4/05/2020, 23:51
Ayame volvió a sacar otro papelito de la caja y, cogiéndolo entre su dedo índice y pulgar, lo colocó frente a su rostro y cerró los ojos en un profundo gesto de concentración. Buscó canalizar el chakra, desde su origen en el centro de su pecho, recorriendo su brazo y terminando en la punta de sus dedos. Le aplicó una mínima cantidad de energía, y entonces...
—Se ha vuelto a mojar.
Aquella voz le arrancó otro suspiro, y Ayame volvió a abrir los ojos y estiró la espalda con un suave quejido. Una réplica idéntica a sí misma pero con los cabellos de un color blanco que se degradaba hacia el crema y los ojos de color aguamarina estaba sentada frente a ella, con las piernas cruzadas sobre la hierba y la cabeza apoyada en las manos. Su gesto mediaba entre la calma y el aburrimiento. Cualquiera que hubiese pasado por allí podría haber llegado a pensar que eran hermanas, quizás mellizas, pero Ayame se había molestado en buscar una cala recóndita en el lago partido. Nadie acudiría a molestarlas.
—¡De verdad que ya no sé qué hacer! —exclamó, arrojando el papel a un lado. Aquel se juntó con otras varias decenas como él. Todos ellos empapados por la influencia de la kunoichi—. ¡No soy capaz de extraer otro chakra que no sea de agua!
Llevaban ya varios días así. Las primeras jornadas, Ayame había aprovechado que su cuerpo aún no se había recuperado del combate contra Daruu para dedicarle todo el tiempo a intentar buscar su segunda naturaleza de chakra, pero ahora que estaba enteramente recuperada y debía dividir el tiempo entre su propio entrenamiento personal y el de su naturaleza de chakra, sentía que estaba perdiendo el tiempo al no lograr ningún avance. Y Kōri no parecía poder darle más consejos que los que le había dado ya.
—Quizás deba intentarlo de otra manera —sugirió Kokuō, ladeando la cabeza.
—¿De otra manera? —repitió Ayame, levantando una ceja—. ¡Creo que ya he probado todo lo que se me ha ocurrido!
—Corríjame si me equivoco, pero cuando realiza una técnica lo primero que hace es moldear el chakra en el interior de su cuerpo y después definir su naturaleza, ¿no es así?
—Sí, claro...
—Pero usted ya tiene una predisposición innata por el Suiton. Es por eso por lo que lo moldea siempre de la misma manera —expuso, gesticulando con la mano en el aire.
Ayame torció el gesto.
—Entonces debería... moldearlo de otra manera... —Supuso, rascándose la coronilla—. ¿Pero cómo puedo moldear el chakra en algo que no sé qué es?
Kokuō alzó los hombros.
—Puede que de una forma similar a cuando utiliza mi chakra —dijo, y sus ojos brillaron momentáneamente—. Supongo que no será lo mismo cuando utiliza su propio chakra que cuando utiliza el mío. Tendrá que buscar algo... diferente.
—Esto es mucho más difícil de lo que parecía en un principio... —Ayame respiró hondo, terriblemente agobiada.
—¿Qué naturaleza le gustaría dominar, Señorita? —le preguntó Kokuō de repente.
—¿Cuál? —repitió ella, posándose el dedo índice en el mentón en un gesto pensativo—. Desde luego, Raiton, no. ¿Qué clase de Hōzuki sería con Raiton? —soltó una carcajada—. Así que, entre el Katon y el Fūton... no sabría decirte.
Kokuō inclinó la cabeza en un mudo asentimiento. Y Ayame dio por finalizada la conversación. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había abierto aquella caja y cuántas veces había cogido uno de aquellos papeles, pero no estaba dispuesta a rendirse. No aún. Volvió a sujetar el papel, como tantas veces había hecho, y cerró los ojos de nuevo. Sentía el chakra en su interior, palpitando en el centro de su pecho. Sabía cómo moldearlo y sabía cómo concentrarlo... ¿Pero cómo cambiar su naturaleza? El agua fluía junto a ella, la llamaba desde el lago, pero Ayame apartó su voz con todo el pesar de su corazón. No buscaba al agua, buscaba a otro amigo, aún desconocido. ¿Pero quién era ese amigo? Un soplo de aire fresco se levantó de golpe, sacudiendo sus cabellos con fuerza, y Ayame frunció el ceño, sujetando con más fuerza el papel entre sus dedos para que no se volara.
—Señorita...
Ayame no respondió. No la escuchaba, de lo concentrada que estaba. El viento se calmó hasta convertirse en apenas una caricia en sus mejillas, y entonces...
—¡Au!
