3/03/2020, 19:47
Fueron dos semanas de duro trabajo. La Naginata de Eri tenia que ser completamente perfecta. Primero, por que se lo había prometido, y segundo, por que mi padre no dejaría que algo que no pasara por su estándar terminase en manos de un cliente.
Y cuando la terminé, justo un día antes de lo que había dicho a Eri, me sentí muy realizado. Esperaba que Eri sintiera que era tan perfecta como yo. Que la viera con los mismos ojos o con mejores de lo que yo la veía.
Por que había llegado el día. Había llegado la hora de la verdad. Fue la voz de Eri la que lo anunció cuando entró por la puerta y se dirigió justo a donde estaba yo.
—¡Buenos días Eri-san!
Todos saludaron al verla pasar. Y todos habían sido testigos del proceso de creación de la Naginata, por lo que todos esperaban que le gustase, aunque fijo que no tanto como yo.
—Vamos de nuevo al Dojo, tu Naginata te espera allí.
Dije mientras me levantaba de mi sitio, y me colocaba la camiseta que tenia atada a la cintura. Por que dentro hacía calor, pero fuera era invierno. La guíe por el mismo camino que la otra vez.
Guié a Eri por el mismo camino que habíamos seguido la primera vez, cruzando el estanque de las carpas en dirección al Dojo.
Allí, cubierta por una sabana de color blanco hueso, aguardaba la Naginata que yo mismo había creado. Única. Especial. Hecha para que encajara a la perfección con Eri y solo con Eri.
Aparté la sabana con cuidado, dejando a la vista aquella obra de artesanía, cuyo mango se apoyaba en horizontal sobre dos palos de madera que terminaban en forma de U. Expuesta como si se tratase de una reliquia.
Y para mi lo era.
—Venga, cógela. —la animé a que la empuñara por primera vez mientras me apartaba un poco. —¿Que te parece?
Y cuando la terminé, justo un día antes de lo que había dicho a Eri, me sentí muy realizado. Esperaba que Eri sintiera que era tan perfecta como yo. Que la viera con los mismos ojos o con mejores de lo que yo la veía.
Por que había llegado el día. Había llegado la hora de la verdad. Fue la voz de Eri la que lo anunció cuando entró por la puerta y se dirigió justo a donde estaba yo.
—¡Buenos días Eri-san!
Todos saludaron al verla pasar. Y todos habían sido testigos del proceso de creación de la Naginata, por lo que todos esperaban que le gustase, aunque fijo que no tanto como yo.
—Vamos de nuevo al Dojo, tu Naginata te espera allí.
Dije mientras me levantaba de mi sitio, y me colocaba la camiseta que tenia atada a la cintura. Por que dentro hacía calor, pero fuera era invierno. La guíe por el mismo camino que la otra vez.
Guié a Eri por el mismo camino que habíamos seguido la primera vez, cruzando el estanque de las carpas en dirección al Dojo.
Allí, cubierta por una sabana de color blanco hueso, aguardaba la Naginata que yo mismo había creado. Única. Especial. Hecha para que encajara a la perfección con Eri y solo con Eri.
Aparté la sabana con cuidado, dejando a la vista aquella obra de artesanía, cuyo mango se apoyaba en horizontal sobre dos palos de madera que terminaban en forma de U. Expuesta como si se tratase de una reliquia.
Y para mi lo era.
—Venga, cógela. —la animé a que la empuñara por primera vez mientras me apartaba un poco. —¿Que te parece?