11/03/2020, 21:06
Pero parecía que la pastelería se encontraba en una de sus horas más concurridas. Pocas veces la había visto tan repleta como lo estaba en aquellos momentos, no parecía haber ninguna mesa libre y el alboroto a su alrededor era como el molesto zumbido de una colmena de abejas enardecidas.
—Huh, parece la hora pico... —comentó Rōga, junto a ella.
—¡Ayame-chan! ¡Hola! ¡Holaaaa...! —la llamada de una chiquilla de brillantes colores carmesíes que vestía un delantal que le venía tan grande como un saco de patatas la sorprendió entre la multitud. Chiiro, con una radiante sonrisa, se movía entre las mesas con varias bandejas entre sus pequeños bracitos.
—¡Hola, Chiiro! ¡Ten cuidado con todas esas bandejas! —la saludó Ayame, devolviéndole la sonrisa. Parecía haberse adaptado muy bien a la vida de la pastelería con su nueva familia. Era todo un alivio verla tan feliz.
—¡Ayame! ¡Perdóname, chiqui, pero es que no puedo atenderte mucho! —la recibió Kiroe, justo antes de olfatear el aire—. ¡AY NO! ¡DaruuestáarribaSEMEQUEMANLOSBOLLOS! —dijo atropelladamente, y antes de que Ayame pudiera añadir nada al respecto desapareció por la puerta de la cocina, dejándola oscilando tras su paso.
—Algo me dice que tendremos que posponer la merienda... no quiero darles más trabajo del que ya tienen —le dijo a Rōga.
—Wait, ¿Amedama vive en esta pastelería? —preguntó su acompañante.
—Bueno... La pastelería es de su madre, ellos viven en el piso de arriba —explicó, mientras echaba a andar hacia la puerta con paso acelerado—. Ven, vamos a buscarle.
Sin pedir ningún tipo de permiso (Ayame ya tenía la suficiente confianza con los Amedama), la kunoichi subió las escaleras de dos en dos.
—¡¡DARUU!!
—Huh, parece la hora pico... —comentó Rōga, junto a ella.
—¡Ayame-chan! ¡Hola! ¡Holaaaa...! —la llamada de una chiquilla de brillantes colores carmesíes que vestía un delantal que le venía tan grande como un saco de patatas la sorprendió entre la multitud. Chiiro, con una radiante sonrisa, se movía entre las mesas con varias bandejas entre sus pequeños bracitos.
—¡Hola, Chiiro! ¡Ten cuidado con todas esas bandejas! —la saludó Ayame, devolviéndole la sonrisa. Parecía haberse adaptado muy bien a la vida de la pastelería con su nueva familia. Era todo un alivio verla tan feliz.
—¡Ayame! ¡Perdóname, chiqui, pero es que no puedo atenderte mucho! —la recibió Kiroe, justo antes de olfatear el aire—. ¡AY NO! ¡DaruuestáarribaSEMEQUEMANLOSBOLLOS! —dijo atropelladamente, y antes de que Ayame pudiera añadir nada al respecto desapareció por la puerta de la cocina, dejándola oscilando tras su paso.
—Algo me dice que tendremos que posponer la merienda... no quiero darles más trabajo del que ya tienen —le dijo a Rōga.
—Wait, ¿Amedama vive en esta pastelería? —preguntó su acompañante.
—Bueno... La pastelería es de su madre, ellos viven en el piso de arriba —explicó, mientras echaba a andar hacia la puerta con paso acelerado—. Ven, vamos a buscarle.
Sin pedir ningún tipo de permiso (Ayame ya tenía la suficiente confianza con los Amedama), la kunoichi subió las escaleras de dos en dos.
—¡¡DARUU!!