Ayame rio con ella.
—No todos los días vuelves de una misión y te encuentras con que tienes una hermanita nueva, ¿eh? —bromeó Ayame, dándole un suave codazo en las costillas—. Me alegro mucho por ti, Chiiro —le sonrió y le guiñó un ojo—. Aunque no sabes la que te ha caído con este plasta.
No tardaron en llegar a las puertas de la Pastelería de Kiroe-chan. El local estaba cerrado aquel día, pero la silueta de Kiroe en movimiento se distinguía a través del cristal, detrás de la barra. Daruu, tras rebuscar en su bolsillo las llaves, abrió y entró.
—¡Daruu, Ayame! ¡Estáis aquí! —exclamó la pastelera, radiante de felicidad.
—Hemos vuelto —Ayame le devolvió una sonrisa cansada pero cálida.
—Hemos acabado con todos —sonrió Daruu, junto a ella—. ¿Llevaste a los críos al Edificio del Arashikage?
—Sí, a todos —asintió—. Menos a...
Ayame la miró interrogante, pero no tuvo tiempo de preguntarle al respecto. El inconfundible sonido del sorbo por una pajita captó su atención. Cuál sería su sorpresa cuando, al volverse sobre sus talones, se encontrara en una de las mesas a la pequeña de cabellos rojos que había intentado salvar de Nejima y Kodama. La chiquilla los observaba con ojitos brillantes mientras disfrutaba de un batido de chocolate.
A Ayame casi se le saltan las lágrimas al reconocerla. Si no hubiese sido porque temía asustarla como cuando intentó animar a los chiquillos en la cueva, se habría lanzado a abrazarla.
—Hola, D-Daruu. ¿Ayame? —preguntó, mirando a Kiroe en busca de confirmación. La pastelera asintió—. Gracias por... salvarnos.
—De... de nada —balbuceó Daruu.
—¡Me alegra tanto ver que estás bien! —exclamó Ayame, limpiándose una lágrima de los ojos.
—Amegakure tratará de encontrar un hogar para los demás —explicó Kiroe—, pero Chiiro quedó muy impresionada contigo y con lo que les dijiste, Daruu. Dice que si va a tener que encontrar una nueva familia prefiere la nuestra. Así que saluda a tu nueva hermana.
Aquello les pilló por sorpresa a ambos. Tanto Ayame como Daruu abrieron los ojos como platos e intercambiaron la mirada entre Kiroe y la pequeña Chiiro, como si estuviesen tratando de dilucidar si estaba hablando en serio o era otra de sus bromas.
Pero iba en serio. Muy en serio.
—Yo... pero... —balbuceó Daruu.
—Yo solo quiero... —farfulló la pequeña, asustada ante la reacción de su nuevo hermanastro.
—¡No, no, no es eso! —Daruu se apresuró a corregirse, con un ligero sollozo—. Es que me halaga. No dije nada especial... y estoy sorprendido, solo eso. Claro que te puedes quedar.
—Y si no estuviera de acuerdo le corría a hostias, tú tranquila, Chiiro —la tranquilizó Kiroe.
Chiiro se rio, y Ayame rio con ella.
—No todos los días vuelves de una misión y te encuentras con que tienes una hermanita nueva, ¿eh? —bromeó Ayame, dándole un suave codazo en las costillas—. Me alegro mucho por ti, Chiiro —le sonrió y le guiñó un ojo—. Aunque no sabes la que te ha caído con este plasta.