9/03/2020, 19:03
La Pastelería de Kiroe-chan estaba en un momento de máximo apogeo... y sumida en un caos profundo. Kiroe, tras la barra, no paraba de sacar vaso tras vaso, plato tras plato. Una chiquilla de media melena roja carmesí, a quien Ayame reconoció como Chiiro, caminaba resuelta entre las mesas pero agobiada, con una bandeja en cada mano y otra entre el cuello y el codo. Ni una sola de las mesas estaba libre.
—¡Ayame-chan! ¡Hola! ¡Holaaaa...! —reaccionó Chiiro con ilusión y una radiante sonrisa. Las dos no se habían visto desde la misión, y Chiiro tenía en gran estima Ayame, por el poco rato que habían pasado juntas en aquella cueva. En el fondo, le agradecía que hubiera intentado animarles cuando se encontraban en lo más hondo de la oscuridad del corazón, incluso si en aquél momento no lo había conseguido.
Pero Chiiro no pudo entretenerse mucho, pues las mesas reclamaban su atención. Trataba de luchar contra su propio delantal, que le venía exageradamente grande.
—¡Ayame! ¡Perdóname, chiqui, pero es que no puedo atenderte mucho! —Kiroe olfateó el aire—. ¡AY NO! ¡DaruuestáarribaSEMEQUEMANLOSBOLLOS! —La pastelera se dio la vuelta y entró en la cocina de un empellón a la puerta, que se quedó haciendo un vaivén similar a las de las cantinas en esas películas sobre antiguos ninjas que iban a caballo en Sunagakure.
—¡Ayame-chan! ¡Hola! ¡Holaaaa...! —reaccionó Chiiro con ilusión y una radiante sonrisa. Las dos no se habían visto desde la misión, y Chiiro tenía en gran estima Ayame, por el poco rato que habían pasado juntas en aquella cueva. En el fondo, le agradecía que hubiera intentado animarles cuando se encontraban en lo más hondo de la oscuridad del corazón, incluso si en aquél momento no lo había conseguido.
Pero Chiiro no pudo entretenerse mucho, pues las mesas reclamaban su atención. Trataba de luchar contra su propio delantal, que le venía exageradamente grande.
—¡Ayame! ¡Perdóname, chiqui, pero es que no puedo atenderte mucho! —Kiroe olfateó el aire—. ¡AY NO! ¡DaruuestáarribaSEMEQUEMANLOSBOLLOS! —La pastelera se dio la vuelta y entró en la cocina de un empellón a la puerta, que se quedó haciendo un vaivén similar a las de las cantinas en esas películas sobre antiguos ninjas que iban a caballo en Sunagakure.