6/04/2020, 04:41
Casi fue un honor para Daigo ver como Uchiha Datsue utilizaba su Sharingan para absorber su ténica más poderosa, algo que solo lo había visto hacer una vez, con una Bijuudama que bien podría haer destruido la mitad de Uzushiogakure. Casi pudo sentirse satisfecho con su actuación, habiendo puesto al jōnin contra las cuerdas cuando la derrota del genin ya estaba escrita en piedra desde antes de empezar.
Entonces se preguntó, desesperanzado ¿Quizá eso solo había sucedido porque Datsue lo había permitido? ¿Porque se había confiado y se había puesto a sí mismo en una mala situación? No lo sabía, y no le importaba, el combate ya había terminado.
El boxeador cerró los ojos, derrotado, y toda la satisfacción que sentía empezó a desaparecer a la par que su cuerpo descendía de las alturas. Parecía que ya era hora de poner los pies en tierra y aceptar el límite de su fuerza.
—¿¡ERA ESO?! ¡¡¡NI LO HE SENTIDO!!! —Sí, era eso. Esa era su mejor técnica, su mejor ataque, su último esfuerzo.
Tragó saliva. Sabía horrible. No por la sangre que traia consigo, sino por el horrible sabor a impotencia que se mezclaba con ella.
Casi no le quedaba chakra. Casi no le quedaban energías. Eso era todo.
Casi no le quedaba chakra. Casi no le quedaban energías.
Casi.
Eso no era todo.
Daigo abrió los ojos y vio como estaba a punto de caer encima de Datsue, que se estaba preparando para rematarlo. Tenía que evitarlo, y tenía que hacerlo rápido.
Con la zurda, el joven preparó el sello del carnero.
—¡¡¡KINTUSGI!!! —Gritó Datsue, y Daigo sopló.
Sopló ligeramente haca arriba y hacia adelante, cambiando la dirección de su caída súbitamente, alejándolo de su rival y lanzándolo contra el suelo en un ángulo que tuviera una caída directa y dolorosa contra el suelo.
Ahora, a dos metros de su imponente rival, el boxeador volvía a levantarse, a duras penas.
—No... metas a Kintsugi en esto —le pidió. Lo único que deseaba era poder pelear sin preocuparse por lo que pasaría después, sin preocuparse por nada de lo que sucedía a su alrededor—. En esta pelea... en este ring... solo estamos tú y yo.
Alzó sus puños cargados de voluntad y los cerró una vez más.
»Acabemos con esto.
Casi no podía hablar. Casi no tenía voz, pero si todavía la tenía, significaba que todavía tenía fuerzas, y si todavía tenía fuerzas, significaba que todavía podía pelear, y si todavía podía pelear, significaba que todavía tenía posibilidades de ganar.
Aunque esas posibilidades no fueran casi ninguna.
Entonces se preguntó, desesperanzado ¿Quizá eso solo había sucedido porque Datsue lo había permitido? ¿Porque se había confiado y se había puesto a sí mismo en una mala situación? No lo sabía, y no le importaba, el combate ya había terminado.
El boxeador cerró los ojos, derrotado, y toda la satisfacción que sentía empezó a desaparecer a la par que su cuerpo descendía de las alturas. Parecía que ya era hora de poner los pies en tierra y aceptar el límite de su fuerza.
—¿¡ERA ESO?! ¡¡¡NI LO HE SENTIDO!!! —Sí, era eso. Esa era su mejor técnica, su mejor ataque, su último esfuerzo.
Tragó saliva. Sabía horrible. No por la sangre que traia consigo, sino por el horrible sabor a impotencia que se mezclaba con ella.
Casi no le quedaba chakra. Casi no le quedaban energías. Eso era todo.
Casi no le quedaba chakra. Casi no le quedaban energías.
Casi.
Eso no era todo.
Daigo abrió los ojos y vio como estaba a punto de caer encima de Datsue, que se estaba preparando para rematarlo. Tenía que evitarlo, y tenía que hacerlo rápido.
Con la zurda, el joven preparó el sello del carnero.
—¡¡¡KINTUSGI!!! —Gritó Datsue, y Daigo sopló.
Sopló ligeramente haca arriba y hacia adelante, cambiando la dirección de su caída súbitamente, alejándolo de su rival y lanzándolo contra el suelo en un ángulo que tuviera una caída directa y dolorosa contra el suelo.
Ahora, a dos metros de su imponente rival, el boxeador volvía a levantarse, a duras penas.
—No... metas a Kintsugi en esto —le pidió. Lo único que deseaba era poder pelear sin preocuparse por lo que pasaría después, sin preocuparse por nada de lo que sucedía a su alrededor—. En esta pelea... en este ring... solo estamos tú y yo.
Alzó sus puños cargados de voluntad y los cerró una vez más.
»Acabemos con esto.
Casi no podía hablar. Casi no tenía voz, pero si todavía la tenía, significaba que todavía tenía fuerzas, y si todavía tenía fuerzas, significaba que todavía podía pelear, y si todavía podía pelear, significaba que todavía tenía posibilidades de ganar.
Aunque esas posibilidades no fueran casi ninguna.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
Team pescado.