11/03/2020, 21:25
—Nunca jamas habia visto pasar mi vida por delante de mi tan rápido —comentó Reiji—. Menos mal que eso de matar al mensajero ya esta pasado de moda.
—¡Reiji! —le riñó Yuuna.
—Perdón, perdón. Que el ambiente estaba muy tenso.
—No tengo nada en contra de ustedes. No tengo ninguna razón para matarlos —replicó Kokuō, estirando el cuello hacia ellos. Pese a sus palabras, la mirada de sus ojos aún era intensa y ardiente. Estaba claro que seguía alterada.
Al menos su cuerpo ya no estaba tan caliente. Ayame pudo comprobarlo cuando apoyó la mano en su cuello.
—En fin, esa era la historia de Gyūki. Ahora el mensaje que me dio para sus hermanos —añadió el shinobi de Uzushiogakure—. Dijo que antes de morir, vuestro padre os advirtió de un mal que azotaría Ōnindo, y que pensabais, con razón, que se trataba de los humanos. Sin embargo, Gyūki cree que Kurama se ha convertido en ese mal.
Ayame intercambió una mirada con Kokuō. El bijū ya le había contado aquella historia, cuando le revirtieron el sello. Sin embargo, el desenlace de aquella catastrófica profecía parecía ser algo que ninguna de las Bestias con Colas podría haber imaginado nunca.
—Dijo que Kurama había sucumbido a la misma ambición que los líderes de las cinco antiguas grandes aldeas, y que para derrotarlo tendrías que luchar junto a nosotros, los humanos, como vuestro padre os instruyo. No solo tu y Ayame, ni Shukaku y Datsue. Todos juntos. Humanos y Bijū.
Kokuō guardó silencio durante varios largos segundos. Meditaba profundamente las palabras de Reiji, rumiándolas, intentando digerirlas. Pero se le hacía difícil, muy difícil. Porque aquel giro de los acontecimientos estaba echando por tierra todas sus pretensiones hasta el momento: Que los humanos eran los monstruos y no los bijū. Que eran los humanos los que los encerraban. Que los bijū eran sus prisioneros, sus víctimas. Y de repente había aparecido Kurama y se había puesto a hacer exactamente lo mismo que ellos.
No era fácil. Nada fácil.
—Kurama... Él también está siguiendo las palabras de Padre, pero de otra manera. De la manera que lo ha interpretado él. Tiene a sus ocho Generales, ellos son los humanos con los que está colaborando. Alianza, lo llamó. Y su intención es convertirse en el Emperador de Ōnindo y que seamos los bijū los que gobernemos sobre los humanos —Kokuō alzó la cabeza, tan alta como su cuerpo lo permitía—. En su momento, lo rechacé. Había ganado la libertad y sólo me interesaba vivir en paz, alejada de cualquier conflicto.
»Pero ahora os pregunto, humanos, ¿cuál es la verdadera visión de Padre sobre la Alianza de los bijū y los humanos? ¿La de mi Hermano Kurama, o...?
—¡Reiji! —le riñó Yuuna.
—Perdón, perdón. Que el ambiente estaba muy tenso.
—No tengo nada en contra de ustedes. No tengo ninguna razón para matarlos —replicó Kokuō, estirando el cuello hacia ellos. Pese a sus palabras, la mirada de sus ojos aún era intensa y ardiente. Estaba claro que seguía alterada.
Al menos su cuerpo ya no estaba tan caliente. Ayame pudo comprobarlo cuando apoyó la mano en su cuello.
—En fin, esa era la historia de Gyūki. Ahora el mensaje que me dio para sus hermanos —añadió el shinobi de Uzushiogakure—. Dijo que antes de morir, vuestro padre os advirtió de un mal que azotaría Ōnindo, y que pensabais, con razón, que se trataba de los humanos. Sin embargo, Gyūki cree que Kurama se ha convertido en ese mal.
Ayame intercambió una mirada con Kokuō. El bijū ya le había contado aquella historia, cuando le revirtieron el sello. Sin embargo, el desenlace de aquella catastrófica profecía parecía ser algo que ninguna de las Bestias con Colas podría haber imaginado nunca.
—Dijo que Kurama había sucumbido a la misma ambición que los líderes de las cinco antiguas grandes aldeas, y que para derrotarlo tendrías que luchar junto a nosotros, los humanos, como vuestro padre os instruyo. No solo tu y Ayame, ni Shukaku y Datsue. Todos juntos. Humanos y Bijū.
Kokuō guardó silencio durante varios largos segundos. Meditaba profundamente las palabras de Reiji, rumiándolas, intentando digerirlas. Pero se le hacía difícil, muy difícil. Porque aquel giro de los acontecimientos estaba echando por tierra todas sus pretensiones hasta el momento: Que los humanos eran los monstruos y no los bijū. Que eran los humanos los que los encerraban. Que los bijū eran sus prisioneros, sus víctimas. Y de repente había aparecido Kurama y se había puesto a hacer exactamente lo mismo que ellos.
No era fácil. Nada fácil.
—Kurama... Él también está siguiendo las palabras de Padre, pero de otra manera. De la manera que lo ha interpretado él. Tiene a sus ocho Generales, ellos son los humanos con los que está colaborando. Alianza, lo llamó. Y su intención es convertirse en el Emperador de Ōnindo y que seamos los bijū los que gobernemos sobre los humanos —Kokuō alzó la cabeza, tan alta como su cuerpo lo permitía—. En su momento, lo rechacé. Había ganado la libertad y sólo me interesaba vivir en paz, alejada de cualquier conflicto.
»Pero ahora os pregunto, humanos, ¿cuál es la verdadera visión de Padre sobre la Alianza de los bijū y los humanos? ¿La de mi Hermano Kurama, o...?