8/04/2020, 16:38
Pero una vez más la presa huyó de sus colmillos. Pero esto no molestaba al Lobo, ya estaba mentalizado que su oponente haría algo para seguir huyendo y ya tenía una contingencia preparada para ello desde mucho antes y eso empezaba por no quedarse quieto como imbécil; su cuerpo saltó a un lateral y su mano derecha finalmente lanzó la bomba sonora en dirección contraria. Rápidamente se llevó los dedos a las orejas para evitar ser víctima de su propio artilugio; no sabía dónde estaba su rival y su mejor opción era cortar cualquier acción que intentase por consiguiente.
¿A dónde había ido? Eso Eri no lo sabría.
Dos veces en el pasado una bomba de humo había significado la derrota de Rōga, no iba a dejar que sucediese una tercera. El humo no dejaba abrir los ojos, así que no le podía rastrear con la vista. El humo no le dejaba respirar, no podía olerlo. Y tras chingarle las orejas se aseguraba de que no escuchara sus saltos. No ganaba quién tuviera más recursos sino quién los aprovechaba mejor; sabía que el humo se iba a dispersar tarde o temprano y planeó su siguiente jugada en base a ello. Jugaría con su psique, con la presión.
La clave, la clave iban a ser sus gafas, aquella que había recibido con mucha ilusión el día de sus cumpleaños. Y si bien ahora cualquiera con los suficientes billetes en los bolsillos podía tener unos, jamás llegarían a tener el valor emocional que tenían para él. A diferencia de ella él tenía los ojos bien abiertos todo el tiempo a toda, ya que las gafas militares se habían encargado de protegerlo y permitirle estar más atento. Maquinó a mil por hora los posibles contraataques de su oponente. Debía estar pendiente de posibles clones reales o no, de técnicas que ella pudiese preparar con antelación, que intentase esconder algo en un magistral estratagema, cualquier atisbo de lanzar un arma, de querer ponerse a su espalda nuevamente, incluso si su rival desaparecía de su vista como lo hizo Ayame en su momento. Pero para ello Eri debía localizarlo, y para eso debía verle, y para eso debía esperar a que el humo se disipase o bien salirse a toda velocidad de él. Y a menos que Eri tuviese algo aún más raro que esas cadenas de chakra, él tendría los ojos abiertos antes que ella. Cada maldita oportunidad, cada maldito agujero. Incluso de que ella estuviese pensando la misma estrategia que él. Y eso le daría la pauta a jugar su comodín. Él estaba calmado, y sabía que su aterrada rival podría realizar cualquier medida desesperada. Él odiaba las brujerías del Fūinjutsu, pero ciertamente no tenía pegas en decir que planeaba sellar de una vez aquel combate.
El miedo sembrado en la carta marcada.
PV–
CK–
Daños causados:
Accciones Ocultas: 1
¿A dónde había ido? Eso Eri no lo sabría.
Dos veces en el pasado una bomba de humo había significado la derrota de Rōga, no iba a dejar que sucediese una tercera. El humo no dejaba abrir los ojos, así que no le podía rastrear con la vista. El humo no le dejaba respirar, no podía olerlo. Y tras chingarle las orejas se aseguraba de que no escuchara sus saltos. No ganaba quién tuviera más recursos sino quién los aprovechaba mejor; sabía que el humo se iba a dispersar tarde o temprano y planeó su siguiente jugada en base a ello. Jugaría con su psique, con la presión.
La clave, la clave iban a ser sus gafas, aquella que había recibido con mucha ilusión el día de sus cumpleaños. Y si bien ahora cualquiera con los suficientes billetes en los bolsillos podía tener unos, jamás llegarían a tener el valor emocional que tenían para él. A diferencia de ella él tenía los ojos bien abiertos todo el tiempo a toda, ya que las gafas militares se habían encargado de protegerlo y permitirle estar más atento. Maquinó a mil por hora los posibles contraataques de su oponente. Debía estar pendiente de posibles clones reales o no, de técnicas que ella pudiese preparar con antelación, que intentase esconder algo en un magistral estratagema, cualquier atisbo de lanzar un arma, de querer ponerse a su espalda nuevamente, incluso si su rival desaparecía de su vista como lo hizo Ayame en su momento. Pero para ello Eri debía localizarlo, y para eso debía verle, y para eso debía esperar a que el humo se disipase o bien salirse a toda velocidad de él. Y a menos que Eri tuviese algo aún más raro que esas cadenas de chakra, él tendría los ojos abiertos antes que ella. Cada maldita oportunidad, cada maldito agujero. Incluso de que ella estuviese pensando la misma estrategia que él. Y eso le daría la pauta a jugar su comodín. Él estaba calmado, y sabía que su aterrada rival podría realizar cualquier medida desesperada. Él odiaba las brujerías del Fūinjutsu, pero ciertamente no tenía pegas en decir que planeaba sellar de una vez aquel combate.
El miedo sembrado en la carta marcada.
Estado de Rōga
PV
7/225
CK
30/225
+10
–Daños causados:
Accciones Ocultas: 1