2/03/2020, 17:06
(Última modificación: 2/03/2020, 17:08 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Mi padre y Gyūki murieron peleando contra Kurama. Yo estaba allí.
La confirmación de la sospecha no hizo la noticia más amena. Ayame se había quedado congelada en el sitio, lívida y pálida como la cera. Kokuō, junto a ella, se mostraba impasible al respecto, pero en lo más profundo de su ser se estaba desencadenando una tormenta de dimensiones desconocidas para todos.
Por Kurama, uno de sus hermanos, había asesinado a otro de los suyos. Algo que, hasta el momento, sólo habían hecho los seres humanos.
Aquel era un acto imperdonable. Deleznable...
—Creía que Kurama se limitaba a revertir los sellos... No a... Matar a sus propios hermanos... —balbuceó Ayame, expresando en voz alta los sentimientos de Kokuō—. Lo siento. Lo siento mucho, Yuuna.
Reiji agarró de la mano a su compañera en un gesto protector.
—Gyūki nos contó que durante la pelea Kurama dijo cosas que solo podría saber si había asistido a las reuniones. Así fue como de enteró de que os espiaba —explicó él.
—Yo no pude escuchar nada de lo que se dijeron, tampoco pude verlo bien —añadió Yuuna—. La presencia de Kurama era tan aterradora que me temblaban las piernas y apenas podía moverme.
—No te preocupes, Yuuna. Lo comprendo... Mejor de lo que crees —asintió Ayame, con el sudor frío perlando su frente. Ella misma se había sentido aterrada frente al poder de un bijū, ella misma había experimentado el terror en sus propias carnes cuando se vio cara a cara con Kuroyuki, el aquel mismo sitio, un año atrás. Sólo de recordarlo se le puso el vello de punta, y no pudo evitar echar una ojeada a su alrededor para asegurarse de que, efectivamente, estaban tan solos como al principio.
—A mi no me hace falta confirmación —confirmó Reiji—. Gyūki es un buen amigo, y yo confío en su palabra.
Ayame miró de reojo a Kokuō, que había cerrado los ojos y temblaba ligeramente, con sus colas ondeando de forma inquieta tras su espalda. Era la primera vez que la veía tan alterada y no pudo evitar sentir cierta preocupación por ella. El bijū tardó varios largos segundos en reaccionar.
Un largo y tendido suspiro brotó desde sus fauces.
—Les creo —admitió al fin, entreabriendo los ojos y clavando en Yuuna sus iris aguamarina. ¿Qué otra opción le quedaba después de haber visto todo lo que había visto? ¿Qué alternativa tenía después de ver a uno de los Generales de Kurama atentando contra la vida de Shukaku? Al principio se había convencido de que lo que estaba intentando era revertirle el sello; ahora no le quedaba más opción que admitir que ella había tenido suerte. Suerte de negarse a doblegarse a sus deseos y seguir viva. Kokuō alzó aún más la cabeza—. Yo también tengo un mensaje para ustedes:
»Kurama y su ejército se esconde al norte del País de la Tormenta, más allá de la Cordillera Tsukima. En un hotel al norte de Yukio, llamado Alba del Invierno, un humano llamado Maimai sabrá más al respecto. Eso es todo lo que sé, hagan con esa información lo que les plazca.
Ayame, que se había quedado boquiabierta de la impresión, no salió de su trance hasta pasados unos segundos.
—¡¿¡¿CÓMOOOOO?!?! —bramó, haciendo aspavientos con los brazos—. ¡¿Pero cómo no has dicho nada hasta ahora?!
—Porque no tenía razones para darle esta información a unos humanos como ustedes —replicó Kokuō, de una forma tan calmada que le puso la piel de gallina—. Ya lo dije en su momento, Señorita. A mí me dan igual los humanos, me da igual Kurama y sus aires de grandeza. Yo sólo deseaba vivir en paz.
—¿¡Y entonces qué es lo que ha cambiado para que ahora tengas otra opinión?
