23/12/2015, 21:04
(Última modificación: 23/12/2015, 21:05 por Uchiha Datsue.)
Yoshi apenas tardó un minuto en regresar de su cuarto, situado en el segundo piso, vestido con un grueso chaquetón y con otro abrigo de piel en la mano. Era largo y negro, demasiado grande para el cuerpo de Noemi, pero que no por ello dejaría de cumplir con su principal función: proteger del frío. Sin duda, el abrigo pertenecía a Yoshi, pues hasta olía a él.
—Siento que no tenga nada de tu talla —dijo, esbozando una sonrisa de disculpa. Le entregó el abrigo a Noemi y caminó hasta el exterior.
Un descenso brusco de temperatura le recibió, así como un fuerte viento directo a la cara, que le obligó a entrecerrar los ojos. Se colocó la capucha, inclinó la cabeza hacia adelante y suspiró.
—Por aquí —indicó a Noemi, emprendiendo la marcha por el camino del norte.
Sin embargo, apenas había dado un par de pasos cuando una voz le interrumpió.
Disculpen, ¿Puedo acompañarlos?- les dijo, escondiendo su cara con su sombrero de paja- Podrían necesitar algo de ayuda, supongo, si a usted no le molesta mi edad.
Yoshi se dio la vuelta, sorprendido por los continuos ofrecimientos de ayuda que no paraba de recibir.
—¿Cómo…? ¿Quién es…? ¡Oh…! —exclamó finalmente, al darse cuenta que era uno de sus clientes—. No. Quiero decir, sí… Es decir… ¡Que no me molesta, vaya! —exclamó, echo un lío, mientras se rascaba la nuca—. ¿Es usted también un shinobi? —preguntó—. Mi nombre es Yoshi, por cierto —se presentó, mirando también a Noemi—. Encantado de conoceros. Aunque ojalá no fuera por estas circunstancias —añadió, pasando de la sonrisa cordial a los hombros hundidos y la mirada perdida.
No tardó en reaccionar, sin embargo, por culpa del viento helado que recorría aquellas tierras. Con aquel condenado frío no había tiempo para sentimentalismos. Dio media vuelta y emprendió de nuevo la marcha, a grandes zancadas, esperando llegar cuanto antes a su objetivo.
*** *** ***
Casi lloró de alegría cuando llegó hasta la posada. Había pasado ya al lado de varias casas, desperdigadas aquí y allá, y cuando más empezaba a pensar que en aquella aldea no habría posada o cobijo alguno, se topó de pronto con un gran edificio de dos pisos con un cartel que ponía: “Posada”
Sí, había que reconocer que los dueños no se habían comido mucho la cabeza con el nombre, pero a aquellas alturas no iba a ponerle pegas a una nimiedad como aquella. Se sacudió la nieve como pudo y, cuando se disponía a entrar, vio algo a lo lejos.
Eran tres personas, que subían cuesta arriba por el camino opuesto de por donde había llegado. Una de ellas parecía una mujer, con una larga melena rubia que le caía sobre la espalda. Una melena rubia extrañamente familiar…
—Ap-parta —balbuceó un hombre que acababa de abrir la puerta. Un fuerte olor a alcohol llegó hasta el olfato de Datsue—. Quiapartesedixo —masculló de nuevo, claramente ebrio.
El Uchiha se hizo a un lado y dejó pasar al hombre de pelo largo, que tropezó, se cayó al suelo y se levantó como pudo. No tardó en volver a caerse, mientras bajaba dando tumbos por el camino que había empleado Datsue.
Sin embargo, Datsue no esperó el tiempo suficiente como para saber si se volvía a poner en pie. Había sentido el calor proveniente del interior, oído el crepitar de las llamas y, finalmente, visto un deslumbrante fuego ardiendo bajo una amplia chimenea. Y todo lo que no tenía que ver con aquello había dejado de cobrar importancia para él.