13/03/2020, 20:13
El niño fue a con el peliblanco y tomó su mano con fuerza. Asintió, con su corazoncito latiendo rápido. Si ambos aprovechaban la conmoción y escalaban, verían que había ventanas similares a la misma altura a ambos lados y detrás del edificio.
Después de que Kazuma y Nubu se apartaran un poco y se alistaran para infiltrarse, Ranko se colocó al lado de Daigo, en posición para combatir contra lo que sea que estuviese del otro lado de la puerta. Asintió en dirección al boxeador, preparada.
”Uno, dos…”
—¡TRES! —diría al unísono con el peliverde.
Entonces, un puñetazo y una patada impactarían contra la vieja madera que bloqueaba la entrada. Los tablones cedieron con facilidad ante la fuerza de los shinobi, y los tablones del centro volaron hacia el interior del edificio. El hueco era suficientemente amplio para que entraran.
Había una amplia área dentro, con algunos cachivaches como sillas, mesas y palos rotos movidos hacia los bordes de la estancia. En el otro lado del lugar, frente a Daigo y Ranko, había una jaula hecha de bambú, firmemente atada y asegurada al suelo y a un pilar. Dentro de la jaula había una niña con cola de caballo, quien tenía más cara de aburrida y hastiada que de temerosa. Le hacía falta un zapato.
Había otra persona dentro. Se giró hacia los recién llegados apenas rompieron la puerta. Era una mujer de baja estatura y cabello rojo intenso, peinado en dos coletas cortas que terminaban en picos, como si le hubiesen puesto fijador en demasía. Sus ojos miel claro resaltaban contra el maquillaje negro de su rostro, el cual rodeaba sus orbes cual antifaz y bajaba por sus mejillas como lágrimas. Vestía lo que parecía haber sido un kimono amarillo, pero rasgado y cortado para quitarle las mangas y dejar la parte inferior a la altura de la rodilla. Tenía pulseras y un collar de gruesas cuentas rojas. Soltó un “al fin” antes de tomar una pose amenazante, con las manos a la cadera y las piernas firmemente plantadas.
—¡Oooh jojojojo! —La risa de la chica resonó en todo el edificio. Su voz era aguda, pero intentaba hacerla más grave, como actuada —. ¡Se dignan a venir al rescate de esta pequeña! ¡Bien! ¡Espero hayan traído el dinero que pedí! ¡De lo contrario, Kitora barrerá el suelo con ustedes! ¡Oooh jojojojo!
Ranko no recordaba nada sobre ningún dinero, pero no le prestó mucha atención. Tal vez si hubiese sido otra persona maquillada y disfrazada, tal vez no la habría reconocido, pero al ser una persona con quien había compartido el mundo por la misma cantidad exacta de tiempo, no le costó mucho identificarla.
—¿Kuumi? —susurró.
Después de que Kazuma y Nubu se apartaran un poco y se alistaran para infiltrarse, Ranko se colocó al lado de Daigo, en posición para combatir contra lo que sea que estuviese del otro lado de la puerta. Asintió en dirección al boxeador, preparada.
”Uno, dos…”
—¡TRES! —diría al unísono con el peliverde.
Entonces, un puñetazo y una patada impactarían contra la vieja madera que bloqueaba la entrada. Los tablones cedieron con facilidad ante la fuerza de los shinobi, y los tablones del centro volaron hacia el interior del edificio. El hueco era suficientemente amplio para que entraran.
Había una amplia área dentro, con algunos cachivaches como sillas, mesas y palos rotos movidos hacia los bordes de la estancia. En el otro lado del lugar, frente a Daigo y Ranko, había una jaula hecha de bambú, firmemente atada y asegurada al suelo y a un pilar. Dentro de la jaula había una niña con cola de caballo, quien tenía más cara de aburrida y hastiada que de temerosa. Le hacía falta un zapato.
Había otra persona dentro. Se giró hacia los recién llegados apenas rompieron la puerta. Era una mujer de baja estatura y cabello rojo intenso, peinado en dos coletas cortas que terminaban en picos, como si le hubiesen puesto fijador en demasía. Sus ojos miel claro resaltaban contra el maquillaje negro de su rostro, el cual rodeaba sus orbes cual antifaz y bajaba por sus mejillas como lágrimas. Vestía lo que parecía haber sido un kimono amarillo, pero rasgado y cortado para quitarle las mangas y dejar la parte inferior a la altura de la rodilla. Tenía pulseras y un collar de gruesas cuentas rojas. Soltó un “al fin” antes de tomar una pose amenazante, con las manos a la cadera y las piernas firmemente plantadas.
—¡Oooh jojojojo! —La risa de la chica resonó en todo el edificio. Su voz era aguda, pero intentaba hacerla más grave, como actuada —. ¡Se dignan a venir al rescate de esta pequeña! ¡Bien! ¡Espero hayan traído el dinero que pedí! ¡De lo contrario, Kitora barrerá el suelo con ustedes! ¡Oooh jojojojo!
Ranko no recordaba nada sobre ningún dinero, pero no le prestó mucha atención. Tal vez si hubiese sido otra persona maquillada y disfrazada, tal vez no la habría reconocido, pero al ser una persona con quien había compartido el mundo por la misma cantidad exacta de tiempo, no le costó mucho identificarla.
—¿Kuumi? —susurró.
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