7/03/2020, 14:32
—Un momento por favor —se apresuró a añadir Reiji—. Se que hay mucha información que asimilar, incluso para nosotros, pero no pasó como creéis que pasó. Dejadnos seguir con la historia de Gyūki.
Ayame y Kokuō le miraron, interrogantes.
—¿A qué te refieres? —Fue Ayame quien resumió las preguntas de ambas.
—Gyūki dijo que Kurama quería revertirle el sello para hacerle ver La verdad. No se ni que es revertir el sello, ni a que se refería la verdad, pero entiendo que vosotros sí —dijo, y Ayame y Kokuō intercambiaron una breve mirada—. Kurama buscaba que Gyūki colaborase con él, pero él y Hagane se habían hecho buenos amigos, así que obviamente se negaron a dejar que eso sucediese. Aunque no te importe su conquista, si no estas de su parte, tu hermano considera que estas en su contra, y como sabes, mataros no sirve de nada, volverías a reaparecer, como le ha pasado a Gyūki. Gyūki sugirió que lo que seguramente quisiera hacer Kurama con los que se le opusieran, seria encerrarlos en una vasija, donde nadie pudiese encontrarlos.
Fue escuchar aquellas últimas palabras y todo el cuerpo del bijū se tensó como la cuerda de un violín. Una cuerda... a punto de estallar.
—Para evitar que ésto sucediese con Gyūki, Hagane no tuvo mas remedio que...
—No tuvo mas remedio que practicarse el seppuku.
Ahí estaba. Kurama no había matado directamente a Gyūki, había sido su propio jinchūriki el que, para evitar un destino muchísimo peor para ambos, había abierto la única puerta que le quedaba hacia su libertad: la muerte.
—Es... es horrib... —comenzó a decir Ayame, pero tuvo que interrumpirse a mitad de frase.
El aire se había vuelto repentinamente pesado, húmedo y ardiente, difícil de respirar. Y su epicentro parecía ser la misma Kokuō; que, de un momento a otro, sacudió una de sus colas y la estrelló contra el árbol más cercano. La corteza crujió de forma desagradable. Incapaz de resistir la fuerza de la criatura, terminó partiéndose por la mitad. El árbol cayó con el estrépito de un gigante y entre crujidos de ramas y hojas partiéndose en el proceso.
—¡¿ENCERRANOS?! —bramó, con los ojos desorbitados por una ira primitiva.
—¡Kokuō, relájate, por favor! —suplicó Ayame. Fue a hacer el amago de tocarla, pero se vio obligada a apartar la mano rápidamente. Su cuerpo emanaba vapor hirviendo, literalmente.
—¡¿ACASO PIENSA HACERNOS LO MISMO QUE NOS HACEN LOS HUMANOS?! ¡¿A ESO SE HA REBAJADO?!
Era cuanto menos irónico. Cuando varios humanos, entre ellos sus propios jinchūrikis, estaban comenzando a reconocerles como criaturas sintientes e incluso buscaban la manera de liberarlos de una forma u otra; otro de sus Hermanos parecía querer hacer exactamente lo mismo que habían estado sufriendo hasta ahora.
—¡ES IMPERDONABLE! —rugió, sacudiendo la cabeza y arañando la tierra con sus cascos.
Ayame se interpuso justo delante del bijū. No podía tocarla sin abrasarse las manos, pero intentó llegar hasta ella con sus ojos y su voz.
—¡Kokuō! ¡Buscaremos la manera! ¿Vale? ¡No permitiremos que Kurama ni ninguno de sus Generales se salgan con la suya! ¿De acuerdo? Lucharemos todos juntos.
Kokuō se volvió hacia ella, aún resoplando de forma agitada y sacudiendo las colas tras su cuerpo como una nube de abejas enardecidas. Le costó varios largos segundos, pero el aire regresó a la normalidad y el bijū terminó por relajarse. Pero la mirada de sus ojos seguía siendo tan ardiente como el mismísimo fuego.
—Lucharemos juntas —concedió al fin. Parecía que la amenaza de la que hablaba de su Padre estaba más cerca de lo que creían.
