29/12/2015, 00:17
Con sus explicaciones, su acompañante había extraído de su mochila una lámina de papel que desplegó sobre la mesa. Ante los ojos de los dos muchachos se extendía un detallado mapa que representaba los diez países de Ōnindo; y a medida que hablaba, el vendedor desplazaba el dedo índice por la superficie del mapa con gesto pensativo.
—Así que a 10 kilómetros… No está mal, aunque no me coge de camino. Yo me dirijo hacia aquí.
Su punto se detuvo sobre el punto que señalaba la ubicación de Shinogi-To y Ayame ladeó la cabeza con cierto pesar.
—Vaya, es un largo camino... Y me temo que ahora mismo no recuerdo si hay una posada cerca en esa dirección...
Un par de gotas cayeron sobre el papel. Y en el momento en el que Ayame alzó la mirada hacia el cielo en un gesto reflejo, otra cayó sobre su nariz, haciéndole cosquillas.
—¿Pero te vas a ir ya? Acabas de llegar, y puede que alguien pueda comprarte esos objetos, ¿no?
—¿Con la que va a caer? Dudo siquiera que se dignen a pararse —le replicó, y Ayame volvió a ladear la cabeza. Por un momento, había olvidado que las personas que no eran de Amegakure no estaban tan acostumbradas a la lluvia como lo podían estar ellos—. Además, en un rato anochecerá. Y ese sitio que mencionas está un poco lejos…
—¡Que tus oídos no se dejen engatusar por su víbora lengua, niña! —interrumpió de pronto alguien. Iba encima de un carromato, el cual había detenido a pocos metros, y miraba a Ayame desde lo alto, con unos ojos pequeños y saltones y una papada que se tambaleaba a cada palabra que pronunciaba—. No es más que un rufián, por mucho que tenga cara de niñito bueno —sus ojos entonces saltaron hacia Datsue, a quién le dedicó una mueca que se asemejaba a una sonrisa como un huevo a una castaña—. Como todos los de la Ribera del Norte, ¿no es cierto, Datsue?
«¿La Ribera Norte?» Se preguntaba una confundida Ayame, que ahora miraba a su acompañante con la curiosidad y la duda reflejada en sus ojos castaños.
[sub]—Okura no baka —murmuró su acompañante, rojo de ira, y Ayame no pudo evitar preguntarse qué demonios había querido decir con eso. Y si aquello no había sido suficientemente extraño, Datsue saltó repentinamente hacia el caballo que tiraba del carromato al grito de "tormenta". Durante un brevísimo instante, Ayame volvió a dirigir la mirada hacia el cielo, esperando un trueno o algo similar. Pero al no encontrarlo pronto comprendió que aquel no debía ser otra cosa mas que el nombre del caballo. De hecho, el animal parecía haberle reconocido también, o así parecían indicarlo sus suaves relinchos y su alegre agitación. Datsue pasó ambos brazos por el grueso cuello de Tormenta, acariciando con cariño su quijada—. Eeeh, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo! ¿Me echaste de menos? ¿Quién te ha apretado tanto las bridas, hmm?
Sin embargo, fuera del alcance de su visión, el hombre del carromato había alzado el brazo...
—¡CUIDADO!
La advertencia llegó demasiado tarde. Un repentino chasquido hendió el aire, y una línea de sangre se dibujó en la mano del chico cuando el látigo le impactó de lleno.
—¡Aléjate de mi yegua! —exclamó el hombre, haciendo especial énfasis en que era de su posesión. Sus ojos parecían a punto de salírsele de las cuencas y su papada no paraba de moverse de un lado a otro.
—Eso es mentira… ¡Es mío! —chillaba el otro chico, mientras Ayame miraba asustada de un interlocutor y al otro, como si en un partido se encontrara—. Y Tormenta no es una yegua de tiro. Es muy joven todavía para cargar con un carromato como ese.
El hombre resopló por la nariz.
—En eso te doy la razón —aceptó. Entonces, una siniestra sonrisa se dibujó en su rostro—. Por eso después de este viaje voy a sacrificarla. Apuesto a que su carne es tierna y jugosa… ¡Te enviaré un buen chuletón para que la pruebes! —gritó, carcajeándose en el acto y haciendo restallar el látigo contra Tormenta, que no le quedó más remedio que avanzar por el Puente Tenchi a trote.
—No... no puede ser... —susurró Ayame, completamente aterrorizada ante lo que acababa de escuchar.
Cuando miró a su alrededor, se dio cuenta de que el vendedor estaba tirado en el suelo. Con la mirada perdida en algún punto del vacío, parecía haber quedado en shock con las palabras de aquel hombre. Ayame no sabía muy bien cómo actuar ante una situación así, y aún se quedó algunos segundos allí plantada sin moverse del sitio.
«No te metas en líos... No te alejes del puente... Vendré a buscarte al anochecer...
Ayame se acuclilló junto al chico.
—Oye... ¿Datsue-san? No entiendo muy bien lo que está pasando... Pero si Tormenta es tuyo, ¿vas a permitir que lo sac... que haga eso con él? —un violento escalofrío recorrió su espina dorsal.