Un súbito pinchazo en el dedo le hizo soltar el papel. De alguna manera se había cortado y la herida sangraba. Dolorida, se llevó el dedo a la boca y sorbió la sangre. Pero no era eso lo único que había pasado. Kokuō adelantado una mano y recogió las dos mitades de un papel cortado limpiamente.
—Fūton.
—Se ha vuelto a mojar.
Aquella voz le arrancó otro suspiro, y Ayame volvió a abrir los ojos y estiró la espalda con un suave quejido. Una réplica idéntica a sí misma pero con los cabellos de un color blanco que se degradaba hacia el crema y los ojos de color aguamarina estaba sentada frente a ella, con las piernas cruzadas sobre la hierba y la cabeza apoyada en las manos. Su gesto mediaba entre la calma y el aburrimiento. Cualquiera que hubiese pasado por allí podría haber llegado a pensar que eran hermanas, quizás mellizas, pero Ayame se había molestado en buscar una cala recóndita en el lago partido. Nadie acudiría a molestarlas.
—¡De verdad que ya no sé qué hacer! —exclamó, arrojando el papel a un lado. Aquel se juntó con otras varias decenas como él. Todos ellos empapados por la influencia de la kunoichi—. ¡No soy capaz de extraer otro chakra que no sea de agua!
Llevaban ya varios días así. Las primeras jornadas, Ayame había aprovechado que su cuerpo aún no se había recuperado del combate contra Daruu para dedicarle todo el tiempo a intentar buscar su segunda naturaleza de chakra, pero ahora que estaba enteramente recuperada y debía dividir el tiempo entre su propio entrenamiento personal y el de su naturaleza de chakra, sentía que estaba perdiendo el tiempo al no lograr ningún avance. Y Kōri no parecía poder darle más consejos que los que le había dado ya.
—Quizás deba intentarlo de otra manera —sugirió Kokuō, ladeando la cabeza.
—¿De otra manera? —repitió Ayame, levantando una ceja—. ¡Creo que ya he probado todo lo que se me ha ocurrido!
—Corríjame si me equivoco, pero cuando realiza una técnica lo primero que hace es moldear el chakra en el interior de su cuerpo y después definir su naturaleza, ¿no es así?
—Sí, claro...
—Pero usted ya tiene una predisposición innata por el Suiton. Es por eso por lo que lo moldea siempre de la misma manera —expuso, gesticulando con la mano en el aire.
Ayame torció el gesto.
—Entonces debería... moldearlo de otra manera... —Supuso, rascándose la coronilla—. ¿Pero cómo puedo moldear el chakra en algo que no sé qué es?
Kokuō alzó los hombros.
—Puede que de una forma similar a cuando utiliza mi chakra —dijo, y sus ojos brillaron momentáneamente—. Supongo que no será lo mismo cuando utiliza su propio chakra que cuando utiliza el mío. Tendrá que buscar algo... diferente.
—Esto es mucho más difícil de lo que parecía en un principio... —Ayame respiró hondo, terriblemente agobiada.
—¿Qué naturaleza le gustaría dominar, Señorita? —le preguntó Kokuō de repente.
—¿Cuál? —repitió ella, posándose el dedo índice en el mentón en un gesto pensativo—. Desde luego, Raiton, no. ¿Qué clase de Hōzuki sería con Raiton? —soltó una carcajada—. Así que, entre el Katon y el Fūton... no sabría decirte.
Kokuō inclinó la cabeza en un mudo asentimiento. Y Ayame dio por finalizada la conversación. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había abierto aquella caja y cuántas veces había cogido uno de aquellos papeles, pero no estaba dispuesta a rendirse. No aún. Volvió a sujetar el papel, como tantas veces había hecho, y cerró los ojos de nuevo. Sentía el chakra en su interior, palpitando en el centro de su pecho. Sabía cómo moldearlo y sabía cómo concentrarlo... ¿Pero cómo cambiar su naturaleza? El agua fluía junto a ella, la llamaba desde el lago, pero Ayame apartó su voz con todo el pesar de su corazón. No buscaba al agua, buscaba a otro amigo, aún desconocido. ¿Pero quién era ese amigo? Un soplo de aire fresco se levantó de golpe, sacudiendo sus cabellos con fuerza, y Ayame frunció el ceño, sujetando con más fuerza el papel entre sus dedos para que no se volara.
—Señorita...
Ayame no respondió. No la escuchaba, de lo concentrada que estaba. El viento se calmó hasta convertirse en apenas una caricia en sus mejillas, y entonces...
—¡Au!
Un súbito pinchazo en el dedo le hizo soltar el papel. De alguna manera se había cortado y la herida sangraba. Dolorida, se llevó el dedo a la boca y sorbió la sangre. Pero no era eso lo único que había pasado. Kokuō adelantado una mano y recogió las dos mitades de un papel cortado limpiamente.
—Fūton.