Y Ayame sonrió con suavidad. Aquellas dos palabras encerraban un significado mucho más profundo de lo que cualquiera de los presentes podría siquiera imaginar.
Ayame y Kokuō le miraron, interrogantes.
—¿A qué te refieres? —Fue Ayame quien resumió las preguntas de ambas.
—Gyūki dijo que Kurama quería revertirle el sello para hacerle ver La verdad. No se ni que es revertir el sello, ni a que se refería la verdad, pero entiendo que vosotros sí —dijo, y Ayame y Kokuō intercambiaron una breve mirada—. Kurama buscaba que Gyūki colaborase con él, pero él y Hagane se habían hecho buenos amigos, así que obviamente se negaron a dejar que eso sucediese. Aunque no te importe su conquista, si no estas de su parte, tu hermano considera que estas en su contra, y como sabes, mataros no sirve de nada, volverías a reaparecer, como le ha pasado a Gyūki. Gyūki sugirió que lo que seguramente quisiera hacer Kurama con los que se le opusieran, seria encerrarlos en una vasija, donde nadie pudiese encontrarlos.
Fue escuchar aquellas últimas palabras y todo el cuerpo del bijū se tensó como la cuerda de un violín. Una cuerda... a punto de estallar.
—Para evitar que ésto sucediese con Gyūki, Hagane no tuvo mas remedio que...
—No tuvo mas remedio que practicarse el seppuku.
Ahí estaba. Kurama no había matado directamente a Gyūki, había sido su propio jinchūriki el que, para evitar un destino muchísimo peor para ambos, había abierto la única puerta que le quedaba hacia su libertad: la muerte.
—Es... es horrib... —comenzó a decir Ayame, pero tuvo que interrumpirse a mitad de frase.
El aire se había vuelto repentinamente pesado, húmedo y ardiente, difícil de respirar. Y su epicentro parecía ser la misma Kokuō; que, de un momento a otro, sacudió una de sus colas y la estrelló contra el árbol más cercano. La corteza crujió de forma desagradable. Incapaz de resistir la fuerza de la criatura, terminó partiéndose por la mitad. El árbol cayó con el estrépito de un gigante y entre crujidos de ramas y hojas partiéndose en el proceso.
—¡¿ENCERRANOS?! —bramó, con los ojos desorbitados por una ira primitiva.
—¡Kokuō, relájate, por favor! —suplicó Ayame. Fue a hacer el amago de tocarla, pero se vio obligada a apartar la mano rápidamente. Su cuerpo emanaba vapor hirviendo, literalmente.
—¡¿ACASO PIENSA HACERNOS LO MISMO QUE NOS HACEN LOS HUMANOS?! ¡¿A ESO SE HA REBAJADO?!
Era cuanto menos irónico. Cuando varios humanos, entre ellos sus propios jinchūrikis, estaban comenzando a reconocerles como criaturas sintientes e incluso buscaban la manera de liberarlos de una forma u otra; otro de sus Hermanos parecía querer hacer exactamente lo mismo que habían estado sufriendo hasta ahora.
—¡ES IMPERDONABLE! —rugió, sacudiendo la cabeza y arañando la tierra con sus cascos.
Ayame se interpuso justo delante del bijū. No podía tocarla sin abrasarse las manos, pero intentó llegar hasta ella con sus ojos y su voz.
—¡Kokuō! ¡Buscaremos la manera! ¿Vale? ¡No permitiremos que Kurama ni ninguno de sus Generales se salgan con la suya! ¿De acuerdo? Lucharemos todos juntos.
Kokuō se volvió hacia ella, aún resoplando de forma agitada y sacudiendo las colas tras su cuerpo como una nube de abejas enardecidas. Le costó varios largos segundos, pero el aire regresó a la normalidad y el bijū terminó por relajarse. Pero la mirada de sus ojos seguía siendo tan ardiente como el mismísimo fuego.
—Lucharemos juntas —concedió al fin. Parecía que la amenaza de la que hablaba de su Padre estaba más cerca de lo que creían.
Y Ayame sonrió con suavidad. Aquellas dos palabras encerraban un significado mucho más profundo de lo que cualquiera de los presentes podría siquiera imaginar.