1/04/2020, 16:37
(Última modificación: 1/04/2020, 16:38 por Uzumaki Eri.)
Por quinta vez consecutiva, Eri se apretó las vendas que tenía alrededor de su muñeca izquierda.
Estaba nerviosa, muy nerviosa. Llevaba días entrenando tanto cuerpo y mente para ese momento, pero, a su llegada, sus piernas parecían flaquear y no sabía si salir corriendo y luego pedirle perdón a Hanabi-sama dándose latigazos en la espalda o salir y no dar la talla para luego pedirle perdón igual. Pasó a apretarse las vendas de su muñeca derecha, quizá lo estaba exagerando.
La vestimenta que llevaba había cambiado para el torneo. Simple, sencilla, ataviada con una pequeña túnica de manga corta que cubría su parte superior de color rojizo, llevaba el chaleco reglamentario abierto y su placa, adornando una de sus mangas. De parte baja, unas mallas que terminaban oculta en sus botas ninja. Había puesto vendas en sus muñecas pero no sabía bien la razón, y, por último, se había recogido el poco cabello que le quedaba en una coleta a un lado, coronando su frente con la bandana de Uzushiogakure.
No podía sentarse, no podía esperar enclaustrada allí sin contacto con nadie, pero no podía hacer más. Se movía en círculos, repasando su repertorio y sus opciones, pero a veces era en vano. No recordaba si quiera a veces de que había logrado, por fin, dominar el Uzumaki Fūinjutsu.
Sus nervios estaban ganando esa batalla, pero no ganarían la guerra.
Con los brazos cruzados y la cabeza gacha, fue convocada para acudir al ring. Su corazón latió con fuerza a la vez que su puerta se abrió para encontrarse con un samurái que la indicó por donde ir. Ella asintió a su llamada y lo siguió sin medir palabra.
El sol cegó por un momento su visión, pero los gritos de las gradas inundaron sus oídos cual tsunami. Con cuidado caminó hasta el sitio indicado, mirando a todos lados, intentando visualizar algo, alguien, prosiguiendo con su camino. Una vez subió al ring, sus ojos se posaron en cada uno de los Kage, parándose en Hanabi, tras ello, les dedicó una reverencia.
Y esperó, algo impaciente, a que su contrincante apareciera.
Estaba nerviosa, muy nerviosa. Llevaba días entrenando tanto cuerpo y mente para ese momento, pero, a su llegada, sus piernas parecían flaquear y no sabía si salir corriendo y luego pedirle perdón a Hanabi-sama dándose latigazos en la espalda o salir y no dar la talla para luego pedirle perdón igual. Pasó a apretarse las vendas de su muñeca derecha, quizá lo estaba exagerando.
La vestimenta que llevaba había cambiado para el torneo. Simple, sencilla, ataviada con una pequeña túnica de manga corta que cubría su parte superior de color rojizo, llevaba el chaleco reglamentario abierto y su placa, adornando una de sus mangas. De parte baja, unas mallas que terminaban oculta en sus botas ninja. Había puesto vendas en sus muñecas pero no sabía bien la razón, y, por último, se había recogido el poco cabello que le quedaba en una coleta a un lado, coronando su frente con la bandana de Uzushiogakure.
No podía sentarse, no podía esperar enclaustrada allí sin contacto con nadie, pero no podía hacer más. Se movía en círculos, repasando su repertorio y sus opciones, pero a veces era en vano. No recordaba si quiera a veces de que había logrado, por fin, dominar el Uzumaki Fūinjutsu.
Sus nervios estaban ganando esa batalla, pero no ganarían la guerra.
«Yo puedo hacerlo, puedo hacerlo, por Uzushiogakure»
Con los brazos cruzados y la cabeza gacha, fue convocada para acudir al ring. Su corazón latió con fuerza a la vez que su puerta se abrió para encontrarse con un samurái que la indicó por donde ir. Ella asintió a su llamada y lo siguió sin medir palabra.
El sol cegó por un momento su visión, pero los gritos de las gradas inundaron sus oídos cual tsunami. Con cuidado caminó hasta el sitio indicado, mirando a todos lados, intentando visualizar algo, alguien, prosiguiendo con su camino. Una vez subió al ring, sus ojos se posaron en cada uno de los Kage, parándose en Hanabi, tras ello, les dedicó una reverencia.
«Debo ser respetuosa y educada, no por nada me han enseñado a serlo»
Y esperó, algo impaciente, a que su contrincante apareciera.