30/12/2015, 17:01
El joven de blanca melena fue dejado en aquella pequeña habitación para que descansara. En aquel suelo de tatami se encontraba un futón junto con un edredón y una almohada. El anciano había sido lo suficientemente amable de dejar sus cosas a un lado de la cama. Todo lucia muy acogedor, en especial para alguien tan cansado como él. Por un instante le llamo la atención una pequeña ventana que miraba en dirección este, hacia el mar, por ella entraba una brisa suave y agradable, cargada de sal y humedad marina.
«Me pregunto si…» —Su curiosidad afloro mientras analizaba la ubicación de la ventana.
Desde aquel mirador se hacía imposible ver la luna, pero bien que se podía ver la parte más oscura del firmamento y aquel mar negro que le reflejaba. Aunque el cielo no era tan oscuro gracias a las muchas estrellas que en el yacían. Era bastante relajante, era extraño. De cierto modo el cielo estrellado transmitía cierto sentimiento de vida y esperanza. Pero el mar, contrario a lo que se pudiera pensar, no transmitía temor alguno. No poseía la típica oscuridad del miedo y la soledad, no, transmitía mucho más. Daba paz e invitaba al sueño profundo.
«Ya es tarde… Debería dormir» —se dijo a si mismo mientras se acercaba a su lecho. Aquella vista le había dejado una sensación bastante agradable y quería poder dormir pensando en ella.
Sin embargo, ahí al lado del futón descansaba Bohimei. Kazuma la miro por un instante y sintió como un leve escalofrió le recorría el cuerpo. Durante sus difíciles tiempos en las calles, lo único que le permitía conciliar el sueño era la cercanía con aquella espada. El brillo carmesí de su filo era lo único que le hacía compañía en la impiadosa oscuridad. Era su ancla a la esperanza y la cordura. Pero ahora parecía tan distinto. Ahora el solo hecho de dormír junto a ella le causaba cierto temor. El que los viejos reflejo le traicionaran y en mitad de la noche la abrazara.
«Hubo una vez en que Naomi me pregunto el por qué simplemente no te arrojaba a un cajón y me olvidaba de ti —recordó mientras acomodaba su cabeza de manera que esta mirara hacia su katana—. Ciertamente eso hubiera sido lo más sensato… Pero no me creo capaz de hacerte tal cosa. Yo te acepte y tú me aceptaste, no hay nada más que ello. No tenía sentido tratar de alejarte, pues ya sabía que me acompañaras hasta el final de mis días… Así fue pactado»
Con el peso del cansancio y con la esperanza de que fuese el sol ascendente que le despertara al día siguiente, el Ishimura se entrego al abrazo del sueño.
«Me pregunto si…» —Su curiosidad afloro mientras analizaba la ubicación de la ventana.
Desde aquel mirador se hacía imposible ver la luna, pero bien que se podía ver la parte más oscura del firmamento y aquel mar negro que le reflejaba. Aunque el cielo no era tan oscuro gracias a las muchas estrellas que en el yacían. Era bastante relajante, era extraño. De cierto modo el cielo estrellado transmitía cierto sentimiento de vida y esperanza. Pero el mar, contrario a lo que se pudiera pensar, no transmitía temor alguno. No poseía la típica oscuridad del miedo y la soledad, no, transmitía mucho más. Daba paz e invitaba al sueño profundo.
«Ya es tarde… Debería dormir» —se dijo a si mismo mientras se acercaba a su lecho. Aquella vista le había dejado una sensación bastante agradable y quería poder dormir pensando en ella.
Sin embargo, ahí al lado del futón descansaba Bohimei. Kazuma la miro por un instante y sintió como un leve escalofrió le recorría el cuerpo. Durante sus difíciles tiempos en las calles, lo único que le permitía conciliar el sueño era la cercanía con aquella espada. El brillo carmesí de su filo era lo único que le hacía compañía en la impiadosa oscuridad. Era su ancla a la esperanza y la cordura. Pero ahora parecía tan distinto. Ahora el solo hecho de dormír junto a ella le causaba cierto temor. El que los viejos reflejo le traicionaran y en mitad de la noche la abrazara.
«Hubo una vez en que Naomi me pregunto el por qué simplemente no te arrojaba a un cajón y me olvidaba de ti —recordó mientras acomodaba su cabeza de manera que esta mirara hacia su katana—. Ciertamente eso hubiera sido lo más sensato… Pero no me creo capaz de hacerte tal cosa. Yo te acepte y tú me aceptaste, no hay nada más que ello. No tenía sentido tratar de alejarte, pues ya sabía que me acompañaras hasta el final de mis días… Así fue pactado»
Con el peso del cansancio y con la esperanza de que fuese el sol ascendente que le despertara al día siguiente, el Ishimura se entrego al abrazo del sueño.