—Que ha alzado una de sus colas contra mis Hermanos. Y eso es imperdonable.
La confirmación de la sospecha no hizo la noticia más amena. Ayame se había quedado congelada en el sitio, lívida y pálida como la cera. Kokuō, junto a ella, se mostraba impasible al respecto, pero en lo más profundo de su ser se estaba desencadenando una tormenta de dimensiones desconocidas para todos.
Por Kurama, uno de sus hermanos, había asesinado a otro de los suyos. Algo que, hasta el momento, sólo habían hecho los seres humanos.
Aquel era un acto imperdonable. Deleznable...
—Creía que Kurama se limitaba a revertir los sellos... No a... Matar a sus propios hermanos... —balbuceó Ayame, expresando en voz alta los sentimientos de Kokuō—. Lo siento. Lo siento mucho, Yuuna.
Reiji agarró de la mano a su compañera en un gesto protector.
—Gyūki nos contó que durante la pelea Kurama dijo cosas que solo podría saber si había asistido a las reuniones. Así fue como de enteró de que os espiaba —explicó él.
—Yo no pude escuchar nada de lo que se dijeron, tampoco pude verlo bien —añadió Yuuna—. La presencia de Kurama era tan aterradora que me temblaban las piernas y apenas podía moverme.
—No te preocupes, Yuuna. Lo comprendo... Mejor de lo que crees —asintió Ayame, con el sudor frío perlando su frente. Ella misma se había sentido aterrada frente al poder de un bijū, ella misma había experimentado el terror en sus propias carnes cuando se vio cara a cara con Kuroyuki, el aquel mismo sitio, un año atrás. Sólo de recordarlo se le puso el vello de punta, y no pudo evitar echar una ojeada a su alrededor para asegurarse de que, efectivamente, estaban tan solos como al principio.
—A mi no me hace falta confirmación —confirmó Reiji—. Gyūki es un buen amigo, y yo confío en su palabra.
Ayame miró de reojo a Kokuō, que había cerrado los ojos y temblaba ligeramente, con sus colas ondeando de forma inquieta tras su espalda. Era la primera vez que la veía tan alterada y no pudo evitar sentir cierta preocupación por ella. El bijū tardó varios largos segundos en reaccionar.
Un largo y tendido suspiro brotó desde sus fauces.
—Les creo —admitió al fin, entreabriendo los ojos y clavando en Yuuna sus iris aguamarina. ¿Qué otra opción le quedaba después de haber visto todo lo que había visto? ¿Qué alternativa tenía después de ver a uno de los Generales de Kurama atentando contra la vida de Shukaku? Al principio se había convencido de que lo que estaba intentando era revertirle el sello; ahora no le quedaba más opción que admitir que ella había tenido suerte. Suerte de negarse a doblegarse a sus deseos y seguir viva. Kokuō alzó aún más la cabeza—. Yo también tengo un mensaje para ustedes:
»Kurama y su ejército se esconde al norte del País de la Tormenta, más allá de la Cordillera Tsukima. En un hotel al norte de Yukio, llamado Alba del Invierno, un humano llamado Maimai sabrá más al respecto. Eso es todo lo que sé, hagan con esa información lo que les plazca.
Ayame, que se había quedado boquiabierta de la impresión, no salió de su trance hasta pasados unos segundos.
—¡¿¡¿CÓMOOOOO?!?! —bramó, haciendo aspavientos con los brazos—. ¡¿Pero cómo no has dicho nada hasta ahora?!
—Porque no tenía razones para darle esta información a unos humanos como ustedes —replicó Kokuō, de una forma tan calmada que le puso la piel de gallina—. Ya lo dije en su momento, Señorita. A mí me dan igual los humanos, me da igual Kurama y sus aires de grandeza. Yo sólo deseaba vivir en paz.
—¿¡Y entonces qué es lo que ha cambiado para que ahora tengas otra opinión?
—Que ha alzado una de sus colas contra mis Hermanos. Y eso es imperdonable.